ALICANTE. Hay gente que me mueve a escribir. No suele ser habitual porque vivimos en un mundo de masas, pero todavía queda esa pequeña diferenciación que vuelve únicas a algunas personas. La primera vez que la vi estaba Kika en el salón de mi casa, esa mítica película de Pedro Almodóvar en la que Verónica Forqué decía a Rossy de Palma: “Qué heavy eres, Juana”, después de que esta le dijese que ella no quería ser modelo por mucho que se llevaran las caras cardo, sino empleada de prisiones para estar rodeada de tías todo el día. “Soy auténtica señora”, respondía. A partir de ahí, algo me encantó en Rossy, que no podía dejar de admirar y que sigue estando a día de hoy.
Rossy de Palma, la icónica actriz y musa del cine internacional, ha dejado una huella imborrable en el mundo de la moda. Desde sus inicios como modelo hasta su papel como embajadora de la alta costura, su estilo único y su personalidad excéntrica han cautivado a todos. Comenzó su carrera como modelo de la mano del legendario diseñador Jean Paul Gaultier. Sus pinitos sobre la pasarela la llevaron a desfilar en las colecciones más exclusivas y a convertirse en una musa para muchos creadores, desde Antonio Alvarado, el propio Jean Paul Gaultier, David Delfín o el jovencísimo Palomo Spain. Ella vuelve la pasarela su escenario. E interpreta su rol. Su belleza singular y su actitud desafiante rompieron los cánones de la moda convencional en su momento y lo sigue haciendo a los 59 años.
Entre Pedro Almodóvar y Manuel Piña inventaron su nombre artístico. Al principio la llamaron Rossy Von Donna –por eso de que en alemán la “V” se pronuncia como “F” y eso hace gracia–, pero se lo cambiaron un par de películas después por De Palma. Jean Paul Gaultier la convirtió en su musa latina. Y Christian Louboutin la pone, siempre que puede, diez centímetros por encima del suelo –y no solo por sus tacones–. La suya, nacida en Palma de Mallorca en 1964 como Rosa Elena García Echave, no es una historia como las demás.
Rompiendo barreras, Rossy desafió los cánones tradicionales de belleza y estilo desde el principio de su carrera. Su aprecio por la excentricidad y la individualidad ha influido en la aceptación de la diversidad en la moda contemporánea. Su prominente nariz, de la que siempre (al menos desde que saltó a la fama) se ha sentido tan orgullosa que prácticamente todos sus retratos son de perfil, ha permeado en la cultura popular europea hasta convertirse en estrella por sí misma. Quizá ese sea su gran valor: alzar a rasgo definitorio y singular lo que otros esconderían u operarían por considerarlo defecto. “Mi nariz me ha dado complejidad. La gente se reía de ella y yo, mientras, analizaba por qué juzgaban.”, confesaba la vedette multidisciplinar a Juan Sanguino en El País.
Nunca ha tenido miedo a los cambios. Cuando estaba en la banda Peor Imposible se rapó los laterales del pelo aconsejada por sus compañeros, que se iban pegando los mechones a medida que ella iba rapando. Al cumplir los cuarenta lo volvió a hacer. “Una no sabe como le va a quedar el rapamiento hasta que lo hace” confesaba divertida porque el pelo crece.
Rossy utiliza la ropa como un lienzo para expresar su creatividad y personalidad. Sus elecciones de vestuario son audaces, coloridas y llenas de vida. Esto ha animado a otros a experimentar y a ver la moda como una forma de arte al irradiar confianza en sí misma. Su estilo único y su actitud segura han inspirado a las personas a abrazar su autenticidad y a vestirse para sí mismas, sin preocuparse por las expectativas externas.
En resumen, Rossy de Palma ha dejado una huella duradera en la moda actual al desafiar normas, celebrar la individualidad y recordarnos que la moda es una forma de expresión personal y artística.
Y así, sin más, sobre Rossy, que es auténtica como Juana, señores.