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memorias de anticuario

Viva el vino… en el arte

“Si bebes agua, nunca podrás producir una obra de arte”, Cretino (poeta griego)

6/06/2021 - 

VALÈNCIA. Creo que la primera vez que percibí el profundo olor del vino fue cuando acompañé a mis padres por primera vez a la cooperativa Virgen Pobre de Jalón, que presidida por sus enormes barricas todavía existe al pie de la carretera que recorre el valle, espero que por muchos años más. Fue mucho tiempo después cuando intuí que aquel zumo fermentado me iba a gustar y mucho. Tras más de un año sin poderlo hacer, esta semana nos hemos vuelto a reunir un cuarteto de amigos, entre los que el vino actúa de aglutinante. De los cuatro yo soy el diletante puesto que los otros tres están vinculados profesionalmente de alguna forma a ese mundo tan apasionante. Me gusta mucho el vino y también disfruto cuando me hablan sobre historias de ese mundo un tanto mágico, quienes saben mucho más que yo, y he tenido la gran suerte (algunos pensarán que también la desgracia por no volverlo a repetir) de probar algunos que nunca entrarán en mi presupuesto. Creo que en estos tiempos que están por venir, a pesar de las muchas dificultades, se van a descorchar muchas botellas porque a pesar de todo también hay cosas que celebrar, aunque sea los reencuentros, y tenemos todas las ganas del mundo. Hablar sobre vino y arte es lo que me trae hoy, y en ningún caso del arte del vino en estos tiempos en que hasta los futbolistas hacen arte. Una expresión la del arte en la cocina y en la copa que la hemos escuchado a más de un chef, de un vinatero, pero ni fabricar un gran vino ni la cocina en sus facetas más originales pueden tratarse de arte, por mucho que amemos aquel y practiquemos esta. Sin embargo, el vino, sus dioses, sus efectos sobre el alma y sobre la capacidad para manejarse, y la relación del hombre con la actividad agrícola entre otros muchos temas, han encontrado reflejo en el arte en numerosas ocasiones.

Existe cierto coleccionismo relacionado con el vino, más allá del líquido elemento embotellado cada añada por las infinitas marcas. Descorchadores, enfriadores, copas, catavinos… en cuanto a estos últimos interesa abrir un paréntesis por lo que nos atañe. Estos pequeños cuencos fabricados en los más diversos materiales, desde la antigüedad, eran usados para contener una muestra de vino procedente de la barrica, tinaja o ánfora, para ser degustado o catado. Con el fin de sostener estos pequeños recipientes con mayor seguridad portaban dos salientes llamados popularmente “orejetas”. Son piezas de coleccionista ante todo de cerámica, más allá de la afición al vino o no del interesado. Se buscan, por su especial interés los fabricados en Manises y Paterna, en la Edad media y hasta el siglo XVIII en la técnica decorativa del reflejo metálico, aunque también se empleaba el azul cobalto y otros colores. 

Catavinos de Manises, en reflejo dorado, del siglo XVII

El vino es un producto que se origina a orillas del Mediterráneo, y durante el Bajo Imperio Romano es incluso signo de identidad de un pueblo frente a los bárbaros que enarbolan jarra en mano la cerveza como su bebida favorita. El vino tiene su propio dios, Dionisos en la Grecia antigua y Baco en la civilización romana, y ¿qué se puede decir que no se sepa, del papel del vino en la liturgia cristiana?

Todo aquello que gira en torno al vino ha sido un asunto recurrente en el mundo del arte apareciendo citado a lo largo y ancho de la historia de la pintura en toda clase de soportes desde la escultura arquitectónica en edificios religiosos, pinturas murales desde Roma, la Edad Media: San Isidoro de León (Siglos XI-XII) y su celebre calendario agrícola dedica marzo a la poda de la vid y septiembre a la vendimia. En el terreno de la mitología es el protagonista de la bacanal pintada por Tiziano (museo del Prado) en la que incluso aparece un niño un tanto piripi, o las numerosas representaciones del dios Baco como las de Caravaggio por partida doble o el Sileno del setabense José de Ribera. Incluso en los célebres borrachos de Velázquez la divinidad comparte mesa con un españolísimo grupo de amantes del buen beber con un delator color en su tez. También aparece el tema del vino como el centro de las celebraciones del pueblo tal como puede verse en muchas obras holandesas del siglo XVII. Típicas escenas de tabernas en las que puede escucharse los cánticos y percibirse los indescriptibles olores que permanecían en suspenso en esas casas de comidas. Merece la pena recordar que una de las grandes adquisiciones para el patrimonio español de los últimos años fue una gran sarga autógrafa de Peter Brueghel el Viejo sobre la fiesta del vino (1565-68), y que se expone en la actualidad en el museo del Prado. La espectacular obra representa el día de San Martin, fecha que coincidía con el primer vino de otoño que se repartía junto a platos de oca guisada. Brueghel recoge la muchedumbre como una masa descontrolada a la búsqueda de la borrachera, sin discernir entre estamentos sociales, convirtiéndose la obra en una censura moralizante que peca a través de la gula y la bebida. El pintor belga David Teniers, activo en el siglo XVIII, es un auténtico especialista en la materia de escenas populares en las que se degusta vino como si no hubiera un mañana. Existe un cuadro fechado en 1660 que recoge una de las tradiciones flamencas: durante la epifanía los comensales debían coronar como rey a uno de los comensales y tal honor correspondería a quien hallara el haba en el pastel. Eso sí, no sin antes dar buena cuenta de un largo trago de vino mientras los acompañantes entonaban la popular tonadilla “El rey bebe” cuyas notas y letra desconozco. Interminable sería la relación de bodegones desde el siglo XVII hasta Picasso y más allá en los que el vino es uno de los protagonistas.

Sarga de Brueghel el Viejo sobre la fiesta del vino.

La estética y el vino

El arte en la botella. Muchas bodegas han recurrido en ocasiones a artistas para ilustrar sus etiquetas. Todo comienza con la famosa serie que para Chateau Mouton Rochschild realizaron artistas de la talla de Miró, Dalí, Kandinsky, Chagall, Picasso o Andy Warhol. Se trata de una idea que surgió en los felices años 20 del siglo pasado, concretamente en el año 1924 y con el artista Jean Carlu. Quizás era un buen momento para celebrar el final de la guerra y de la mal llamada epidemia de la gripe española. Tras el experimento llega un tiempo muerto que se prolonga hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Y de la etiqueta a la arquitectura bodeguera. Todo aquello que gira en torno al vino genera pretensiones estéticas hasta el punto de que, en las últimas décadas, no hay bodega de prestigio que se precie que recurra a un célebre arquitecto internacional para crear la imagen del caparazón de la bodega y que sea identificable en su estilo fácilmente reconocible, emergiendo del mar de viñedos. Calatrava, Foster, Ghery, Bofill, Moneo, Hadid o Rogers son nombres que salen a relucir en las rutas de bodegas de nuestro país. En la Rioja es especialmente llamativa la sucesión de hitos de la nueva arquitectura que salpican las colinas.

 Bodega diseñada por Santiago Calatrava en La Rioja.

Finalmente, permítanme que me ponga algo repelente y que aproveche la oportunidad. Como habrán observado a lo largo y ancho de estas líneas no he empleado el sinónimo “caldo” para referirme al vino. Con cariño, no lo hagan. Cada vez que se hace, algo terrible acontece en el otro extremo de la galaxia. Un caldo es una infusión por medio de agua en el punto de ebullición-como todas las infusiones- bien de carnes, verduras o pescados. El vino no es un caldo, es un zumo fermentado, ni más ni menos. 

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