Cómo unas cuantas sillas nos han hecho, en parte, tal y como somos. Una selección de Andreu World de algunas sillas ‘valencianas’ con un mensaje relevante.
VALÈNCIA. Desde Chiva, with love. Una humilde ebanistería. Un nombre, Francisco Andreu. 1955. El resto, es historia: todo un mundo abierto de par en par para una compañía que diseña sillas. También mesas. Lo de Andreu World -Premio Nacional de Diseño- es uno de esos casos manifiestos sobre los que sostenerse cuando alguien pregunta qué pasa ahora en València con lo del diseño. No, no es ahora.
Andreu World cumple 65 años. Para celebrarlo ha impulsado un libro monumental para leer sentado. Sillipedia, 101 historias de sillas, publicado por la Fábrica, ilustrado por Antonio Solaz bajo la dirección de Ramón Úbeda. “La silla es la pieza reina del mobiliario y a través de ella se puede escribir la historia del diseño y de nuestra sociedad. Se cuentan anécdotas que dan una idea de la importancia que puede tener una silla para algunas personas, como el juez Du Hellain, que pidió ser enterrado junto con la suya. Utilizar ilustraciones en lugar de fotografías para acompañar las historias ha sido una decisión consciente y un trabajo enorme para Antonio Solaz, que es desde hace décadas el diseñador gráfico de la casa. Para este proyecto ha tenido que multiplicarse técnicamente para hacer más rico el contenido visual. Le hemos dado libertad total para interpretar los escritos con la confianza de que el resultado fuera realmente un libro ilustrado, en todos los sentidos y ha hecho un gran trabajo”.
“Si una silla yace en el suelo: algo no va bien”, escribe Oriol Pibernat.
Entre ese centenar de historias, rebuscamos para condensar cinco de ellas. Cinco sillas que, de alguna manera, narran una manera de hacer en las últimas décadas de diseño valenciano.
Una de los iconos de la historia de Andreu World. Una conexión infalible entre territorios. Un relato transfronterizo. El diseñador Josep Lluscà tomó la esgrima, el matrimonio Eames y Antoni Gaudí como inspiraciones. De fondo, el reto de una silla de tres patas en contrachapado. La búsqueda de la estabilidad. Cuando la silla en realidad se convierte en toda una rebeldía frente al orden natural. Pero Lluscà -lo explica María José Balcells- se propuso sacar al mercado una silla de tres patas, estable y con tanta fuerza como la diseñada por Gaudí. El estudio del centro de gravedad se convirtió en su obsesión. La presentó como una obra hecha de madera pero trabajada con maquinaria de control numérico que permitía la producción de grandes series. Fue rechaza por una una primera empresa. Cuando Andreu World, buscando un diseño diferencial ante su competencia, le hizo el encargo a Lluscà, él no dudó: sería la silla de tres patas y se llamaría Andrea. Acabaría expuesta en el MoMa.
La silla radical diseñada por Alberto Lievore, que ahora cumple 30 años, está fabricada solo con madera de roble maciza y una fina lámina curvada que da forma al asiento. Sin herrajes, tornillos o accesorios. Un diseño que, con el paso del tiempo, ha terminado por ensamblar una familia de asientos reconocibles. “¿Cómo se puede pensar en una silla más?”, se preguntaba el diseñador Lievore, y rememora Ramón Úbeda en Sillipedia. Tal vez, se contesta Úbeda, “porque nunca se llega con ella a decirlo todo. Todo, como el horizonte, es una idea que nunca se alcanza”. Lievore comenzó a colaborar con Andreu World cuando “la figura del fundador, Francisco Andreu, que a los diecisiete años había heredado el taller de ebanistería de su padre (...) Siempre tuvo muy claro lo que hay que pedirle a un diseñador cuando se le encarga una nueva silla: que sea singular, que justifique la inversión y que, a ser posible, no sea costosa. Todo eso lo tiene la silla Radical que Alberto proyectó en el inicio de los años noventa (...) Le pusieron ese nombre porque es el concepto de silla universal depurado al máximo, la silla que sintetiza toda las sillas, formulada como un manifiesto constructivo y formal. No fue la primera ni mucho menos la última que hicieron para el fabricante valenciano”.
