Calificar a alguien como un genio es bastante osado, pero cuando tenemos a un artista que hace lo que le da la realísima gana en sentido estricto es imposible no describir su trayectoria como genial. Es el caso de Bastien Vivés. ¿Qué es, en su situación, hacer lo que le da la gana? Pues ser conocido por El gusto del cloro, una historia de amor que transcurre en una piscina. Un relato corto, muy sentimental, cargado de simbología. Un cómic, digamos, sofisticado. El mismo camino recorrido con En mis ojos, pero en la que se considera tercera parte de su trilogía sobre el enamoramiento, Amistad estrecha, rompía la pauta con un melodrama más complicado y sin ápice de momentos poéticos.
En Hollywood Jan hablaba del bullying o acoso escolar. El protagonista trataba de vencerlo como hace la mayoría, con fantasías compensatorias. Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone y Russell Crowe acompañaban siempre al chaval al colegio. Había un cambio de registro. Dejaba de llamar al lector que ha estado enamorado o quiere estarlo e iba a por el que aún recuerda que ha sido niño.
Entretanto, aparecía Ella (S) en España, que era uno de sus primeros trabajos. De nuevo, la obra, haciendo uso de silencios, era un elegante recorrido a través de la psique de unas amigas y sus relaciones con los hombres. Y entonces apareció Polina, una obra de extensión considerable sobre una bailarina clásica. Centrado en el duro mundo del aprendizaje de la danza, Vivès aprovechaba toda esa adversidad para hablar de la amistad y lo difícil que es mantener la determinación en esta vida. Una obra mayúscula.
En ese punto tan soberbio y tan elevado al que había llevado el noble arte de la viñeta este joven autor nacido en 1984, llegó la bomba de neutrones. Los melones de la ira. Una historia breve, intensa, punk y porno a más no poder. Una broma de humor procaz y descarnado imposible de vender en plena era del boom moral en el que vivimos, pero ahí está, como los libros proscritos de En el nombre de la rosa, para el que se atreva a abrir sus páginas.
Esta era su trayectoria hasta el año pasado, junto a colaboraciones con otros autores que nos habían traído a las ladronas de guante blanco de La gran odalisca, historias de romanos en Por el imperio o Last Man, un tebeo de acción que cuenta con videojuego y serie de animación.
Y ahora, su regreso a la novela gráfica ha sido triunfal con Una hermana, de Diabolo Ediciones. Una historia veraniega que se ha comparado con el cine de Eric Rohmer.
La iniciación en la edad adulta
Nouvelle vague o no, lo que tenemos es la historia iniciática de un adolescente de 13 años que vive pegado a su hermano pequeño, del que cuida y es responsable. Todavía le queda mucho por aprender en esta vida en la que los adolescentes se emborrachan y ligan con las chavalas, pero aparecerá en su casa de vacaciones una chica de 16 años que le introducirá en esos ritos.
Por supuesto, Vivès se distancia de la mística ridícula de las liturgias adolescentes y en donde pone el foco es en esa confusa y casi desagradable pero irresistible sensación que es el primer amor. Lo que pasa, y es aquí donde el lector actual igual flipa un poco, es que en 2018, como pone de manifiesto el mismo guión del tebeo, los chavales desde críos han visto horas de porno en Internet y van un poco más rápido en ciertas cosa de lo que se estilaba antes.
Erotismo
Sin embargo, las escenas eróticas no están mostradas al detalle, aunque tampoco se eluden. Ese jugo de enseñar y no enseñar eleva la calidad de la faceta erótica del tebeo y la trama en general. No hay que olvidar que existe una diferencia de edad apreciable entre los protagonistas. Una sensación de riesgo, de que algo no es correcto en lo que están haciendo.
Es difícil olvidar la mirada del protagonista, Antoine, pasmado y curioso en cada cosa que le pasa. No en vano, Vivès solo dibuja sus retinas cuando realmente está mirando algo. Los demás personajes, incluido él, no tienen ojos la mayor parte del tiempo. Uno parece estar asistiendo continuamente al póster la película Secretos del corazón de Montxo Armendáriz. Es un recurso que el autor ha empleado en la mayor parte de sus obras.
Horas muertas veraniegas
Algo que plasma el cómic magistralmente es el paso del tiempo en los veranos que se viven de crío. Esas horas muertas en tardes que no se acaban nunca, algo muy parecido a la excepcional novela gráfica Aquel verano de las autoras canadienses y primas Jilian y Mariko Tamaki, en la que el lector podía aburrirse junto a las protagonistas, disfrutar igual de sus helados y pequeñas aventuras que suponen odiseas en esas edades tempranas y las primeras horas en las que se disfruta de una libertad relativa.
Hay una parte en Una hermana que es autobiográfica. Bastien Vivès recuerda así la época en la que se pasaba los veranos dibujando junto a su hermano. En una entrevista explicó que tardó dos años en madurar la idea de recordar aquellos momentos en viñetas. Por el camino, empezó a echar en falta no haber tenido una hermana. Si hubiera conocido a la mujer de esa forma tan cercana, explicó, igual no hubiera dibujado siempre a la mujer en un pedestal como ha hecho desde entonces.