La serie sobre un ejecutivo en una discográfica de música rock en el Nueva York de los 70 pone en evidencia los problemas actuales de HBO, pese a tener asegurada una segunda temporada
VALENCIA. “HBO ya no protege a los creadores”. Bobby Cannavale, protagonista de Vinyl, no tiene pelos en la lengua. El actor que interpreta al ejecutivo discográfico Richie Finestra confirmaba el mes pasado todas nuestras sospechas. El estreno más potente de la temporada de la mano de la prestigiosa cadena de cable rompía por primera vez con una de sus máximas: el respeto a sus guionistas.
La serie creada por Mick Jagger, Martin Scorsese, Rich Cohen y Terence Winter, después de la emisión de su primera temporada, es en cierta forma un fracaso, pese a la insistencia de la cadena en demostrarnos que estábamos delante de la serie del año. El hype renovó por una segunda tanda tras la emisión de su primer episodio, con tan solo una audiencia de 700.000 espectadores. Había que demostrar que estaban todos encantados, y fomentar una imagen cara al público de éxito. Posteriormente, algunos medios que aplauden cualquier mojón que venga de las cadenas de moda se ocuparon de amplificar el mensaje: HBO emite caviar.
La ficción ambientada en el Nueva York de los años setenta durante el nacimiento del punk, la música disco y el hip-hop, sigue la trayectoria de Richie Finestra, un ejecutivo de una discográfica en crisis. A lo largo de diez episodios presenciamos la faceta profesional de este frustrado candidato a Don Draper de la industria musical, con la búsqueda constante de nuevos talentos dentro de un sello que es un auténtico desastre.
Por otro lado somos testigos de su vida personal, con un matrimonio a punto de romperse, mientras que este ejecutivo de moda, superficial, en absoluto empático y con un ego desmedido, vive enganchado a la cocaína y el desenfreno, en un claro parecido al personaje de Henry Hill en Uno de los nuestros.
Si no les parece suficiente todavía hay más ingredientes en este coctel que unas veces sabe dulce, otras amargo, y que al final nos deja un sabor a agua insípida. En los primeros capítulos se comete un asesinato, el protagonista, claro, tiene mucho que ver en el caso, y de vez en cuando aparece la mafia rondando por su vida.
Entre todas estas tramas se exhiben todos los clichés sobre la época y las leyendas del rock, en una carrera por no dejarse ni un solo chascarrillo. En cada capítulo aparecen algunos cameos episódicos que interpretan a músicos como los New York Dolls, Led Zeppelin, Lou Reed o David Bowie. Personalidades populares de la música rock metidas con calzador únicamente para satisfacer a los mitómanos, y seguramente también a Mick Jagger, uno de los productores ejecutivos. Todos estos ingredientes dando tumbos entre la indefinición.
Terence Winter, coproductor ejecutivo y responsable de los guiones, y que en su momento fue el creador de Boardwalk Empire además de guionista en Los Soprano, decía que “si uno trata de hacer una película sobre la historia del rock and roll, uno está muerto”, según contaba Bobby Cannavale que le había confesado en una ocasión el propio showrunner. La sinceridad del escritor entre tanta firma de renombre fue la crónica de un despido anunciado: a final de temporada abandonaba la serie por decisión de la cadena.
De los cuatro productores ejecutivos responsables del proyecto tenía que ser precisamente Winter al que despidieran, cuando se trata de un escritor con trayectoria en televisión, el único que se enfrentaba de verdad delante de una página en blanco para construir el guión, y que seguramente lo hacía repleto de notas e indicaciones que venían de parte de los otros tres. Seguro que a mis compañeros guionistas les sonará esta situación tantas veces vivida. No disparen al guionista, si es el único que acaba de decir una verdad como un templo, hagan el favor.
Del resto de responsables, las incursiones seriéfilas de Martin Scorsese en HBO, tanto en Boardwalk Empire como en Vinyl, han venido acompañadas siempre de mucho bombo y una apuesta avalada con un cheque en blanco, apoyada únicamente por el prestigio de su nombre. Con Boardwalk Empire HBO consiguió una cifra récord de ventas en el mercado exterior con tan solo el visionado de su piloto sin terminar, enormemente costoso, por otra parte, con respecto a la media de un episodio de la cadena.
160 países se rindieron a la compra de derechos con un piloto que ni siquiera era definitivo. Lo nunca visto en todos los aspectos. Pero se trataba de Scorsese. Para HBO significó un giro empresarial fundamental: se complementaba por primera vez parte del presupuesto de un proyecto con las ventas internacionales. Un camino que ha conocido su recompensa tiempo después en otras producciones de la casa como Juego de Tronos.
