LO DICE MI PSICÓLOGA 

Sobreterapización: la psicología es el nuevo slang

14/02/2023 - 

VALÈNCIA. “No - monogamias éticas. Responsabilidad afectiva. Autocuidados”. “En busca de mi persona vitamina”. “No personas tóxicas”. “Si vas a terapia tienes más puntos”. “¿Lo mejor de mí? Voy a terapia”. “Relaciones saludables. Resiliente, libre y salvaje”. “Autoconocimiento”. “Personas con valores, sinceras e inteligentes”. “SOLO GENTE SANA MENTALMENTE PLEASE”. “Solo quiero que nos compensemos las carencias emocionales, pero sin dramas”. “Quiérete y luego ya si eso”. “Chiques aquí se viene sin mochilita”. “Explorando la era del amor líquido antes del colapso”. Un garbeo por Tinder es una buena evidencia de cómo el lenguaje terapéutico se ha estandarizado e impregnado en las relaciones humanas (o en la falta de las misma).

Como dijo allá por los años 60 el crítico literario Lionel Trilling, el discurso terapéutico es la jerga de nuestra cultura. 

Este artículo no es una crítica respecto al total de la psicología —sería como estandarizar las corrientes del feminismo, creer que el marxismo es solo uno, o que todas las personas de València somos de asmorzar bocadill gran y montar más afters que encuentros culturales— sino de cómo la terapia se ha banalizado y convertido en un objeto de consumo. Y quién no acude a ella, se le demoniza: “Jo cada cop veig més un estigma social el no anar a teràpia... quasi com a desplaçamemt estètic... si no vas a teràpia no ets de la crew ni t'has deconstruït”, o se le considera desertor: “Hoy tengo psicóloga pero creo que los sesenta euros que vale no me compensa. Poner la calefacción sería más autocuidado. Le estoy haciendo ghosting. ¿Le digo que no quiero seguir?”, comentan dos individuos con edades comprendidas entre los veinticinco y los treinta y cinco. 

“Lo peor es que sigue habiendo un estigma fuerte cuando se habla de situaciones graves, pero se banalizan otras. No entiendo en qué momento la terapia pasa a ser algo sexy. Está bien que intentes solucionar algún problema que tengas, pero eso no te hará mejor persona. Hay una visión moral sobre la terapia bastante peligrosa. La terapia no funciona porque sea ‘buena’ para las personas o porque el/la terapeuta sepa cómo vivir de la forma adecuada; funciona porque está estudiado lo que mejora (o empeora) a las personas ante determinadas situaciones. Pero ni tener ciertos desajustes te hace mala persona ni arreglarlos te hace buena o, incluso parece, deseable”, opina el psicólogo Álvaro Saval

“No considero que haya un abuso de la terapia, porque una persona que va a la terapia porque considera que es incapaz de soportar el dolor también necesita intervención, aunque sea corta, para entender que las cosas ocurren, aunque cada vez estamos menos acostumbrados al malestar. La influencia del coaching y la psicología positivista nos ha influido para que pensemos que no es normal, que siempre has de tener una buena cara, que esa es la manera de atraer el bienestar”, contrasta Rocío López Navajas, también psicóloga. 

La despolitización del sujeto

Eva Illouz, en La salvación del alma moderna, un potente ensayo editado hace ya trece (¡trece!) años por Katz, sostiene que “lejos de inculcar una actitud antiinstitucinal, el discurso terapéutico representa un modo formidablemente poderoso y moderno por excelencia de institucionalizar el yo”. El concepto de biopoder acuñado por Foucault sigue, la lucha vive. Sobre todo, si tenemos en cuenta los casos de policías infiltrados en movimientos sociales destapados por el medio catalán Directa. Los Punsetes predijeron el futuro cuando cantaron “Dos policías en el ambiente / Dos policías dentro de tu mente / Dos policías en tu respiración / Dos para partirte el corazón”. Uno de los topos, el agente D. H. P., mantuvo relaciones sexoafectivas con varias activistas en un alarde de cómo el orden social puede perpetuarse a través de los mecanismos del estilo emocional, lo que para Illouz es “la combinación de modos de una cultura cuando comienza a ‘preocuparse’ por ciertas emociones y crea ‘técnicas’ específicas —lingüísticas, científicas, rituales— para aprehenderlas”. 

