Especialista en joyería de autor y lacado japonés, hablamos con Elisabet Moreno sobre el presente de los oficios artesanos, la defensa de los tiempos lentos y la vida más allá de los anillos de diamantes. Si crees que el Urushi es un tipo de sushi, sigue leyendo
VALÈNCIA. La historia de Elisabet Moreno es una fábula sobre la belleza que se fabrica con las manos. A base de prueba y error. Una historia de oro y de erizos de mar. Una historia que atraviesa continentes para imbuirse de otra forma de mirar y tocar. Y también una doble reivindicación. Por un lado, la de la joya como “escultura corporal”, como una forma de expresión y no un adorno vacío de significado. Como un recurso más para gritar al mundo quiénes somos. Pero también la defensa del trabajo artesano, singular y trascendente frente a una producción masiva que inunda el mercado de un stock tan fácil de comprar como de olvidar.
Formada en Publicidad y Relaciones Públicas, esta orfebre del siglo XXI define su primera toma de contacto con la joyería contemporánea como “un encuentro casual... y poco a poco me fui enganchando”. “En el momento en el que tuve que elegir mis estudios, parecía que la única opción era ir a la Universidad. No nos llegaba información sobre otras salidas, era algo que ni se planteaba, cuando, en realidad, hay un abanico de oficios muy diverso”, explica. Finalmente, acabó obteniendo el Grado Superior de Joyería Artística en la barcelonesa EscolaD’Art La Industrial. “Ahora que soy docente - subraya- a mis clases llegan arquitectas o personal sanitario que se plantean dar el salto laboral a este campo o que desean adquirir conocimientos nuevos, y eso me parece muy enriquecedor”. El próximo 17 de abril -como parte del ciclo Creando Despacio organizado por Rambleta y acompañada por la ceramista Ana Illueca- Moreno impartirá en Poppyns una charla en la que hablará tanto del equilibrio entre tradición y modernidad en el que habitan sus piezas como de las técnicas de lacado japonés, especialidad que domina. Si crees que el Urushi es un tipo de sushi, sigue leyendo.
Para muchos, hablar de alhajas todavía es sinónimo de pasearse entre perlas y esmeraldas; es decir, de “joyería comercial”, pero aquí estamos jugando a otra cosa. “A gran parte del gran público no es que no les guste la joyería de autor, es que no la conocen -apunta Moreno-. Ahora mismo existen varias ferias importantes especializadas en este ámbito, pero creo que están demasiado enfocadas en los profesionales del sector y no en acercarse a la ciudadanía. Es necesario que hagamos un mayor esfuerzo para difundir nuestro trabajo, una buena iniciativa en ese línea son las exposiciones en pequeñas galerías, que acercan nuestras obras a la calle”. Y es que, en sus creaciones, manda la hibridación, la mixtura, el riesgo. Así, metales preciosos como el oro o la plata bailan tango con semillas, erizos de mar y otros elementos que pocos relacionarían con una visita a Tiffany’s. “Con papel o resina se pueden hacer piezas muy artísticas y que implican mucho esfuerzo, pero hay gente que jamás invertiría en ellas porque creen que no tienen valor por no contar con un diamante o cualquier otro material que consideren caro”, resume la orfebre, que encuentra en la geometría y la naturaleza dos de sus campos de inspiración fundamentales.
Pese a bucear a pulmón en las aguas del diseño contemporáneo, Moreno lleva por emblema “respetar las bases artesanas del oficio”, de esas formas de hacer ancestrales, de esos tiempos sosegados que permiten el alumbramiento de la singularidad. “Cuando fabricas manualmente objetos únicos, asumes muchos riesgos en cada elaboración. Cada producto está muy pensado, muy meditado y ligado al momento en el que ha sido confeccionado”, indica la diseñadora.
¿Pero cómo se produce esa electricidad por la que la idea etérea acabada plasmada en un bien tangible? “Mi cabeza siempre está en movimiento, suelo visualizar imágenes de piezas que quisiera lograr. Apunto frases, combinaciones de elementos o mecanismos que me gustaría probar, y reviso esas ideas días después -- sostiene Moreno sobre su proceso creativo--. A veces hago dibujos, pero me encanta sobre todo trabajar con el material. Probar y rectificar directamente sobre aquello esté manipulando”. Las manos, siempre las manos, herramientas todopoderosas. Hay quien podría encontrar ese juego de fallos y aciertos, esa incerteza sobre el resultado final, algo desasosegante. No es el caso de nuestra entrevistada: “no me frustra para nada, en realidad me resulta muy interesante explorar distintas formas de hacer, aunque no siempre salgan bien. Es una de las partes que más me gustan de mi trabajo. Además, cuanto más trabajas, mejor afinas el tiro hacia los efectos que quieres conseguir”.
