VALÈNCIA. El director Robert Guédiguian es uno de los referentes del cine social, por excelencia, aunque a él le gusta más pensar que hace cine “a secas”, sin preocuparse demasiado por las etiquetas. Comenta que que eso le quita tiempo para centrarse en lo verdaderamente importante: sus historias. Esas en las que muchas veces habla de inmigrantes, de obreros y de personas desempleadas. Para él contar esas historias es la manera de hacer justicia con el pueblo que, desde el cine, muchas veces se ve reducido tan solo a un papel de figuración: “Yo lo que intento es poner el pueblo en el primer plano. Así demuestro que las grandes pasiones también se despliegan con las personas pobres”, explica enorgullecido.
En el festival de La Mostra, con marco en el cine mediterráneo, sus películas son las lecciones de ética, moral y ciudadanía que aportan las claves para saber en que momento está la sociedad, explica el director del festival Eduardo Guillot, es por ello que le galardonan con la Palmera de Honor por su trayectoria y por las enseñanzas de sus películas que con el paso del tiempo “mantienen una vigencia vital y absoluta”: “El festival está centrado en el ámbito mediterráneo, a veces se plantea con un término difuso, pero si se ven las películas de Robert Guédiguian ahí está la respuesta. Él nos da claves para entender ese mundo, y para saber cómo enfrentarnos a la sociedad que estamos inmersos”, aclara Guillot. Para comprender estas claves, desde la Filmoteca, podrán verse en València todas las películas de su filmografía, con motivo de contemplar esta mirada del cine “popular” desde la que analiza el mundo.
El director, que se encuentra en València tras haber recogido su Palmera de Honor, responde algunas preguntas de Culturplaza sobre lo que significa para él el cine y sobre lo que suponen sus obras para el resto del mundo. Siempre bien acompañado, como no puede ser de otra manera, de la actriz que más ha repetido a lo largo de sus películas: su esposa y musa Ariane Ascaride, quien escucha la entrevista acurrucada en una butaca y se atreve a incluir algunas aportaciones.
-Lo primero, felicitarle por la Palmera de Honor, ¿qué supone este reconocimiento?
-Me hace reflexionar sobre todo lo que he hecho a lo largo de mi carrera, pero tampoco quiero caer en la trampa de estancarme en esa idea, porque eso me impediría seguir haciendo cosas. Me obsesiono, no duermo y pienso constantemente en retratar aquello que me rodea y aunque es verdad que parto de principios morales absolutos intento enfocarme en pensar qué es la grandeza del mundo lo que depende de nosotros.
- Viene a un festival de cine mediterráneo, pero estamos más acostumbrados al concepto de cine europeo, ¿con cuál se siente más identificado usted y su cine?
-Realmente me siento más armenio [ríe], no sabría decirte si existe en realidad el concepto de cine europeo. Esta categorización ayuda en realidad más a la agrupación en vista a la financiación y a la idea de obtener fondos, en este sentido, más que una aportación teórica.
-¿Hay una identidad mediterránea a la hora de ver cine?
-No hablaría de identidad, sino de acercamiento. Hay elementos del aire libre que inevitablemente dan estructura a nuestros relatos. Contar con los mismos actores da una forma, por ejemplo, pero también lo hace la cuestión espacial: rodar siempre en un mismo lugar da una forma a nuestra historia, a través de la geología y la geografía. Diría que a través de estos elementos es cómo se reconoce el cine mediterráneo.
-¿Cuál es el papel de su mirada sobre ese mundo que nos rodea?, ¿cómo ha cambiado a lo largo de su carrera?
-No es mi mirada la que ha cambiado, es el mundo el que ha cambiado. Trato siempre de mostrar lo mismo, pero las cosas que me rodean cambian constantemente, yo hablo sobre aquello sobre lo que no se habla lo suficiente.
-El mundo cambia constantemente, pero algo que no cambia son los tres actores que aparecen en casi todas sus películas: Gérard Meylan, Jean-Pierre Darroussin y su esposa Ariane Ascaride, ¿por qué repetir parte del elenco varias veces?
-Es una cuestión personal. Algo muy importante para mi es que tienen mi edad, y que hemos crecido juntos. En esta parte yo me siento mucho más autor, con estos personajes, yo necesito a estos actores. A través de la película contamos las cosas sobre el mundo que nos rodea.
-Ariane Ascaride: En mi caso repite conmigo porque soy la mejor actriz del mundo [ríe].
-Ariane, ¿cómo es trabajar con Robert?
-Ariane Ascaride: Él no es una persona que se preocupe mucho por la idea de dirigirnos. Obviamente vamos comentando algunas partes del guión y vemos como avanza la historia, pero no hace matizaciones sobre cómo debemos de actuar, nos da libertad absoluta. Esto viene de conocernos mucho, pero también de fiarse de nuestro criterio, cuando entran actores nuevos se quedan sorprendidos con la “no dirección” de Robert, en este caso.
