LAS SERIES Y LA VIDA 

'Wanderlust', o cómo distinguir entre sexo, amor y aburrimiento conyugal

1/12/2018 - 

VALÈNCIA. Parece que ya solo The Big Bang Theory cree en las bondades del matrimonio. Más bien proliferan las series que nos cuentan lo difícil y frustrante que es eso del “juntos para siempre”, lo de centrar el deseo en una única persona en lo que queda de vida, lo de dedicarse al cónyuge y a la prole mientras la vida pasa. No me refiero a las consabidas infidelidades, amantes y aventuras extraconyugales que invaden las ficciones desde siempre para que haya nudos dramáticos y argumentos. Me refiero a relatos que ponen en cuestión la monogamia, el matrimonio, la pareja, eso que constituye la base de la familia y la sociedad. Una enmienda a la totalidad.

Últimamente dramas, melodramas, comedias y dramedias se centran en la vida de parejas de mediana edad ancladas en el aburrimiento y en plena crisis, más o menos aceptada. Ahí está Divorce, la serie interpretada y producida por una Sarah Jessica Parker bastante alejada de Sexo en Nueva York, y que disecciona la llegada del desamor y el proceso de separación. O la sorprendente Forever (no confundir con el procedimental aquel del tipo inmortal que resolvía crímenes), con Fred Armisen y Maya Rudolph. O I love Dick, la extraña serie de Kevin Bacon, Kathryn Hahn y Griffin Dunne, que expone en toda su crudeza lo incontrolable y conflictivo que puede llegar a ser el deseo sexual.

En todas ellas vemos a buena gente que intenta que la pareja funcione, pero la cosa no acaba de mejorar por más que se intente o se aparquen algunos anhelos y la insatisfacción. Unas parejas se quieren más, otras menos pero, en general, todas se aburren y languidecen en un mundo de rutinas, obligaciones y cero pasión al que han llegado sin saber cómo. De pronto, alguno de los cónyuges, o ambos, piensan que aún queda mucha vida por delante y mucho deseo y mucha energía y al mirar alrededor no ven horizonte, solo lo mismo de siempre y un montón de oportunidades perdidas.

La última serie de estas características que ha llegado es Wanderlust, una producción de la BBC y Netflix, protagonizada por la gran Toni Collette y Steven MacKintosh. Es una adaptación en seis episodios de la obra de teatro de Nick Payne hecha por él mismo. Joy y Alan Richards llevan más de veinte años juntos. Ella es terapeuta y él es profesor. Tienen tres hijos ya mayores y han construido un hogar agradable y bastante armonioso. Su relación es buena en todo, excepto en una cosa, el sexo. El deseo se esfumó por ambas partes. Un buen día deciden enfrentarse a ello, en vez de hacer como si no pasara nada o como si fuera normal. Y así se confiesan el uno al otro la verdad: se quieren pero eso no basta. En palabras de Alan: es como si estuviera "viéndome a mí mismo, tratando de desear desearte". Y, al fin y al cabo, les queda mucha vida por vivir y hacerlo así no tiene ninguna gracia. Es doloroso, pero hay que resolverlo.

Y puesto que no quieren separarse, porque lo que han construido juntos les gusta, igual que les gusta hablar y compartir tiempo y actividades juntos, deciden que la solución pasa por acostarse con otras personas para satisfacer esa parte insatisfecha de su vida. Y contárselo entre ellos, porque nunca se han ocultado nada y porque no se trata de una infidelidad, sino de un modo de vivir. Tras este arranque, la serie parece moverse en un tono ligero, en el que las muchas dudas e inseguridades que tienen y las situaciones en las que se ven ante la aventura que han decidido emprender nos arrancan una sonrisa y nos provocan cierta sensación de condescendencia y superioridad; estamos ahí con una sonrisilla altiva como diciéndoles: pero, ¿qué hacéis?, esto no va a funcionar. Lo único que queréis es follar sin sentir culpa. ¿Qué os creéis? ¿Qué os podéis saltar las reglas así como así? El matrimonio es esto y ya está.

Solo que la ligereza, y con ella nuestra sonrisa condescendiente, van desapareciendo a favor de un tono más grave, profundo y, sobre todo, complejo, uno que va desvelando una insatisfacción que va mucho más allá del sexo y que hace cuestionarse a los protagonistas toda su vida y muchas de sus decisiones. Es ahí donde la validez de la monogamia en nuestro mundo actual se pone en cuestión y se lleva hasta sus últimas consecuencias. Y no lo hace, como en muchas ficciones, a través del fácil recurso de guion de hacer que se enamoren de otras personas que les pongan patas arriba su existencia plácida, sino mediante el mucho más difícil proceso de preguntarse quiénes son y por qué están como están.

Un aspecto muy interesante de la serie es el hecho de que ellos hacen pública su decisión de vivir de ese modo, con relaciones sexuales fuera del matrimonio, y esto provoca todo tipo de reacciones, ya que su comportamiento hace saltar, de forma descarnada, los límites de un modelo afectivo y sexual que va en contra del deseo y de la libertad. Pone en evidencia algunas de las inestables y a veces dañinas bases sobre las que se asienta la institución matrimonial: que la fortaleza o el éxito de una pareja se mida por el hecho de no acostarse con otras personas o que la culpa, la maldita culpa, deba acompañar al deseo .

 El hecho de que Joy sea terapeuta incide en todas estas ideas y se revela como un aspecto fundamental de la serie, desde un punto de vista narrativo y temático. Hay, sin duda, una defensa de la terapia, de la cura mediante el habla, como medio para enfrentarse a los miedos, deseos y dudas, en la línea de series como la recordada En terapia o la interesantísima Tell me you love me, una serie que pasó injustamente desapercibida, a pesar de su calidad y su audacia. Ambas, además, inciden en los temas que estamos comentando. En la enorme importancia del sexo y la presencia de la culpa, esa que llevamos incrustada hasta la médula y de la que tan difícil es librarse.

No está sola Wanderlust en este cuestionamiento de la monogamia y la defensa de una libertad sexual negada en esa falacia del amor romántico que nos venden como el único ideal o destino posible. Tú, yo y ella es una comedia en la que una pareja que se quiere pero se aburre introduce una tercera persona y con ella consiguen el equilibrio y la armonía que necesitaban. El trío, un ejemplo de poliamor, es un desafío para todos los implicados. El tono aquí es menos grave que en Wanderlust, pero muy incisivo y ofrece un retrato muy interesante y sin moralinas de una forma de vivir alejada de lo convencional.

El amor y el deseo son temas centrales en los relatos de nuestra cultura y en la producción audiovisual de ahora y de siempre. Que algunas obras desafíen las fronteras de lo socialmente establecido, que nos hagan pensar sobre los límites de aquello que construye el armazón social en el que vivimos, que nos permitan fantasear con que las cosas pueden ser de otro modo, por muy sorprendentes o extrañas que parezcan las decisiones adoptadas, que muestren, en suma, toda la complejidad que llevamos en nuestras identidades y deseos son muestras de la grandeza de la ficción y de por qué las necesitamos y disfrutamos tanto.

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