En aquel primer episodio de Boardwalk Empire, el magnífico director de cine demostró su impronta en la dirección, con planos-secuencia, travellings o steadys, y una ambientación de lujo. Lo mismo ha ocurrido en Vinyl con un capítulo primero de dos horas de duración que es un delirio de maestría, pero un aburrimiento supino. Es la segunda vez que Martin Scorsese exhibe su incuestionable talento como director, recrea unos ambientes que son un auténtico sueño, y deja en evidencia sus carencias en todo lo demás.
Porque el resto de aptitudes necesarias para ser un productor ejecutivo completo en una serie de televisión, que no es ni mucho menos lo mismo que una película, principalmente por los aspectos de estructura, guiones y tramas de una temporada completa, desde hace bastante tiempo generan cierto escepticismo. Uno ya sabe que Scorsese en televisión quiere decir que tendremos un capítulo piloto dirigido por él, que durará el doble de lo habitual, que costará el triple que lo habitual, que estará repleto de escenas ambientales magníficas visualmente, que el guión será el aspecto más débil, que algunas situaciones nos sonarán a alguna de sus películas, y que después la serie normalmente irá cuesta abajo porque los guiones flojearán.
Qué decir, por otra parte, de Mick Jagger. Un experto en el show business, el cantante de los Stones, una banda mítica, y poco más podemos añadir. Cualidades que no sirven de mucho para dotar de lo necesario a una serie de televisión, además de servir para tomar notas sobre jugosas anécdotas de la historia de la música. No sé si recuerdan la película de Cameron Crowe Casi Famosos. Aquella que trataba de un periodista de la revista Rolling Stone que cubría la gira de una banda ficticia inspirada en Led Zeppelin. A Vinyl le ocurre exactamente lo mismo. Es una exhibición de mitomanía y de clichés.
Da la impresión que HBO está perdiendo el rumbo ante un mercado cada vez más competitivo, con la llegada de las plataformas bajo demanda como Netflix. El gigante online produce a estas alturas series como churros, superando a día de hoy a las cadenas de cable como HBO en horas de producción, algo que le permite tener mayores probabilidades para acertar, y sobre todo para mantenerse en el ruido mediático.
Si analizamos las decisiones de HBO de los dos últimos años, da la sensación que la experiencia con el joven Nic Pizzolato tras la fracasada segunda temporada de True Detective haya hecho mella entre sus ejecutivos, y que de ahí venga este golpe de timón por parte de la cadena de cable, en el que por primera vez vemos manejar el barco a más capitanes que marineros, y últimamente el creador ha pasado a ser una figura secundaria entre tanto productor ejecutivo estrella del cine y del rock.
Se preguntarán que pasó en True Detective. Justamente todo lo contrario que en Vinyl. Nic Pizzolato, un escritor de una única novela, eso sí, un best seller, escribió una primera temporada, ojo, junto a un nutrido equipo de guionistas, dato importantísimo porque así es como han trabajado habitualmente, por ejemplo, David Simon, David Chase, o cualquiera de los más grandes guionistas de series de televisión. La única excepción sonada es la de Aron Sorkin en la temporada cuarta de The West Wing, que se tradujo en un caos con las fechas de entrega.
En la segunda, Pizzolato decidió eliminar a todo su equipo de guionistas con los que acababa de cosechar un gran éxito, algo incomprensible, y en consecuencia se echó el peso de los guiones él solo. Además despidió también al magnífico director Cary Fukunaga, el creador de aquellos ambientes visuales de Lousiana. ¿Estamos locos? ¿Qué ejecutivo de cadena permite eso? ¿Dónde estaba entonces HBO para impedirlo? Negarse a contar con un equipo de guionistas bajo su propia supervisión, sin perder su incuestionable independencia, algo que HBO hasta entonces respetaba escrupulosamente, dice mucho de su desconocimiento de la industria, donde las horas de emisión se consumen como la espuma, y el plan de producción no puede parar por nadie.
Da la impresión que la inseguridad se ha apoderado de HBO. Tal vez la solución sea volver a los orígenes, rebuscar en el mercado de nuevo a los David Simon, Matthew Weiner o David Chase disponibles. Dejar el rock&roll para los rockeros, y que recojan el testigo de nuevo los guionistas de oficio. Que vuelvan a inventar historias con independencia, y eso sí, en equipo, que es como se hacen las cosas en televisión y funcionan. Al menos a HBO le funcionaban.