“Determinados grupos políticos que ante su incapacidad manifiesta de mejorar las condiciones materiales de vida (lo que debería ser su labor) se dedican a llenarse la boca de palabras que no creo que sepan lo que significa. ¿Qué es la salud mental? ¿Una persona con esquizofrenia, una persona que no puede pagar el alquiler o una persona que no le ha salido bien las últimas citas en Tinder? Supongo que hay que ir viendo caso a caso y no crear esta sensación de drama humanitario en el que parece que la única solución es la terapia. Sobre todo porque no lo es. Y eso no quiere decir que no sirva, obvio que sirve, pero no para todo. Regula la vivienda, los horarios laborales, los sueldos, el precio de la vida, la conciliación, da alguna esperanza de futuro… Supongo además que hay que dejar de idealizar las relaciones del pasado, y resolver los problemas de ahora. Pero nunca desde una perspectiva reaccionaria. El amor antes era peor”, añade Saval. 

Se habla de un sujeto empresario de sí mismo que tiene en la autoayuda la vía de ser ‘la mejor versión de sí mismo’. Eudald Espluga en No seas tú mismo, analiza esta exhortación a la mejoría personal que se reviste de autónoma, pero que responde a exigencias del mercado y que trasvasa la cultura del esfuerzo (laboral) para hundirse en el ámbito personal del amor, la familia y las relaciones. El discurso de la autoayuda es el del individualismo radical, aunque encierra la esencia de esas empresas paternalistas que ofrecen servicios médicos a sus trabajadores para repararlos como si fueran una pieza de la cadena de montaje. 

Community manager, terapeuta, creador de contenido. Una triple amenaza. En un presente en el que todos somos productores de contenido, la psicología es un saber que no escapa de la mercantilización y conversión a mensajes deglutidos en formato Instagram, Twitter o TikTok. La cultura de la terapia adquiere la misma forma de consejos prácticos que para preparar un brownie sin azúcares refinados o restaurar una autocaravana. 

Para López Navajas, que la psicología sea un simple producto más es peligroso porque implica “frivolizar y simplificar las cosas. Poner en un post toda la información para dar un diagnóstico es caer en la generalización. Hay mucha gente que se siente identificada y se autodiagnostica, por ejemplo con Trastorno por Déficit de Atención (TDH) o trastornos de ansiedad. Los síntomas que se describen son tan genéricos que es difícil que no nos identifiquemos”. Pasa lo mismo que con el horóscopo u otras pseudociencias. 

“Es peligroso que la gente se tome esos post como píldoras de terapia y que no acudan a un terapeuta real que tenga en cuenta su historia personal, cuáles son sus significados y cómo poder equilibrarlo. Además, en este autodianóstico hay que tener cuidado porque las etiquetas diagnósticas escriben simplemente una serie de síntomas. La mayoría de ellas, salvo un porcentaje de trastornos mentales, son pasajeras. El problema es cuando la gente se apropia de los diagnósticos, que parece que es una cosa casi identitaria, que mola ser neurodivergente. Se acomodan en ese diagnóstico. Te justificas en tu etiqueta y ya está, ahí te quedas”. 

