VALÈNCIA. Desde que Paula Bonet, la premiada ilustradora, lograra más de 33 mil likes con una foto de sí misma en pleno aborto (Autoretrato en ascensor con embrión con corazón parado), crecen las voces de creadoras que se meten a mineras emocionales y descienden su propia sima para nombrar lo no nombrado. Ninguna mujer quiere ya sufrir el doble dolor de una vida que no prende y un silencio que mata otra vez. No buscan la lástima ni el escándalo, sólo desactivar la culpa, que es como un taladro. Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión (Random House), el libro objeto de Bonet, es un animalario en forma de acordeón y está preñado de láminas con fetos. Vio la luz en 2018.
Latido, el poemario con el que Carmen Megías (Valencia, 1979) exorciza su dolor, acaba de presentarse en el Kafcafé al calor de los poetas con los que siempre ha hecho nido. Lo edita Unaria y viene con ilustraciones de María Expósito.
Culturplaza acude a charlar sobre poesía y cultura democrática al veterano café de Benimaclet y ella nos recibe con una sonrisa de andar por casa. Está en su casa. Sus ojos son dulces y están llenos de espera, ojos de niña buena. Cuando el grupo Espaciarte estaba en su cénit forraron de forma irreverente una pared con sus fotos mezcladas entre los iconos de la escritura. Ahí está su mirada de gorrión entre Sylvia Plath y Nicanor Parra, una mirada corriente que interroga con asombro el mundo y su propio adentro. Ahora lleva dos libros publicados (Tiempo de vivir, en Baile del Sol, fue el primero, en 2017) y mira desde otro lugar. “Estaba en una época muy frágil y encontré a tanta gente que sentía como yo, sufría como yo. Ahora ya no quiero ser tan buena…”, se ríe. La modestia no la ha abandonado. Asume que lo suyo no puede tener una gran difusión, pero le ha servido a ella y a otras mujeres. “Bonet ha dado visibilidad, debemos hacerlo, yo hablaba con la gente y muchas me decían: ay, sí, yo también tuve un aborto, y yo también... ¿Por qué no lo habían compartido? Yo no había hecho nada malo”.
El libro intercala ilustraciones en las que mujeres de ojos cerrados gravitan tumbadas o de espaldas al lector. De sus cuerpos emergen pájaros negros, borrones rojos, mariposas y relojes sin mecanismo.
Presentimiento,
pasta marrón y el reloj sin mecanismo sobre la mesa del despacho. (Latido, 2020)
El libro sigue un hilo narrativo que desfila entre visitas al baño y a urgencias hospitalarias hasta que la mano de la otra niña, la sí nacida (hija de Carmen) cierra el vacío y empuja de nuevo los relojes. Vuelve el tiempo de los parques donde ambas
Tiran piedras a un charco
para perderse en los anillos concéntricos de su impacto. (Latido, 2020)
Megias no está de promoción. Sigue su vida de madre y pringada (ahora ya con dos hijas) y trabaja con calma en un nuevo libro, que también será ilustrado (Soplar un diente de león saldrá en la navidad de este año con Ed. Unaria. Lo ilustra Eva Muñoz Guinea). La poesía no se le ha subido a la cabeza.
El señor notario me come de aperitivo y se relame lentamente (Tiempo de vivir, 2013).
Es difícil encontrar algún poeta que no sea consciente de que lo suyo no se va a leer. No carecen del apetito que tortura a los narradores, pero han aprendido a domesticarlo. Por eso brotan, aquí y allá, talleres de poesía e iniciativas de micrófono abierto como la que aglutina, desde 2010, a poetas y autores en el Kafcafé.
Sebastián Vitola (Sebas), maestro de ceremonias, es poeta y pintor. Ha crecido a la luz del mismo grupo que Carmen y lo añora. Por eso sigue ofreciendo en su local de la calle Arquitecto Arnau jams poéticas con unos minutos de gloria. No se hacen distingos, los versos se escancian cada miércoles en la penumbra y flotan como burbujas de jabón antes de que su piel redonda y acrisolada se consuma o estalle.
