El actor argentino Nahuel Pérez Biscayar ilumina la película 120 pulsaciones por minuto
VALÈNCIA. 120 pulsaciones por minuto podría haberse rodado hace dos décadas, pero su director todavía no estaba preparado. De hecho, ni siquiera había empuñado una cámara. Robin Campillo era, por entonces, montador. Y militaba en una asociación de activistas francesa nacida en 1989 para luchar contra la indiferencia generale y la insensibilidad particular del gobierno ante la propagación del sida, Act Up París.
Tras curtirse como guionista junto a Laurent Cantet y dirigir un par de films, Les Revenants (2004), que hoy cuenta con una exitosa adaptación epónima como serie de televisión, y Eastern Boys (2013), el cineasta nacido en Marruecos se ha sentido con fuerzas para relatar aquellos tiempos de lucha esperanzada y vitalista. Y conectarlos con un presente de individualismo.
A escasos minutos del arranque de la película, hay una reflexión en voz alta del protagonista que da la clave al espectador del enfoque que se ha dado a este relato sobre los tiempos más duros del VIH. El personaje interpretado por Nahuel Pérez Biscayart mira por la ventana de un vagón de metro y lamenta: “Hay momentos en que pienso cómo el sida ha cambiado mi vida. Es como si viviera con más intensidad las cosas. Como si viera el mundo de otra manera. Como si hubiera más colores, más ruido”. Acto seguido, estalla en risas, burlón, y exclama: “¡Qué gilipollez!”.
120 pulsaciones por minuto no es un homenaje sensiblero a aquellos guerreros heridos, sino una crónica luminosa, sensual y combativa sobre la gesta de un contrapoder. A lo largo del film, que se estrena este 19 de enero, asistimos a las asambleas de sus miembros, a sus debates y fricciones, a sus acciones de guerrilla, que van de los die-in, protestas en las que simulan ser cuerpos muertos sobre la calzada, a la irrupción en institutos para dar clases improvisadas de educación sexual y el asalto con sangre artificial de unos laboratorios que por pura estrategia de marketing se niegan a dar los resultados de sus pruebas médicas.
Los enfermos que militan en esta organización pitan, claman lemas insolentes, se visten de animadoras en el Día del Orgullo Gay, follan, agonizan y bailan al ritmo de acid house.
“Hay algo en esa época que me conmueve. Nací en 1986, así que me perdí el renacimiento en mi país tras la dictadura feroz –detalla Pérez Biscayart-. En Argentina, en los ochenta, hubo unas ganas de vivir que fueron de una exuberancia muy inspiradora. Quizás hay una cierta idealización de la potencia de la juventud de esa época, pero contrasta con el aislamiento actual. Hoy día lo que prima es proteger lo propio y no tejer vínculos. Se piensa que el triunfo personal sólo depende de uno, cuando podemos crecer gracias a los otros”.
La película fue reconocida en Cannes con el Gran Premio del Jurado, reconocimiento que impidió que Nahuel se alzara con el de mejor actor, pues las normas que rigen en el festival internacional impiden conceder dos galardones importantes a una misma película. El presidente del jurado, Pedro Almodóvar, se molestó mucho por la restricción. Ahora, su nombre suena con fuerza para el César al actor revelación.
Como también la necesidad de prevención contra un virus que si ya no es mortal, sí merma la calidad de vida. “Como el sida se ha convertido en una enfermedad crónica, ya no hay campañas de concienciación ni se estimulan los chequeos periódicos, pero tener que tomar un cóctel de medicinas todos los días y vivir con sus efectos secundarios es muy desagradable”, alerta Nahuel.
El de Sean en 120 pulsaciones por minuto no es el primer papel marginal interpretado por el argentino. En el Festival de Toronto presentó la ópera prima de la directora francesa Joan Chemla, Si tu voyais son coeur, adaptación al cine de la novela de Guillermo Rosales La casa de los náufragos, sobre la vida en un refugio de indigentes. La película está protagonizada por Gael García Bernal y reúne a un buen surtido de perdedores.
“No sé si es una decisión política consciente, pero me motiva poder prestar el cuerpo y la voz a personajes inadaptados. Lo raro tiene más magnetismo para mí que lo que veo día y noche, figuras de belleza y de sueños hechos realidad. Si voy a hacer un viaje íntimo como actor, prefiero que sea en lugares más incómodos, que me permitan descubrirme”, valora el actor.
A diferencia de la película de Campillo, “un canto a la vida desde la muerte inminente”, el debut en la dirección de Joan Chemla “es muerte, es dolor y no hay mucha esperanza, porque sus protagonistas son gente vencida, que ya no tiene oportunidades”, describe Pérez Biscayart.
Nahuel debe su nombre al de un reputado dirigente trotskista argentino, Nahuel Moreno, de forma que tiene muy enraizado el cuestionamiento político. “Los pocos sobrevivientes de la dictadura en mi país son gente muy crítica, así que vengo de una familia donde hay un debate político muy instalado y ganas de cuestionar el régimen establecido”, apunta este actor políglota, que ha actuado en francés, español, alemán, portugués e italiano.
Su crianza choca con el anclaje alienador de las tecnologías del presente. El actor comparte su estupor ante la presencia en los aeropuertos de Canadá y EE.UU. de tabletas individuales en las mesas. Y liga esa omnipresencia de las pantallas a la aceptación que ha tenido 120 pulsaciones por minuto entre los adolescentes franceses.
“Recibo mensajes de chicos de 15 años que no tienen relación alguna con la comunidad LGTBIQ ni saben lo que es el sida, pero les ha emocionado la fuerza del grupo. Hay una juventud que ha crecido con un contacto más impersonal, así que les choca asistir al contacto humano y a la creación de política presencial, la que se hace estando juntos”, explica el intérprete.
Act Up-París fue la rama francesa de la estadounidense Act-Up New York. Su objetivo era visibilizar la enfermedad y a sus afectados. Frente a una década de testimonios anónimos, el grupo de acción directa aglutinó a las víctimas y les dio voz en eventos de gran difusión.
“En vez de dejarse vencer y esperar que los adultos se ocupasen de ellos, salieron ellos mismos a sobrevivir y a crear vínculos. Tomaron la debilidad y la enfermedad como una fuente de energía y de transformación –aplaude el protagonista de esta película coral-. Campillo ofrece una visión optimista del cuento y habla de la creación de familias fuera de la familia de sangre como posibilidad evolutiva”.