La Sexta adapta un programa británico sobre timos en la construcción. Raro es que no se haya estrenado antes en nuestro país, donde dicho sector ha sido tan fecundo, para nuestra desgracia y la de nuestros hijos (y puede que nietos)
VALENCIA. Siempre decimos que la televisión moderna se nutre de la vergüenza ajena como principal combustible. Ahora hemos descubierto un nuevo ingrediente sumamente interesante. Se trata de la sed de venganza. No es nada nuevo, Mercedes Milá lleva años haciéndolo. En su Diario de localizaba, por ejemplo, a gente que había recurrido a la prostitución de menores, les abordaba por la calle y les preguntaba si no les daba vergüenza.
Aquello tenía más o menos interés, no vamos a entrar ahora en esa valoración, pero el nuevo programa de La Sexta, estrenado esta semana, sí toca un problema de mucha mayor magnitud, en tanto en cuanto afecta a un gran número de personas. Constructor a la fuga trata de profesionales de la construcción que ya sea levantándote un chalé o haciéndote una reforma en casa te dan gato por liebre.
Desde esta columna proclamamos solemnemente que todos los trabajadores del gremio de las reformas y las pequeñas empresas de construcción son gente maravillosa, excelentes profesionales y mejores personas. Ahora bien, que admitan que cuando uno sale rana, la necesidad de segar vidas que puede burbujear en el interior del cliente alcanza niveles punibles por el Tribunal Penal Internacional de la Haya. Veamos por qué.
En el caso del primer episodio de este programa, un matrimonio había pagado 178.000 euros a un constructor por una casa en el campo. Pero a cambio habían obtenido cuatro paredes con cartones y otros materiales baratos que el presentador del programa lograba arrancar solo haciendo palanca con un destornillador.
Todo estaba desnivelado, había goteras, la puerta de entrada no se podía abrir completamente. Tampoco una ventana, que daba en, vaya, un grifo. Así todo. Y por si la cosa ya no fuese de por sí suficientemente triste, Antonio Hernández, el presentador, propiciaba una escena lacrimógena terrible. La mujer que había pagado por la casa había perdido a su primera pareja por un cáncer con solo 27 años. Le hacía contarlo. Y al iniciar una nueva vida y tratar de olvidar, se había topado con esto. Hernández contestaba que él perdió a su madre cuando era un niño y sabia lo que era perder a alguien querido. Raro sería que el espectador hubiera entendido a qué viene eso, pero oiga, a la hora de captar audiencia ríase de la falta de escrúpulo de Wall Street.
Por lo visto el interfecto que realizó las obras es un tal Igor. El equipo del programa se desplaza a otras viviendas que llevan su firma y la cosa no tiene parangón. A un caballero se le está hundiendo el chalé. El suelo de la casa está por debajo del de la tierra y dejando tras de sí unas grietas muy poco halagüeñas.
En otro caso, un pastor muestra la obra de arte que le han dejado, muy bien podría enviarla a ARCO. Parece que Igor cometió un pequeño error al interpretar los planos del arquitecto y construyó la casa del revés. Es decir, con la puerta del garaje dando al caminito de la entrada y todas las ventanas orientadas al muro que delimita la propiedad por detrás. Brillante.
Este hombre, el pastor, da la información más relevante sobre el constructor. En no pocas ocasiones se pasaba por dicha casa en construcción con prostitutas de lujo ¡llegadas de Pamplona nada menos! para celebrar una fiestecilla. Todos los posibles vicios, problemas y desvaríos que llevaron al empresario destruir su vida y la de los que le rodean nos los podemos imaginar sin hacer mucho esfuerzo.
Es ahí donde aparece Eugenia, una mulata de dos metros que fue policía en las fuerzas especiales, ahí queda eso, e investiga el caso para dar con el paradero del presunto estafador. Lo encuentran en Talavera y en una escena muy bien conseguida, en lugar de darle el disgusto de descubrirle con las cámaras en plena calle primero, antes le hacen una encuesta con mucha ingenuidad. El tema es la corrupción y el tío demuestra ser un cuñado español homologado por la FIFA. Dice que la corrupción le parece bien porque si trinca uno el dinero lo robará otro.
No me digan que no lo ponen a punto de caramelo. En ese instante el espectador, no solo conmovido por la situación de las familias víctimas del constructor, sino cualquier persona que haya pasado por una reforma en casa en la que le han tomado el pelo, ha perdido dinero, tiempo, nervios y salud, que no somos pocos -hay que decirlo-, siente en sus entrañas ese fenómeno catódico del que estamos hablando: sed de venganza.
En realidad es un poco coitus interruptus, llega la policía y salva al constructor, bonita metáfora, cuando pide por favor a las cámaras que dejen en paz a ese hombre. El tipo se aleja y no pasa nada más, al margen de que a la pareja le construyen una casa nueva como dios manda, que no es un detalle baladí. Pero bueno, al menos se le ve apuradillo al tal Igor. La sed de venganza se medio sacia. No está del todo mal. Tampoco procedería que le dieran la suerte de varas.
El programa es una versión del británico 'Cowboys builders'. La verdad es que los espacios relacionados con el hogar son una verdadera plaga en nuestro querido siglo XXI. Ya hablamos en su día de la ingente cantidad que enlataba Divinity. Ahora nos iremos más lejos, si se cogen el canal Fine Living tienen una parrilla diaria prácticamente dedicada en su totalidad a la filosofía del pisito.
En Fixel Upper, por ejemplo, buscan casas hechas una porquería para habilitarlas y que viva una familia en su interior. Es parecido al último tramo de Constructor a la fuga. Y en Mom Caves, para los que viven con la suegra, le habilitan un rinconcito a la señora para que esté cómoda completamente a su gusto. Pero nuestro favorito es Island Life, sobre familias que van de vacaciones al Caribe y les da por quedarse para siempre porque están hartos de la ciudad, una decisión muy americana, que lleva a asociada la compra de una mansión que puede alcanzar el millón de dólares.
Con esta obsesión por el hogar raro es que IKEA no haya sacado un realityencerrando a un grupo de gentes de bien en uno de sus establecimientos. Sería un programa de hogar, pero también con Masterchef y Bricomanía incorporados. Seguro que las tan amenas en televisión rupturas matrimoniales no faltarían y sería un éxito entre este nuevo amplio sector de televidentes tan parecidos a los curris de los Fraggle.