La alicantina Expone su obra en la galería 532 Thomas Jaeckel de Nueva York  

Susana Guerrero se adentra en el mito y habla de la 'madre devorada' con su ofrenda de trabajo y dolor

10/04/2021 - 

ALICANTE. La alicantina Susana Guerrero (Elche, 1972) está llevando a cabo su segunda exposición individual en la galería 532 Thomas Jaeckel de Nueva York, con la que también ha participado recientemente en la feria de arte contemporáneo de Palm Beach, en Florida. Lo hace con parte de la obra que ha mostrado en el Museo de Arte Contemporáneo de Elche y en la Fundación Mediterráneo, pero también con la continuación de este trabajo que son las seis esculturas inéditas que ha llevado hasta la ciudad de los rascacielos. En total, veintidós piezas con las que se adentra en el mito para hacer una ofrenda de trabajo y dolor.

Habla de la ‘madre devorada’ como alusión a la maternidad y al hecho de tener un cuerpo dentro del propio. Algo que, lejos de consumir, sí devora, pero también alimenta. “Lo normal sería que, si te devorara, desaparecieras, pero lo que hace es retroalimentarte”, afirma la autora. Mother, consumed, el título en inglés por el que se ha optado para la muestra de Nueva York, quizá pueda llevar a la confusión en ese aspecto. “La traducción al inglés es ‘consumed’, que suena a ‘consumida’, pero en castellano significa ‘devorada’ porque es algo que al mismo tiempo te da fuerza”, explica la artista.

Susana Guerrero habla desde la experiencia personal de su embarazo y del parto, procesos en los que múltiples órganos del cuerpo no solo se multiplican, sino que algunos dejan de estar en el lugar en el que deberían estar. “Luego nunca vuelven a donde estaban antes”, apunta. Del mismo modo, desde la vivencia más íntima e intensa, todo el trabajo hace alusión a la hembra, con el poder de dar y el poder de quitar la vida tan solo con su leche. “Después del parto, casi mato a mi hijo porque perdí la leche por un susto”, recuerda.

En toda su trayectoria hay algo que se repite siempre y es la revisión del mito y la leyenda, algo que no falta tampoco en esta ocasión. “Me despiertan muchísima curiosidad las leyendas, tradiciones, chismes y supersticiones”, confiesa. Le gusta alimentarse de ellos porque le atrae y le divierte, sobre todo la particularidad de esas narraciones que han pasado generación a generación a través de lo oral.

Despertó esa sed de fábula en Grecia, cuando estuvo becada, en la Universidad de Bellas Artes. Allí viajaba por los lugares en los que sucedían las historias que se narran en la mitología. “Leíamos en voz alta y luego buscábamos los elementos y los lugares en los que habían sucedido los hechos; unas veces los encontrábamos y otras no”, recuerda.

“Se ve el mito como algo muy lejano, pero es cotidiano y doméstico; está entre nosotros en un montón de rituales que hacemos a diario”, explica la artista. En este caso de creación, a partir de conceptos como la maternidad y la fecundidad, bebe de un asunto cercano, de tradición oral desde hace siglos, recogido en las rondallas de Enric Valor. Se trata de La mare dels peixos, “nuestra Medusa levantina, que hay que difundir y dar a conocer porque es muy desconocida”, afirma.

La Medusa levantina

En la mitología griega, Medusa (en griego antiguo ‘guardiana’ o ‘protectora’) era un ser del inframundo que convertía en piedra a quien la miraban a los ojos. Fue decapitada por Perseo, que después usó su cabeza como arma, hasta que se la dio a la diosa Atenea para que la pusiera en su prodigiosa armadura, la égida. Por eso pasó a ser representada en amuletos y artilugios que alejan el mal. Esta vez Susana Guerrero toma como referente para su nueva obra a otra decapitada: La mare dels peixos, “una especie de fénix que renace de su propia carne”.

La historia dice que un pescador de Denia atrapó lo que pensaba que era un pulpo, pero, al subirlo a la barca, vio que se trataba de una serpiente de tres cabezas y dos colas que hablaba con voz humana. Aquel ser extraño le pedía que le decapitara y, aunque el pescador no quería hacerlo, al final le convenció para ello. Le dijo que le diera a comer una cabeza a su perra, otra a su yegua y otra a su mujer, al mismo tiempo que enterraba las dos colas en su jardín.

Las dos colas acaban convirtiéndose en espadas y las tres hembras preñadas de gemelos. Lo que queda de su cuerpo, le pide que se lance al mar porque ella sola se volverá a regenerar. “Me llama la atención que se trata de la primera decapitada que pide serlo, una especie de diosa de la fecundidad que no necesita macho y que, con el simple hecho de ser devorada, ya engendra vida”.

Una ofrenda de trabajo y dolor

En su nueva serie, Susana Guerrero muestra órganos negros atravesados por hojas de palmera de Elche o estructuras metálicas que evidencian la vulnerabilidad de quien se arranca la piel a tiras, desde la cabeza hasta los pies, para quedarse desollado, limpio, y reconstruirse con más fuerza. “Es como si cogieras y te arrancaras toda la piel de tu cuerpo, como si te quitaras un jersey, pero con la piel”, describe. El paso previo a regenerarse también desde su propia carne. 

En estas nuevas esculturas inéditas, la artista trabaja con rudos materiales como unos cables eléctricos, rellenos de cobre, que han sido trabajados con agujas de molde para tejer unas redes que representan órganos del cuerpo, en conjunto con otros elementos. Un duro proceso que la artista ha afrontado como una “ofrenda de trabajo y dolor”. Dureza que implica una carga poética y simbólica que se aprecia más en persona que a través de la fotografía.

“Durante una beca en Méjico pude ver como allí se hacían penitencias de dolor en Semana Santa atándose a cincuenta kilos de espinas”, explica. Aquella vivencia le llevó a realizar su particular ofrenda a través del arte. “Es la utilización del rito en el proceso de creación de las piezas, donde también importa la genealogía de los materiales, cómo los recolectas y cómo los transformas”, describe. 

Susana Guerrero subió a ese mismo monte, recogió esas mismas espinas y trabajó con ellas en su casa, en su espacio privado. “Ellos lo hacían en el espacio público, que me parece mucho más bestia”, apunta. Esas estructuras de cables metálicos rojos y azules se fusionan con espinas de agave, hojas de palmera y piezas de cerámica negra y dorada.

Utilizo la cerámica como algo permanente en mis obras porque tiene mucho de ancestral y, además, la tierra me lleva a la introspección”. Ese trabajo introspectivo se muestra ahora en Nueva York y aquí, en su tierra, el Centre del Carme de València expone las nuevas adquisiciones que ha hecho la Generalitat Valenciana en 2020, donde se incluye una de estas piezas. La creadora también forma parte de la colección de arte Michael Jenkins y Javier Romero recientemente donada al MACA, con 291 piezas de 155 artistas diferentes, que pronto estará a la vista del público. 


 

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