VALÈNCIA. “Este cuadro me pertenece, pero no del todo. Este cuadro pertenece a todos los demócratas que han creído en él y han luchado por él”. Con estas palabras se refería Juan Genovés (València, 1930) a su pieza más icónica, una obra que no solo marcó el espíritu de la Transición sino que ha tenido vida propia décadas después de su producción, una obra que sigue siendo relevante casi medio siglo después de pintarla. Perteneciente a la colección del Museo Reina Sofía, el cuadro se erigió como símbolo de la democracia en una España que dejaba atrás la oscuridad de la dictadura franquista, una pieza que, más tarde, fue utilizada como cartel por la Junta Democrática para pedir la amnistía de los presos políticos, lo que llevó a la detención de Genovés, que pasó ocho días incomunicado en la Dirección General de Seguridad. Por supuesto, hablamos de El abrazo (1976). La obra tiene ahora su casa en el Congreso de los Diputados, una imagen que sigue enmarcando momentos históricos. El último, la Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid este mismo verano.
"Es curioso ver cómo las imágenes icónicas se van transformando", reflexionó Pablo Genovés, hijo del artista, durante la presentación de la nueva exposición que recorre la vida y trayectoria de su padre, una de las grandes apuestas expositivas del curso que acogen hasta abril las salas de Fundación Bancaja. El completo recorrido, claro, cuenta con ese abrazo que viaja de nuevo a València y que, en este complejo 2022, sigue sumando capas de reflexión. La propia comisaria de la muestra, María Toral, quien presentó la exposición junto a Pablo Genovés y al presidente de Fundación Bancaja, Rafael Alcón, así lo subrayó: sus pinturas siguen siendo relevantes en una Europa en guerra, una serie de pinturas que, más allá de esa imagen icónica de unidad, también muestran un momento histórico que “no fue tan idílico”. Así, la muestra presenta duras imágenes inspiradas en la guerra y la dictadura, imponentes sombras de aviones sobre el pueblo o teleobjetivos que hablan de una angustia que sigue estando presente en la vida de millones de ciudadanos.
Antes de seguir con el artículo, un pequeño apunte. A partir de ahora no hablaremos de Juan Genovés, sino de Joan –aunque ambos nombres se fueron colando de manera intermitente durante la presentación de la retrospectiva-, un guiño a la infancia del pintor, a València y, también, una respuesta póstuma a una “petición personal” que hizo años atrás y que, sin embargo, no le fue concedida por el riesgo de generar confusión entre el público, explicó la comisaria. Su deseo se hace ahora realidad. Sea Juan o Joan, Genovés desembarca ahora en Fundación Bancaja con la que supone una de las retrospectivas más completa e importante que se ha hecho hasta la fecha del artista, una revisión de su obra que va desde la década de los 60 hasta el 2020, año en el que falleció, y que dibuja una de las grandes exposiciones del año en la ciudad.
Esta exposición es un homenaje a su trayectoria artística y vital y, también, una reivindicación de su rol en un momento histórico que, denuncia su propio hijo, en cierta medida se ha ocultado. "Echo en falta una retrospectiva en el Museo Reina Sofía de Juan, que nunca ha tenido. Me parece muy injusto. Uno de los pintores internacionales, no porque yo lo diga sino porque lo dice su curriculum, más importantes nunca ha expuesto en el Reina Sofía [...] ¿Por qué una parte de la Historia de España, que no hay ningún artista que la haya reflejado tan detalladamente, no se enseña?", reflexionó Genovés hijo durante la inauguración, quien apuntó a la necesidad “urgente” de crear un centro expositivo que narre la Historia reciente de España, un proyecto que sería una manera de “sanar” una “herida” que todavía sigue abierta. “En vez de Transicion es una concesión".
“Los pinceles y el lienzo acompañaron a Joan hasta el último momento”, subrayó por su parte Rafael Alcón. Y es, precisamente, el final de su trayectoria el punto de partida del recorrido expositivo. Una pieza sin firmar ni acabar es la que da la bienvenida al espectador, una de sus ‘multitudes’ que, sin embargo, se presenta medio desnuda. En esta pintura inacaba la parte superior de la tela no tiene el volumen tridimensional que caracteriza a sus personajes, algo que sí aparece en la parte inferior, un proceso a medio terminar que encuentra su valor en la oportunidad de intuir el proceso de creación de Joan Genovés. Esos personajes, además, nunca viene solos, pequeños individuos al que Genovés dota de personalidad añadiendo un volumen que no solo parte de la pintura, sino también de objetos cotidianos como puede ser un botón, un lapicero o, en este caso, un último guiño al público: una pequeña fotografía suya escondida entre la multitud, un cameo casi hitchcokiano que le sirve de despedida del espectador.
Este punto y final se enmarca en la producción que vino haciendo desde la década de los 90, un momento en el que recupera a esos hombres y mujeres anónimos que pintó en sus primeros años, donde puntos y siluetas sin identificar se vuelven los protagonistas de su obra. En este periodo, explican desde el centro cultural, Genovés sigue interrogándose sobre la naturaleza humana en pinturas en las que los cuerpos se sienten atraídos por distintos ejes en composiciones complejas. En este recorrido inverso cobra especial relevancia, como punto de inflexión, esos años 80 en los que el artista, igual que el país, estaba en transición –en este caso en minúscula-, un momento de “crisis creativa” en el que, tras el golpe de estado fallido de 1981, se refugia en paisajes urbanos frecuentemente solitarios.
Y de vuelta al inicio de la exposición, en la que convive El abrazo y esa pieza sin firmar que, sin quererlo, ha supuesto el paréntesis con el que ha cerrado su trayectoria, una sala que, antes de llegar a la luminosidad de la multitudes, muestras sus primeros años de creación en los que su temática principal había sido la resistencia al régimen opresor, una etapa en la que bebió el pop art para transformarlo en otra cosa. “Él transformó el rojo de las latas de sopa Campbell de Andy Warhol en manchas de sangre", apuntó Pablo Genovés. Su compromiso político sirvió para fotografiar el sentir de una época, una obra que “en ningún momento” fue propagandista, aunque sin duda fue una manera de trabajar de forma explícita en el complejo camino hacia la democracia. “No fue usado en ningún momento, todo lo contrario. Contó una verdad”, reivindicó la comisaria. Ahora esa obra vuelve a ponerse sobre la mesa, de nuevo en las salas de exposición, de nuevo en su València y, de nuevo, relevante.
El Año Sorolla clausura sus actividades en València con una gran exposición en Fundación Bancaja en la que la emoción une el trazo del pintor y el relato de Manuel Vicent