VALÈNCIA. La experiencia le ha enseñado a Jaume Policarpo que para comenzar un proyecto que puede resultar “tan poco original, demasiado ambicioso o inconsciente” como adaptar Hamlet, no hay que escuchar a la voz interior. Paradójicamente, la máxima que se ha autoimpuesto se contradice con el apetitoso melón que Shakespeare abrió con su magna obra, y que hoy día sigue endulzando nuestras tablas: la capacidad de sus personajes para escucharse a sí mismos.
El director de la compañía Bambalina le ha llevado la contraria al bardo inglés y ha hecho oídos sordos a esa vocecita que le pincha e increpa. En lugar de permitir que le disuada de su empresa, se ha dejado llevar “por la ilusión que inspira el deseo en un proyecto que sueñas fabuloso”.
Tan sólo hace tres días que ha terminado de montar la obra. Le restan 14 para su estreno, el próximo 7 de agosto, en el Centro Cultural Mario Monreal de Sagunto, en el contexto de la programación Off Romà del festival Sagunt a Escena.
La premisa del montaje se le podía haber hecho a Policarpo cuesta arriba: ¿Qué iba a aportar con su propia versión a la cumbre de la literatura dramática occidental? “La posibilidad de hacer más accesible un clásico que tiene fama de árido y denso”, responde.
Su manera de aproximarlo al público ha sido con un espectáculo unipersonal, en valenciano, donde un solo actor se sirve de su voz y de 10 títeres para interpretar a 20 personajes. “Vamos, el colmo”, bromea el autor.
Curiosamente, en los 38 años de trayectoria de la compañía, nunca se habían atrevido con el genio de la literatura. “Es tan recurrente que no me acababa de atraer”, comparte el veterano creador valenciano.
Con la edad y la experiencia, han llegado los arrestos. “Si no puedo ser inconsciente y tirarme ahora a la piscina sin saber dónde está el fondo, cuándo”.
A su determinación también ha contribuido la buena acogida de sus recientes adaptaciones de clásicos complejos: su versión del Fausto de Goethe, y sobre todo, La Celestina, ganadora de los premios a mejor dirección escénica, versión, actriz y espectáculo de teatro en los retomados Premios de las Artes Escénicas Valencianas.
“En todos los casos he hecho un trabajo de síntesis. Son obras muy arborescentes, ramificadas, así que me he preocupado por hacer una reducción, pero manteniendo los valores dramatúrgicos más fundamentales. El efecto que produce es que se entiende mejor”, explica el director, que en esta ocasión ha lidiado con la obra más extensa de Shakespeare, compuesta por 4.000 versos, y cuya representación fiel debería durar cinco horas. Tras meter tijera y síntesis, la desdicha del príncipe de Dinamarca que podrá verse en Sagunto se prolonga 80 minutos.
La propuesta ha sido un reto para Policarpo, que se enfrentaba a un lenguaje “un poco demasiado retórico, un poco demasiado rancio, un poco demasiado viril”. Para más inri, no disponía de una versión en valenciano de la obra, de modo que ha procedido a adaptarla él mismo: “He intentado utilizar un léxico sencillo, manteniendo el tono del lenguaje clásico, pero sin que que los personajes se dirijan de usted. El trato es más cercano y la manera de hablarse más actual, tanto en los matices como en el vocabulario. Como el valenciano es mi lengua materna, me pesa cierta sensibilidad lingüística, aunque evito que sea localista”.
Si la adaptación ha sido un reto para el dramaturgo, no digamos ya para el intérprete, Jorge Valle, que ora es Hamlet, ora es Ofelia, ora Gertrudis o Laertes. El director solo tiene parabienes para el actor que ejerce en esta obra de demiurgo: “Lo más difícil ha sido dar con el artista adecuado. Es un chico muy joven, pero tan entusiasta, versátil y entregado desde el principio, que va a ofrecer una representación más exhaustiva y con mayores matices de los que el espectador pueda esperar”.
Hace un año, con la tragicomedia de Fernando de Rojas, el director de Bambalina puso en práctica un juego escénico con los títeres poco visto, donde el cuerpo del actor se iba hibridando con la cabeza y otras partes del cuerpo de los personajes, pero aquí ha trabajado más la disociación.
“Lo he cambiado a propósito porque quería experimentar otra posibilidad. El trabajo de Jorge es más de titiritero. En La Celestina, los actores se metían en el personaje, mientras que en Hamlet, Jorge se proyecta”, compara.
Algunos personajes, no obstante, van sin títere, son incidentales y resuelven los diálogos de la escena.
“El actor no para de soltar texto en toda la función. La juventud es lo que tiene, una cabeza dispuesta a llenarse de cosas. Resulta muy estimulante ver cómo puede con todo”, se maravilla Policarpo.
La decena de títeres en los que se apoya Valle para su frenética representación recuerdan a Los Teleñecos de Jim Henson por la sencillez de su diseño y la amplitud de sus bocas.
La opción contrasta con la innovación que supuso La Celestina, donde la iconografía era estática. Miguel Ángel Camacho vuelve a firmar el diseño y la construcción de los muñecos, en los que esta vez ha primado la aspiración a alcanzar un gran auditorio. De modo que se trata de títeres grandes para un actor, esquemáticos, donde la sugestión de mover la boca está presente para que puedan verse de lejos.
En el escenario no hay muchos objetos, pero los elementos clásicos están presentes en su totalidad. Incluida la calavera. De forma que en la versión realizada por Policarpo no sólo se exploran la integridad de los temas original: la traición, la venganza, la locura, el incesto y la corrupción, sino que tampoco faltará el icónicol “ser o no ser”.