Pero ese elogio de los ritmos propios de la artesanía y la reflexión supone a menudo estrellarse de frente con las marchas aceleradas que exige la actualidad. ¿Cómo defender la lentitud en un contexto que premia la hipervelocidad? “Para mí supone una dicotomía importante, es algo que analizo mucho y siento que me encuentro entre dos aguas. Es imposible sacar adelante un buen trabajo creativo sin dedicarle muchísimas horas. Eso acaba repercutiendo en el precio. Hasta ahora, muchos consumidores no estaban educados en ello, pero creo que cada vez hay más gente dispuesta a pagar un plus por productos con un valor añadido”, apunta. Aunque, como en todo, la conciencia va por barrios: “en Alemania o en el Norte de Europa hay mucha más predisposición, es algo que está mucho más extendido que aquí”, admite Moreno, en cuya hoja de servicios se encuentra proyectos como Depths of the Ocean, en el que, inspirada por los ecosistemas oceánicos, aborda la belleza de las profundidades marinas y la importancia de su conservación.
Y es que, si hay algo que los artesanos que tratan de sobrevivir a 2021 tienen grabado a fuego en cada centímetro de su ser es que un cambio en el consumo implica también un cambio de mentalidad respecto a cómo y qué compramos. Una mayor concienciación sobre la materia que se emplea, las condiciones en las que se trabaja e incluso el modelo de sociedad que construimos con nuestra forma de comer o de vestir. Frente a la producción en serie, masiva y homogénea, la clave para Moreno radica en “transmitir la idea de que vale la pena invertir en menos piezas, pero que sean más importantes, que proporcionen la sensación de que estás haciéndote con algo único, que tiene una simbología, un diseño especial, un mensaje y en cuya fabricación se ha buscado la excelencia”.
Hay ciertos días, ya sea porque el cielo llovizna o porque el sol irradia nostalgia, en el que a uno le da por dar un repaso a su trayectoria vital. Y muy mal se tiene que dar la cosa para que en ese recorrido no acabe encontrando unos cuantos puntos de inflexión, un puñado de momentos decisivos que nos marcaron. Una persona, un trabajo, un viaje, un duelo, un corazón roto, un libro, una receta, un accidente. Para nuestra protagonista ese catalizador adoptó la forma de viaje a Japón. Quedó prendada de los postulados nipones: “me atrajo muchísimo su manera de hacer, su sensibilidad, su concepción de la estética… Sus hábitos artísticos son muy desconocidas aquí y no tienen nada que ver con la tradición europea”, explica. Y acabó descubriendo el arte de la laca japonesa o Urushi (que toma el nombre de la resina que brota de un árbol local de igual denominación).
A partir de esa primera toma de contacto, realizó varias estancias en el país junto al maestro lacador Nagatoshi Onishi o en la escuela Kato Kohe de Kyoto. “El Urushi ofrece una gran versatilidad, ya que proporciona dureza y resistencia a materiales muy frágiles que, de otra forma, no podría emplear. Además, ofrece una variedad de acabados muy amplia ”, explica sobre esta disciplina que exige la superposición de capas y rigurosos plazos de secado. Una práctica nipona que implica toda una filosofía de vida, pues, mientras que por estos lares cunde “la idea de que hay que tirar lo que se hace viejo”, el Urushi, a través de todas esas capas de laca que se van desgastando, invita a que “el objeto vaya cambiando de aspecto con el paso de los años y el uso que le da cada persona”.
Si hay una derivada del Urushi que ha ido calando en las coordenadas europeas es el Kintsugi, que consiste en remozar piezas de cerámica rotas con vetas de laca y polvo de oro. De esa forma, se acentúa la belleza de lo imperfecto, de esos bienes que han ido acumulando experiencias, que son el reflejo de una vida ya vivida. Sin embargo, Moreno advierte de cómo el concepto se está pervirtiendo en nuestras geografías: “veo mucha cerámica nueva que se rompe adrede para efectuar el Kintsugi y eso es no entender de verdad esta técnica, que es fundamentalmente una forma de reparación”.
En estos tiempos convulsos, aquello que nace de la pausa, la reflexión y la creatividad se erige como un camino, otro más, en esa búsqueda de sentido e identidad que es la supervivencia.