Hay una mujer que se sienta y se levanta de mi cuerpo (…)
una mujer que se hace vieja en la mirada del espejo (…)
la saludan adoquines que no anda (Latido, 2020)
El Kaf, como lo llaman los tertulianos, acaba de abrir y el olor del pachuli domina las mesas vacías. El frío del patio nos trepa por la espalda mientras Sebas entra y sale cargado de cajas, los botellines tintinean un instante hasta callar de forma abrupta. Carmen habla de la época en que Espaciarte estaba en su apogeo bajo la batuta del poeta cubano Víctor Puertodan y él deja los preparativos del bar, gravita alrededor con ganas de aportar su historia. “A mí me ayudó a bajar mi imaginario a mi forma ─apunta él─: cómo escribir, cómo exprimir un poema. Yo venía de Uruguay donde también estuve en un grupo, pero no había asistido a ningún taller de poesía. En el grupo de Espaciarte éramos muchos poetas, unos quince, y con muy buen nivel. Nada de tres o cuatro que se juntan a jugar con un balón por la calle… Una confluencia de gente capaz con una retroalimentación sana y buena, liderados por este personaje. Pero el personaje se comió a la persona…”
Entre los dos hilvanan la historia de una fiesta con resaca, encuentros alargados hasta el día siguiente con lecturas, controversias (pulsos entre poetas, pregunta-respuesta), y mucho humo más allá de la cena que pedían con retraso. Surge la propuesta de contarlo en un libro de prosa pero ella se encoge de hombros y él cree que deberían usar seudónimos. “Puertodan era una máquina ─lo rescata Carmen─, estaba entrenado en su Cuba natal a hacer peleas de gallos con décimas, improvisaba en un instante. Y levantaba tu poema: corregía el ritmo, las metáforas, todo subía. Sacaba una varita mágica. Su rima parecía un verso libre”
Guillermo Roqués (que ahora es productor audiovisual en Denver), Natalia Ruiz de Cenzano, el chileno Pablo Camus, María Peiro, Sebastián Vitola (Uruguay), Ana Noguera, Nacho Cebrián, Leyre Ochoa, Gonzalo Lagos (Argentina), Lorena del Hierro, Sergio Marín, María Mormeneo... Un puñado de detectives salvajes al calor de un Cyrano de Bergerac que finalmente sucumbió a su ego. “Odiaba a Fidel, pero actuaba como el dictador ─apunta Sebas con sarcasmo─, está visto que no estamos preparados para la anarquía, necesitamos la imagen paterna. Luego salieron los egos malditos…” A los tres años matarían al padre. Reímos al concluir que los anarquistas no habían leído a Freud. En 2009, una iniciativa editorial (Transfusiones) y la presentación de un libro en Primado al que el maestro no estaba invitado obraría la debacle; el cubano desconvocaría el grupo.
Megías se aglutinó entonces, con muchas de las mujeres del grupo, en una aventura femenina: El grupo de poesía Akelarre. “Víctor decía las mujeres júntense, teníamos edades distintas pero una armonía especial y podíamos sacar de las compañeras cosas interesantes…”. Reflexionamos acerca del ego masculino y su forma depredadora de rivalizar, pero Sebas se defiende: “también sucede que en un grupo las voces tienden a homogeneizarse. La poesía no es para sacar lo que tú sientes. Es una lucha con el lenguaje”. Al parecer, el maestro Puertodan recalcaba de un modo casi enfermizo el tratamiento de la palabra. No quería que publicaran (tenía su propio proyecto para dar visibilidad al grupo, que no fraguó) ni que tuvieran sus propios blogs o contactaran con otros grupos, su propuesta estética era muy clara. “Insistía ─recapitula Carmen─ en que la poesía es ritmo, música y metáfora. Un lenguaje renovado. Es como yo lo veo. Y lleva un trabajo de creación y otro de corrección. Verso libre no significa escribir lo que te dé la gana, debes recurrir al imaginario actual. Si quieres hablar de amor…─reímos, a ella no le interesa este género en sí y lo confiesa─, no acudas a una rosa roja o a los ojos de una mujer: eso ya no está en el inconsciente colectivo del S. XXI…”
No lo dudábamos: su primer poemario bordea la muerte de su padre y dialoga con él para resarcirse (detestar los martes y perderte martes, me perdonas… la tormenta y ese instinto vallejiano de pronóstico) (Tiempo de vivir, 2013). Su segundo poemario es una segunda gran muerte. Nada de rosas, ni en San Valentín.