-Robert, ¿cuál es el reto de trabajar con actores que no son estos tres habituales?
-Es maravilloso, me encanta contar con nuevas miradas. Una de las cosas más divertidas es cuando estos personajes se enlazan con mis tres personajes, que van creciendo a lo largo de mi filmografía. Es muy curioso ir buscándoles padres y nietos a mis tres actores predilectos, es como si hubiera llegado una “segunda tropa” a nuestra ficción.
-Y siguiendo con los retos… Contar la precariedad y las miserias de una manera tan realista y terrenal ocupa una gran parte de la construcción de la puesta en escena, ¿le resta esto espacio a la poética?
-Hace falta buscar la poesía allá donde está. Es complejo, el arte no consiste en mostrar cosas bellas, sino en mostrar de manera bella las cosas, tal y como lo dice Kant. Mi reto es contar todo, hasta el último de los detalles, quiero mostrar la belleza de las cosas que a simple vista parecen totalmente banales, hasta en los lugares más transcurridos del mundo. La clave está en mantener el equilibrio entre la poesía y la realidad, buscar la belleza en el cine no significa mentir.
-Buena parte de su cine nace en espacios que conoce, como puede ser Marsella o L’Estaque, en su primer filme, ¿a qué se debe?
-Considero que da forma a lo que yo hago. Por ejemplo, el pueblo donde hago la película da la forma, y el fondo es el mundo. Rodar es en cierto modo exponerse, y yo muchas veces me siento más cómodo en mi sitio que fuera, me siento más legitimado en según que casos… al final rodar es apropiarse de una historia.
-¿Cree que contar su parte del mundo también es contar el mundo entero?
-Hay que ir siempre de lo general a lo particular, y viceversa. Lo que llamamos universal en el mundo del cine no existe, al menos de forma abstracta. Yo lo que hago es contar la historia de los individuos en los lugares, en cualquier lugar del mundo se pueden contar todas las historias del mundo, y nunca tendrán la misma forma.
-Pero, por ejemplo, lo hace desde la mirada socialista, es el punto en el que coloca su voz. En una Francia y una Europa que tiene a la derechización, ¿desde dónde aborda sus ideales actualmente?
-Desde la izquierda socialista y comunista, la que ha sobrevivido a lo largo de la historia. Lo hago desde las izquierdas que evolucionan a lo largo de los siglos, que deberían unirse. Lo que distingue a la izquierda de la derecha es el concepto de libertad.
-Comentaba que no se siente cómodo con las etiquetas, como por ejemplo la de “cine social”, y que en cualquier caso le encajaría más la etiqueta de “cine popular”, ¿a qué se debe?
-Mis filmes son independientes, pero en Francia tienen mucho éxito. Se ven en cines y en televisión, generalmente en cualquier franja de edad que supere los 25 años. Yo lo que considero es que hay que decir la verdad de las cosas. Ser popular no significa alagar constantemente al pueblo, eso es ser populista.
-¿Y cómo hay que referirse al “pueblo”?
-En general los cineastas deben preocuparse por el público, ahí voy en contra de las teorías del arte por el arte, los cineastas tienen que elegir con toda libertad pero hacer las cosas comprensibles. A través de ese desvelamiento tenemos acceso al público, ese mismo que tiene todas las pasiones, también las malas, y que tienen que ser retratadas de la misma forma.
-Es uno de los máximos exponentes del cine “popular” europeo. Le quiero preguntar, por eso, ¿qué es entonces el cine antisocial?
-Considero que es el mayoritario. Es un cine que no es cine, es una exaltación de la estupidez. Es cine de anti-inteligencia.
-Usted ya es un referente pero… ¿Qué otros directores le inspiran?
-Cualquier director que cuente algo con alma me inspira. En todos los países el cine tiene ciclos con momentos mejores o peores, pero al final lo que cuenta es que cada persona cuente su historia propia. En este caso me gusta mucho el cine rumano e iraní, ellos saben perfectamente de qué quieren hablar, en parte porque tienen problemas muy fuertes.
-Y una pregunta casi obligada, ¿en qué está trabajando actualmente?
-Acabo de terminar de rodar una película, se llama Y la fiesta continúa!, el final de montaje será en diciembre y se prevé que se estrena en marzo. Cuenta la historia de unos inmuebles que se destrozaron en el año 2018, cuyo derrumbe causó la muerte de varias personas. Esto generó un movimiento popular, o como a mi me gusta llamarlo: un movimiento comunista. En la película cuento como vecinos que ni siquiera se hablaban comenzaran a tener gestos de solidaridad mutua, entre ellos hacer un poco de “fiesta”. Ya que estamos hablando de La Mostra del mediterráneo aporto un dato más, la estatua de Homero es la que cuenta toda la historia. Como en muchos relatos de mitología la estatua estaba ciega, pero no sorda, así que puede relatar lo que sucede a su alrededor, ya lo veréis.
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