Cumplía el año pasado sus dos primeras décadas y como celebración se coló en el Museu del Disseny de Barcelona. Manila por el trabajo y el cuidado de la paja y su tejido, un elemento gráfico capital que la silla exhibe. La Manila es también una suerte de manual sobre cómo hacer una silla. El crítico Daniel Giralt-Miracle razona justo la composición: “Elija, entre los varios tipos de madera, el que más le guste por el dibujo de la malla y el color: Abedul - Arce - Boj - Caoba - Castaño - Cedro - Cerezo Chopo - Ébano - Haya - Nogal - Olivo - Olmo - Pino - Roble - Teca - etc. / Recuerde que los elementos esenciales de una silla son: Asiento – Larguero – Patas delanteras – Patas traseras Peinazo – Respaldo – Travesaño. Aunque puede añadirle los adornos y las fantasías decorativas que más le agraden: Base de respaldo – Brazos – Concha – Cortina – Follaje Hoja de acanto – Palmeta – Pátera – Pomos – Volutas – etc.
Hágase con las herramientas que considere que necesitará: Azuela – Berbiquí – Cepillo – Cincel – Cola – Cuchilla Destornillador – Escoplo – Formón – Gubia – Lija – Martillo Sierra de mano – Torno de ballesta – Tornillos – etc.
Busque un modelo del pasado o del presente que le guste, o sea original e invéntelo, y póngase manos a la obra. Si consigue encontrar una nueva versión del mueble de asiento, usted pasará a la historia, pero no olvide que la silla no es una escultura, sino una forma que debe cumplir una función”.
Ágarrate a la silla. También las hay, de sillas, las que ejercen y simbolizan el poder. Andreu World fabricó el trono papal de Benedicto XVI cuando visitó València. “Se fabricó artesanalmente con madera maciza de haya, acabados en nogal y tapicería blanca. Las especificaciones determinaban que el respaldo tenía que estar rematado por un arco de medio punto donde se incluiría el escudo del Vaticano. Es una pieza única que después de la visita del pontífice pasó a ser propiedad de la Iglesia valenciana”.
La comisaria Ana Domínguez cuenta en Sillipedia algunos hallazgos papales: “Fue en un viaje de trabajo a la fábrica de Herman Miller, en el ignoto destino de Grand Rapids (Michigan). Íbamos con el diseñador Yves Béhar, que estaba trabajando con los fabricantes americanos en una nueva silla de oficina. En esa visita, nos dieron un paseo por las instalaciones y terminamos en un sótano donde se almacenan productos de todo tipo, prototipos, piezas especiales, etc. Fisgoneando por allí, Yves y yo levantamos un plástico y nos encontramos con un sillón de cuero blanco con un extraño escudo impreso en el respaldo. Era un modelo diseñado por Charles y Ray Eames, que se llama Executive Work Chair o también Time-Life Chair (porque se diseñó para el edificio Time-Life en 1960), con un respaldo de tres piezas (en lugar de las dos que tenía habitualmente) y equipado con ruedecillas.
Siguiendo nuestra curiosidad, averiguamos lo siguiente: la silla había sido un encargo especial, realizado en 1990 para el entonces papa Juan Pablo II. La customizaron para él realizándola en suave piel blanca y con el distintivo escudo papal en azul y rojo sobre un respaldo más alto. Y según parece, en Herman Miller fueron posteriormente informados de que el papa se había quedado encantado con su nueva silla de trabajo. ¿La conservará Benedicto o habrá pasado a Francisco?”.
Si hay una manera mediterránea de sentarse, tiene mucho que ver con la enea. Sus inicios -comenta la investigadora Mónica Piera- se remontan al siglo XVII, a finales del siguiente la demanda creció exponencialmente y desde entonces su uso ha sido imparable. (...) Las claves para entender esta alta demanda son su cons trucción sencilla y duradera y, especialmente, los materiales de proximidad, adecuados para el clima cálido y húmedo del territorio, con versatilidad de acabados. Sillas de enea las ha habido para ricos y pobres, altas y bajas, anchas y estrechas, con brazos y sin, individuales y en formato canapé, taburetes, banquetas, reconvertibles en reclinatorio y hasta parteras. Pero la variante de la que no tenemos constancia que se construyera antes del siglo XX es la silla de seis patas, esa que evita que para reclinar el respaldo tengas que levantar las patas delanteras, perdiendo estabilidad. Es tan inteligente y necesaria que tuvo que existir con anterioridad al Noucentisme, pero hasta hoy los historiadores no lo han podido demostrar.
La silla de seis patas es la versión de descanso para esas tardes bochornosas de verano en las que uno solo quiere contemplar el horizonte. (...) Los imponentes paisajes marinos de la Isla Negra en Valparaíso, escogidos por Pablo Neruda para ubicar su casa, reclamaban esa silla de relajación de seis patas”.