La tercera edición consecutiva de The Last VLC volverá a juntar en la víspera de Reyes a una parte de la escena musical de la ciudad
VALÈNCIA. Muchas veces, y seguramente en un intento improcedente de equilibrar el universo -lleno de banderas que cuelgan con estoicismo desigual en los balcones- cometemos el error de pensar que varias de esas tendencias sociales que despreciamos con intensidad son propiedad exclusiva de España. Votar en masa a los gestores de lo público que borran 35 veces los discos duros de su partido, verbigracia. O indignarse, pero solamente en Twitter, como una actitud de resistencia al sistema. Ese tipo de cosas. Sin embargo, la globalización, tan de moda hace 15 años, demuestra poco a poco que no poseemos ningún tipo de exclusiva con respecto a ese tipo de actitudes. Lo cual nos sitúa en un escenario incluso peor: apenas nos queda la siesta como rasgo característico.
Sin embargo, es razonable pensar que algunas de esas actitudes para con la vida en general tienen especial arraigo de fronteras para dentro. La inercia, por ejemplo, podría ser una característica particularmente poderosa en un país en el que, cuatro décadas después, todavía se grita “arriba España”; la inercia que sostiene al bipartidismo o la que invita a celebrar sacramentos en un país laico cuando, espera, ¿cuál fue la última vez que fuiste a la iglesia? La inercia de su condición física en lo que respecta a la “propiedad de los cuerpos de mantener su estado de reposo o movimiento si no es por la acción de una fuerza”, así como a su acepción más pura: rutina, desidia.
La inercia acompaña también hechos positivos; aunque cuestionables en lo que se refiere a la relación entre fondo y forma. Es lo que sucede en València -y ya van tres años seguidos- con la celebración de The Last VLC. ¿Qué last waltz? Surgido al abrazo de la imaginería y el concepto inicial de The Last Waltz, el último concierto de The Band encapsulado para siempre en el documental de Martin Scorsese en los 70, el evento sólo comparte con el original la unión de músicos de diferentes bandas en un mismo escenario y una misma noche. Cualquiera que haya presenciado alguna de las dos primeras ediciones del concierto del 5 de enero en el Loco puede llegar con facilidad a la conclusión de que, lo que en The Last Waltz fue una noche teñida de evidente amargura por la despedida -a pesar del tono de celebración y el banquete de estimulantes alcaloides de bastidores-, en The Last VLC se convierte en otro tipo de energía. Por tercer año consecutivo, la reunión en Loco Club se celebrará la víspera de Reyes, mañana viernes a partir de las 22:30 horas.
La inercia española hace que el evento, pergeñado por Víctor García y celebrado por primera vez en 2016, mantenga una tesitura retro respecto a la música que suena en la reunión. Sin embargo, y por fortuna, The Last VLC no se ha convertido en una noche de tributo a lo que sonó el día de Acción de Gracias de 1976 en el Winterland de San Francisco -aunque alguna versión de The Weight sí se ha escuchado-; en un plano estrictamente conceptual sería lo más coherente, pero ni tendría sentido más allá de la perversión de pana, ni sería el mejor de los escenarios para según qué grupos. La inercia de vestir de Last Waltz a algo que sólo tiene la reunión de músicos en común, otra vez, positiva.
The Last VLC tiene, de hecho, más de The Next Waltz que de cualquier otra cosa. La unión de músicos y bandas valencianas en un mismo escenario, con el componente añadido de que muchas de ellas todavía se encuentran en las primeras etapas de su -polisémica- carrera, convierte al evento en una especie de apertura de curso en el que abrir mano para todas ellas. Nadie va a dejar de tocar (al menos no para siempre, Johnny B. Zero). The Last VLC es una de las posibles radiografías musicales de la ciudad que, aunque (auto)destructivamente endogámica -ojo con eso-, debería servir también de abanico para un público que a 5 de enero ya podría haber descubierto su nueva banda del año; sin embargo, bajando a la realidad, lo más probable es que nadie vaya con la hoja de ruta bien marcada.
Mayoritariamente, los músicos que se reúnen en el cartel de The Last VLC, no sólo no habían nacido cuando se publicó el documental de Martin Scorsese, sino que existe la duda plausible de que todavía no lo hubieran hecho antes del suicidio de Kurt Cobain. Sin embargo, es cierto que existen algunos pilares de mundología musical sobre los que descansar la confianza en las apuestas del evento. De todos ellos, por su vinculación estilística, por su innegociable devoción Dylanita, por sus evidentes influencias norteamericanas y, por supuesto, por contemporaneidad, Cisco Fran es, de todos los participantes, el que más se acerca a los orígenes consecuentes de The Last Waltz. Poco dado al protagonismo, sí podría decir aquello que Bob Dylan le respondió a Neil Diamond -según Ronnie Wood- cuando este le invitó a estar a la altura de lo que él había hecho sobre el escenario en The Last Waltz: “¿qué quieres que haga? ¿Salir al escenario y dormirme?”.
También cerca de la coherencia bautismal, pero esta vez sólo musicalmente, están Johnny B. Zero; de hecho, Juanma Pastor será lo más parecido al Eric Clapton de los 70 que se suba al escenario del Loco en todo el año. Femme Fractal no harán de Joni Mitchell, ni de Emmylou Harris, harán del único grupo de mujeres que el año pasado tocó más que muchos grupos de hombres en València -por cierto: más presencia en The Last VLC Vol.4-. Junto a estos tres, Junior Mackenzie o The SaltitoS completan la parte más experimentada de una noche que juega a ser especialmente joven.
En el otro extremo, pero en el mismo escenario, The Last VLC reúne algunas de las propuestas jóvenes en las que -en algunos casos durante más tiempo que en otros- se han depositado los frágiles hypes valencianos. Con su primer disco en 2017, Laverge se han a sacudir el suyo por méritos propios y 2018 ha de ser el año en el que se cansen de presentar Handle This. Algo similar a lo que han hecho Wild Ripple con su debut durante un año que han apurado hasta el último momento, incluido el memorable concierto junto a The Mystery Lights. Dos muestras de la burbujas de expectativas bien llevadas en esa especie de radiografía que será el concierto del viernes en el Loco.
Badlands y La Hora del Té comparten -además de formación y esa pasión por el americana que tan bien encaja en el Last Waltz valenciano- esa difícil relación entre el peso de las expectativas y los pasos que se dan para gestionarlas. En diferentes medidas. Mientras los segundos cierran 2017 con un EP correcto, aunque todavía lejos de lo que necesitan para sobresalir con un sonido que dentro exige otros elementos y, fuera, más determinación, los primeros actuarán mañana después de haber viajado a Madrid para grabar sus nuevas canciones junto al equipo de trabajo de Aurora & The Betrayers. Ambos lideran sin demasiada dificultad esa parte de la escena (?) joven que mira hacia territorios distintos de los que dictan los episodios más leídos de la Biblia de Radio 3.
En la interminable lista de invitados llama poderosamente la atención la presencia de NAVVIER, en un entorno que mira en gran medida hacia unos años en los que sus referentes musicales todavía no habían asomado. Su presencia es lo más interesante del resto de una lista que se completa con nombres como Vibrowaves, Thee Vertigos, Indian Hawk o Trading Licks, entre otros.