La música chilena, que ha fraguado su carrera en València, presenta su cuarto disco el 15 de junio en Loco Club
VALÈNCIA. No hace demasiado que Bob Dylan celebraba su septuagésimo séptimo cumpleaños. Bueno, siendo Dylan quién sabe siquiera si la fecha que figura en todos los documentos acerca de su nacimiento es la auténtica. La suya fue, entrados en los 60, una de las primeras figuras (y una de las más importantes de la historia) en desatar ese sentimiento absurdo de traición en los seguidores -fans auténticos en aquella época-; ese fenómeno fan, el sentimiento de pertenencia e incluso de posesión, de sentir que el músico te debe algo a cambio de financiar su carrera o simplemente por el hecho aleatorio de gustarte, tuvo uno de sus pináculos en la ruptura de Dylan con todo lo que tenía que ver con el enfoque folk que había caracterizado sus inicios.
En el caso especifico de Dylan todo fue más traumático porque, en esencia, se había rebasado el espectro estrictamente musical. La figura del músico era lo más cercano a la reencarnación del Mesías que cuya existencia respondía única y exclusivamente a sanar los males del mundo con una guitarra acústica; y haciendo folk, para más señas. Y se equivocaron porque el único Dios en el que creía su Mesías era él mismo. 'Maggie’s Farm', en su segundo sacrilegio de guitarras eléctricas, era reveladora. Más tarde llegaron los gritos anónimos de Judas en Inglaterra, clásicos instantáneos. Hoy, afortunadamente, los accesos fanáticos se han reducido bastante, alimentados por una mezcla narcótica de ausencia de autocrítica y nihilismo galopante. Recientemente, Arctic Monkeys han despertado cierta ira fanática que ha terminado en una ridícula campaña de fuego amigo a través de críticas a su último disco -notable, por cierto- en las redes sociales.
Son palabras mayores, otras ligas, pero sería un interesante juego de ficción imaginar qué hubiera sucedido si una mujer alejada de la capital del Estado moviera una base internacional de fans como la de Arctic Monkeys. Desde luego, la evolución de Soledad Vélez en los últimos años, obviando las comparaciones innecesarias, habría levantado más de una crítica furibunda; la incertidumbre de su camino se enmarca tanto en el espectro Dylanita -con el folk como punto de partida-, como en el del grupo de Alex Turner. La mutación de su propuesta ha sido constante desde que aterrizara en España hace una década -en València de la mano de Absolute Beginners-. La chilena presentará su cuarta entrega discográfica, Nuevas Épocas, el 15 de junio en Loco Club.
Nuevas Épocas suena a culminación, a punto y aparte. A fin de trayecto. A un montón de lugares comunes periodísticos que se completan de memoria. Pero también suena de forma indefectible -sobre todo observando la trayectoria de la chilena- a la incertidumbre que supone el final de un camino recorrido durante años. Nuevas Épocas es una historia con principio y final; el primer capítulo de un libro, o la temporada inaugural de una serie de Netflix. Preferiblemente una de esas nostálgicas de los 80. Soledad Vélez ha recorrido a velocidad de crucero todas las fases que pueden haber entre empezar cantando con una acústica o un ukelele y terminar haciéndolo rodeada de sintetizadores.
Los hitos musicales en el camino no han sido elementos aislados. Tal como dicta la biografía de su página personal en Facebook: Soledad Vélez es jefa en Soledad Vélez. Los volantazos los ha dado ella, y los ha dado no sólo en el apartado estilístico. Tras un par de discos en los que devolvió a Absolute Beginners la apuesta por una chilena de apenas 20 años que no había cogido un avión hasta que vino a España por primera vez -tal y como reconoció ella hace poco-, Vélez firmó con Subterfuge para publicar sus siguientes discos. Desde ahí decidió, también, que ya estaba bien de cantar en inglés, y por eso su última colección de canciones cuenta con una perfecta versión del castellano del cono sur.
El cambio de idioma, enmarcado en un escenario en el que la zona de confort parece estar lejos de ser una prioridad, es una muesca más en el producto final. Tras asentar una vuelta de tuerca en el sonido con Dance And Hunt (Subterfuge, 2016), la de las letras no es una cuestión que hay que analizar en el contexto del sugerente Nuevas Épocas. Para confeccionar su disco más electro pop, Vélez ha tenido la ayuda de Joe Crepúsculo (que ya participó en su anterior trabajo), Gerard Alegre (El Último Vecino) y, sobre todo, la de Guille Mostaza en su estudio Álamo Shock. Sobre todo porque la aparición como coproductor del líder de Ellos es otro hito en la trayectoria de la chilena: hasta ahora, siempre había sido la única responsable en la producción de sus discos.
El resultado refleja de forma indiscutible el método de trabajo y de producción de Soledad Vélez a lo largo de los 6 años que engloban sus cuatro discos. Nuevas Épocas se referirá a todas las épocas posibles, menos a las de presentar un disco idéntico al anterior; si bien muestra con evidencia las diferencias frente a su predecesor, también mantiene de una forma subrepticia la solidez de los fundamentos que unen a ambos. De este modo, mientras Run With Wolves (Absolute Beginners, 2013) era una continuación evolucionada de su debut, Nuevas Épocas es la sublimación de la transformación musical observada en Dance And Hunt con respecto a sus dos anteriores discos.
Las canciones que presentará Soledad Vélez -en su versión más sintetizada hasta la fecha- el 15 de junio en Loco Club llevan la marca del que es, con total probabilidad, el disco más completo de la artista chilena desde que salió de Chile. A menudo tendemos a confundir el qué, con el cómo y, sobre todo, con el cuándo; y tergiversamos la importancia de cada una de las coordenadas. Uno no puede evitar ser producto de su época, víctima del tiempo -victim of changes, que decían Judas Priest-. Si a finales de los 90 y principios de los 2000, el revival new wave y garage extendió su influencia gracias a The Strokes, Franz Ferdinand o incluso, sí, The Killers o Interpol, hoy existe cierta tendencia revivalista -valga el barbarismo- con un vínculo contundente en parte de la cosecha de audiovisual de los 80.
En este sentido, las palpables contribuciones de Joe Crepúsculo y Gerard Alegre en Nuevas Épocas se antojan fundamentales. De hecho, la canción que surge de la colaboración con el segundo cuenta con todas las papeletas para convertirse -más allá de himno en directo- en una de las supervivientes de las listas de lo mejor del año; ‘Cromo y Platino’ cuenta con la pátina de elegancia electro pop con la que El Último Vecino consigue siempre esquivar los límites de lo más hortera de los 80. El resto del disco viaja entre la Chromatics y Desire -la banda sonora de Drive, vamos- (‘Flecha’, ‘Cuando Me Dices Que No’) y la mejor versión del pop electrónico de Javiera Mena (‘Esta Noche’); entre medios tiempos sedantes (‘Vamos A Tu Casa’, ‘Jóvenes’) y arranques de tecno pop que coquetean con la verbena (‘Ven Para Acá’).