La tesis doctoral de Jon E. Illescas destapa curiosas relaciones en la industria musical, como la de Katy Perry y el Pentágono
VALENCIA. Título profético, Video Killed the Radio Star vaticinó el triunfo de la imagen sobre la melodía. Antes de realities y shores varios, la MTV posicionó el vídeo musical como producto de consumo masivo y referente entre el público juvenil, una revolución que terminó de estallar en 2005 con la llegada de YouTube. Cada vez con menos contenedores musicales en canales tradicionales, esta producción se trasladó a la ventana digital logrando crear fenómenos mediáticos casi por sistema. No hay mes en el que no se bata un nuevo récord de visitas en una plataforma dominada por las estrellas pop.
El rey de reyes, PSY. Con el popular Gangnam Style, el cantante surcoreano roza los 2.500 millones de visitas una cifra que supera con creces la audiencia de cualquier emisión de televisión. El impacto es indiscutible y su producción se ha refinado con los años, piezas que poco tienen que envidiar a la industria cinematográfica. Aunque la estética ha sido objeto de estudio y debate desde el Thriller de Michael Jackson, su uso por parte de los poderes económicos y políticos ha sido subestimado en detrimento de otros medios que, curiosamente, no alcanzan -ni alcanzarán- la audiencia masiva de los videoclips.
El silencio en torno a estas piezas deja de serlo tanto con La dictadura del videoclip (editorial El Viejo Topo), una obra firmada por Jon E. Illescas, doctor en Sociología y Comunicación por la Universidad de Alicante, en la que ha estudiado la producción de algunas de las grandes estrellas de la industria musical de la última década, como Rihanna, Beyoncé o Pitbull, desde un punto de vista cultural, económico y social y con el marxismo revisitado como eje vertebrador. Las conclusiones, poco esperanzadoras.
Con el videoclip dominando las plataformas digitales y unos cantantes convertidos en influencers gracias al poder de las redes sociales, la obra, versión divulgativa de la tesis doctoral de Illescas, refleja la vinculación entre las estrellas del pop, la industria cultural, el narcotráfico, la alta política y el capitalismo global. El autor analiza la propiedad y el funcionamiento de las grandes empresas que crean la música de masas y desvela cómo la élite de la clase dominante reproduce en los jóvenes valores e ideologías funcionales para renovar su poder.
En su particular "olimpo de los dioses manufacturados" algunos ejemplos sorprendentes como la vinculación entre Katy Perry y el Pentágono. La azucarada cantante, icono entre el público infantil y sexualizada en cada una de sus apariciones, dio un curioso giro dramático en uno de sus videoclips. Con Part of me, sencillo extraido de la reedición del multimillonario Teenage Dream, visitó unos lares poco conocidos para la americana. Según explica Illescas, la pieza fue cofinanciada por la administración, que puso a su disposición todo el material bélico necesario para la grabación y los extras, pues fueron los propios marines del ejército de Estados Unidos quienes aparecieron en el vídeo en lugar de actores profesionales.
Naomi Wolf, del diario británico The Guardian, ya apuntó pocos días después de que Part of Me llegara a Youtube que la pieza podría buscar fomentar el alistamiento entre la población femenina. "Desde la Segunda Guerra Mundial el Pentágono potencia su ligazón con la industria cinematográfica. Era cuestión de tiempo que se dieran cuenta del producto tan potente que es el videoclip. Ha sido un proceso natural".
Las injerencias de la administración pública, sin embargo, no son tantas como las de un tejido empresarial que, con el exceso de oferta, apuesta el todo por el todo, tratando de llamar la atención a cualquier precio. "Se hacen los vídeos que se pueden plantear con este modelo de financiación. Como solución hay dos opciones: o construimos una sociedad más democrática en la que la cultura esté libre de la censura empresarial y de los estados o creamos un sistema en el que los gobiernos financien la producción musical como hacen con otros sectores como el cine, con ayudas a artistas y mensajes que, por su limitación, el sector privado no da", añade Illecas.
Pero, ¿solución a qué? Según recoge La dictadura del videoclip, para el que se han estudiado los 500 vídeos musicales con más visitas online registradas, casi el 40% de los mismos hace apología del consumo de bebidas alcohólicas y un 11% lo hace con drogas ilegales. Además, uno de cada cinco hace del dinero un objeto de culto. "Hablamos de educación pero después hay un vídeo de Chris Brown en el que dice que todas la mujeres son unas putas, ¿cuántas clases de igualdad hay que dar para contrarrestar este tipo de mensajes?".
De la veintena de estrellas del pop que ha estudiado, y de quienes ha realizado una biografía crítica, pocas se salvan de la quema sobre contenidos de marcado carácter sexual e impropios para el target al que se dirigen. Bruno Mars es el único de esa élite al que Illecas sacaría de la lista negra, que sólo completa con artistas de menos impacto mediático, como podría ser John Legend.
Para la creación de la tesis doctoral, Jon E. Illecas ha contado con la colaboración de numerosos trabajadores de la industrial musical, a pesar de las dificultades para conseguir testimonios en un sector "muy opaco". Mientras que temas como el consumo de drogas se ha convertido en algo habitual, de estas conversaciones ha concluido una serie de temas tabú para la estrellas del pop, especialmente aquellos que suponen algún tipo de crítica social, como las migraciones.
La hipersexualización de la industria, reflejada principalmente en las mujeres, representadas como objetos, ha dado un vuelco a los temas tratados en los hits que dominan la radiofórmula y los servicios de streaming. Mientras que el amor romántico ha sido históricamente el tema más manido por generaciones y generaciones de intérpretes, el sexo lo ha desbancado, pasando de un 10% de referencias a un 55,5% en la última década.
Illescas recibió la calificación Cum Laude por la tesis que inspira el libro, una obra que, al final del camino, trata de dilucidar acerca de la falta de conciencia crítica de una juventud -o al menos parte de ella- embobada con las estrellas de turno de un pop en el que cada vez cabe más sexo y drogas. Industria musical, poder económico e influencia social resumidos en el título de una canción: Bitch Better Have My Money.