VALÈNCIA. Pensamos que el mundo avanza y que la tecnología nos hace mejores seres humanos, pero en esta época que nos parecería de ciencia ficción no hace muchas décadas, estamos librando una gran batalla por uno de los recursos más preciados desde la Edad de Piedra: las mujeres.
Píntenlo como quieran, pero los ataques a las mujeres solteras bajo diferentes coartadas, por ejemplo, los gatos, solo demuestran que el control de la mujer importa, que es una herramienta política y económica; especialmente, económica, sostiene Kristen Ghodsee, autora de Utopías cotidianas. Si las mujeres hacen las tareas que supuestamente les son propias, como argumentan muchas cuentas en redes sociales, “por motivos científicos, por biología”, el gobierno ahorra buenos recursos en cuidados, dependencias, guarderías y muchas de sus obligaciones.
Luego puede que también haya un afán movilizador. Hay mucha gente que se siente insegura en esta época en la que por lo visto escasean las certezas. Bajo cierta educación, hay un perfil de varón que está sufriendo por la autonomía de las mujeres. Les causa malestar, ansiedad. Al igual que hemos visto unos regresos al patriotismo difíciles de prever en los años 80 y 90, y también religiosos, en este repliegue identitario la promesa de atar en corto a la mujer seduce a amplias capas de votantes, especialmente jóvenes, los más codiciados.
Siendo indulgentes, puede que el estrés económico, el miedo al mañana, el estrangulamiento social del crecimiento de la desigualdad, sea lo que genere estos estados neuróticos. Por lo pronto, Ghodsee ha publicado un ensayo que recoge alternativas de organización social que puedan aliviarlo. Su anterior trabajo, también lanzado por Capitán Swing, Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo, precisamente denunciaba el fenómeno de que, si bien la mujer no puede trabajar porque tiene que criar hijos si no puede permitirse guarderías, muchos hombres por sus bajos ingresos no podrían mantener una mujer si esta deja de trabajar, con lo que no son aptos para procrear. He ahí el drama. La tragedia americana, la de sus trabajadores concretamente.
Este libro emocionó mucho, por su título, a los que añoran el socialismo real sin haberlo conocido y sin haberse tomado la molestia de leer una línea seria sobre él, pero en realidad citaba los países socialistas donde el aborto no estaba permitido, la doble jornada para las mujeres era extenuante, el techo de cristal era de hormigón y la propaganda fomentaba roles de género tradicionales y tradicionalistas solo que con estrellitas rojas a los lados. Este último volumen, sin embargo, trasciende la utopía más famosa del siglo XX, reconvertida en dictaduras mafiosas y fascistas en el XXI, para entrar en otros ejemplos con los que cuestionar nuestro sistema de valores.
En el Wall Street Journal, cuando lo comentaban, se hacían eco de una columna publicada por David Brooks, del New York Times, en la que criticaba el modelo de familia estadounidense, la nuclear, porque “perder el apoyo de familias, grandes, interconectadas y extensas libera a los ricos, pero devasta a la clase trabajadora y los pobres”. En muchas ocasiones, cuando se echan números sobre las economías del sur y este de Europa, se comenta que sin los lazos familiares propios de estas culturas, la situación sería extremadamente delicada.
En Estados Unidos lo es. La regla más que la excepción, es que la familia nuclear se disuelva con la mayoría de edad de los hijos, que pasan a ver a los padres una vez al año. Si hay un divorcio, los padres se pueden quedar solos. La amistad no es tan preciada en ese país, es más superficial, y el capitalismo ha llegado a unos niveles de expansión sin control que en lo relativo a la Sanidad y la Educación crea verdaderos problemas. Los estudiantes, endeudados hasta las cejas para poder seguir sus estudios, sufren problemas de ansiedad y depresión antes siquiera de empezar su proyecto de vida.