En los trabajos de la investigadora Vanina Papalini, autora de Garantías de felicidad, florece el concepto de ‘nueva subjetividad’ para tratar estas preocupaciones. “Esta preocupación por la subjetividad asume la forma de una mirada inquisitiva sobre la interioridad (…). El lenguaje ordinario, registro de exquisita sensibilidad donde se plasman hasta las más incipientes transformaciones culturales, incorpora términos técnicos provenientes de ámbitos científicos como el psicoanálisis y la neuropsiquiatría que, hasta aquí, fueron campos especializados refractarios al saber común. La inclinación a escrutar los aspectos subjetivos lleva a exagerar la originalidad del sujeto, amplificando sus mínimas expresiones distintivas. La introspección encandilada se aleja de la visión “modelos fijos socialmente promovidos” para enfatizar la búsqueda personal del ‘sí mismo’”. 

Comprensión del dolor

Susan Sontag en Ante el dolor de los demás se pregunta «¿Qué implica protestar por el sufrimiento, a diferencia de reconocerlo?». Trasladado —y un tanto frivolizado— el contenido del libro publicado en 2003 a la realidad del malestar mental, las epidemias de ansiedad y los vínculos defectuosos, nos hace pensar en el proceso de subjetivación y de la alteridad a partir de la visión sobre el sufrimiento ajeno.

¿Qué punto de compresión del dolor de los demás tiene compartir estadísticas sobre el suicidio, o normalizar que todos los conflictos y baches propios de la existencia hayan de pasar por sesiones y sesiones de terapia? ¿Nos exoneramos cuando le decimos a una amiga, pareja o familiar que se gestione como cuál empresa en el libremercado? Sin negar la utilidad de la terapia, al cambiar la configuración de los vínculos afectivos, ¿se busca exonerar la responsabilidad individual y arrojar al otro al diván? Estas no son preguntas cerradas, sino una reducción de marcha para cuestionarnos el estado de las cosas y nosotros en ellas. 

En el reino de la hiperfragmentación y la aceleración, ir a terapia parece ser un signo más de impaciencia, de desconfianza en la homeostasis, la tendencia de los sistemas biológicos a mantener o restaurar la estabilidad.  

“Cuesta dedicarse tiempo sin sentirse culpable. Parece que salir a tu hora del trabajo, o estar un rato en el sofá sin hacer nada productivo es delito. También está la sensación de que todo pasa muy deprisa. Las ganas de querer vivirlo todo. Hay una reflexión bastante habitual en la filosofía durante toda la historia que es pararse a pensar, contemplar, a tratar de ver lo que tenemos ahora y lo que queda por delante. Tengo la sensación de que eso ahora es imposible. En ningún ámbito de nuestra vida podemos parar”, indica Álvaro Saval.

Los mensajes asociados al coaching o a la psicología positivista mal entendida han generado una idea de que el dolor no debe existir. Hay gente que viene a terapia a pedir ayuda para que no les duela: el duelo tiene que doler. Hay una intolerancia al malestar, o se nos ha querido vender que se puede evitar a cualquier precio”, completa Rocío López. 

Esa falta de indulgencia se produce también respecto al duelo, ya sea amoroso o en el relativo a la muerte. Joan Didion, en El año del pensamiento mágico, resume ese desasosiego que asusta, como asusta el aburrimiento: “Cuando se pasa por un duelo, se piensa mucho en la autocompasión. Nos preocupa, la tememos, eliminamos de nuestro pensamiento cualquier rastro de ella. Nos asusta que nuestras acciones revelen ese estado tan expresivamente descrito como ‘regodeo’. Sabemos la aversión que despierta en muchos de nosotros ese ‘regodeo’. El duelo visible nos recuerda la muerte, algo que se interpreta como anormal, como un fracaso en el manejo de una situación”.

Sigue Didion: “Hacia las cinco de la tarde del día 24, pensé que no podría aguantar la noche, pero cuando llegó la hora, la noche se aguantó sola”. Quizás la sobreterapización no sea otro intento de vencer el reloj. Como las aplicaciones de ligue, que quieren acelerar y mercantilizar los afectos o las plataformas de vídeo, que pugnan por nuestra atención. Todo es tiempo y dopamina