Tiene la mujer los párpados llenos
y un nudo de membranas donde está sumergida
en periodo de expulsión (Latido, 2020)
“Aprendí que la poesía es decir las cosas de otra manera, con un lenguaje poético, y crear tu propio imaginario, metáforas auténticas que hagan trasladarse mental y emocionalmente al lector”
Los clavos no son el problema
El problema es cuando oxidan en hueso y entrañas
Aleación de óxido y sangre,
Clavo tan fuerte como la imagen
Que cada tanto se repite en la cara interna de las muñecas. (Tiempo de vivir, 2013)
Con el grupo Akelarre la vena creativa latió tres años más. Compartió sensibilidad, cuna y recitales. Colaboraron con el proyecto benéfico Comunicación desde la otra orilla de Paco Mateu que repartía versos en pequeñas botellas, versos náufragos para atrapar las miradas hacia (Aspanion) los niños con cáncer y sus familias. Por aquellos años se acostumbró a escribir a diario, “tenía mucha desazón, pero también todo el tiempo”. El recogimiento (que ahora vampirizan sus dos hijas) y un equipo de mujeres brújula. “Al final hice un recopilatorio y busqué editorial. Laura Giordani, compañera del taller, había editado con Baile del Sol. Tiene una sensibilidad en la que me reconozco, y mi misma semilla”. A los tres años recibiría contestación, un escueto mail que supondría un antes y un después. Y desde entonces no ha parado. “Una librería sevillana me permitió presentarlo allí y descubrir su propia editorial, La Isla de Siltolá: allí edita una descendiente de García Lorca que me tiene embelesada, editora y poeta. Se llama Sara Castelar Lorca. El corazón y los helechos es una delicia…” A la Pizarnik, a quien también idolatra, le ha hecho un libro homenaje. “Me encanta leer a Alejandra Pizarnik, pero me dan ganas de suicidarme”, ríe.
Y los ojos se le hacen más redondos mientras alarga la lista de sus escritoras de culto: Chantal Maillard (Premio Nacional de Poesía) encabeza con una cita su primer poemario y es una fuente nutricia de Megías. “Soy devoradora de ella, poemas y diarios, es ensayista, traductora, crítica…una bestia” Arrastra tanto la ese de la bestia que ya no hay duda de que la quiere incorporar a bocados, en crudo. “Se licenció y se largó, pasó más de un año en una tribu en Benarés, India. Su Hainuwelle y otros poemas es imprescindible (Tusquets). Hilos también. De sus diarios, sin duda prefiero Filosofía en los días críticos (Pre Textos)”… La trama en la que todos deambulamos ─me citará luego por whatsapp─, fugitivos del centro vacío a la vez que de nuestros modos de apresarlo… “En Matar a Platón (Tusquets) tiene un poemario dentro del poema, como un río subterráneo, esos juegos con la palabra me apasionan, lo descubrí en el Rayuela de Cortázar. Tengo un poema titulado Maga”.
Carilda Oliver, cubana (de las más premiadas de Latinoamérica) y a la que fue a visitar a Matanzas. Le regaló una hora de charla apasionada y un ejemplar de Prometida al fuego (Ed. Matanzas). Es otra poeta que duerme a pie de su cama y ella revisita como el que visita el hambre y la sed. “Te extraño, ¿sabes? Quisiera persuadirte no sé de qué alegría, de qué cosa imprudente”. De nuevo, una página amarilla de un volumen que algún día se mojó y secó y unos versos que viajan por su retina y las redes digitales hasta esta página de Culturplaza.
Los buenos versos no caducan, concluimos, ella identifica poemas de su primer libro “que podría volver a escribir ahora, son atemporales, como éste: El mundo perro malquerido: …cómo morder los labios de este mundo de perdidos y pérdidas y frío y calor sin atmósfera quemándonos…”.
Sonríe satisfecha y mira su reloj de reojo. La tarde se ha escurrido, sus niñas la esperan en casa y el local es ya un solo murmullo que ha engullido a Sebas detrás de la barra. En el escenario una chicas escupen un rap feminista hace rato (El sí de las niñas) y hacen mover la cabeza por las primeras mesas. Carmen Megías ya no es asidua, ha dejado de ser un borrón más en el Kaf y se atreve con la nitidez de otros mundos matutinos. Ya no precisa del grupo, gravita sin atmósfera y no se quema. El ciclón caribeño que sufriría con el poeta cubano no ha dejado cicatrices pero sí una escritura catártica que bordea y vence los límites del lenguaje.
Camino.
Llevo una percha en la mano.
Voy tejiendo un traje de piel transparente
Para habitar la percha vacía
…un traje a medida de mi océano
(Latido, 2020)