VALÈNCIA. Que no cunda el pánico. Intentaré que no sea un pormenorizado y árido recorrido cronológico de estos treinta años plagados de nombres y fechas, aunque es inevitable que cite algunos de ellos. Años en los que las luces, muchas, necesariamente deben diluir unas sombras que amenazaron, no mucho tiempo ha, en instalarse en los rincones sus preciosas y diáfanas salas. Debo reconocer que por cuestiones de edad, en su momento no fui todo lo consciente que debería de la importancia en mi vida y en la de muchos valencianos de aquel pionero edificio erigido junto al viejo cauce y en el extremo norte del barrio del Carmen, en lo que en su día ocupó la muralla cristiana. Un edificio de indudable calidad pero que prefiere ser discreto, alejado de la arquitectura-espectáculo que estaba por venir muy pronto. Si se hubiese construido solamente diez años después, sus pretensiones “hacia afuera” muy posiblemente habrían sido otras más, digamos, “llamativas”. La funcionalidad del mismo lo ha dotado de unas salas espectaculares diseñadas con el único y principal propósito de exponer de la mejor forma posible el arte de los últimos ciento y pico años. Déjenme que me quede, no obstante, como mayor licencia, con su audaz escalera, su símbolo de hechuras escultóricas. El edificio diseñado por Emilio Giménez y Carlos Salvadores, es el primero de una serie de centros de arte moderno que tanto necesitaba nuestro país. El Reina Sofía vino luego, que se sepa. Fue un gran proyecto pero no hubo que hacer muchos malabarismos dialécticos para justificar su razón de ser: València era por aquel entonces sinónimo de vanguardia en el arte español y el IVAM la materialización de ello. Nombres de la segunda mitad de siglo en València eran Equipo Crónica, Equipo Realidad, Grupo Parpalló. Artistas como Josep Renau (imprescindibles los fondos sobre este imprescindible autor, de los que dispone el museo), Eusebio Sempere, Juan Genovés, Anzo, Carmen Calvo, Ángeles Marco, Andreu Alfaro, Francisco Lozano, José María Yturralde, Miquel Navarro. Artistas y grupos todos ellos valencianos que han tenido merecidamente sus exposiciones en el IVAM. Junto a ellos otros muchos otros valencianos y españoles cuya relación haría este artículo interminable: Chillida, Saura, Chirino, Ráfols Casamada, Tàpies, Francisco Sebastián, Millares etc etc).
Debo al IVAM que me haya dado a conocer a artistas que poco o nada sabía de su existencia, y que descubrí en esos años de juventud en los que uno va conformando su gusto personal e incluso sus líneas rojas. Le debo que haya contribuido a aprender a mirar todo aquello que hay “detrás del cuadro”. Le debo el hecho de cambiar mi mirada y ampliarla, y , por tanto, a ser crítico y a dialogar con uno mismo ante lo que tiene delante, en algunos casos, desconcertante, en otros fascinante. El arte nos ayuda a conocernos mejor.
Quizá no sea una exposición de la que se acuerde todo el mundo, pero todavía mantengo fresca la impresión que me causó aquella que ocupó las paredes de unas de las pequeñas salas en 1998, y que estuvo dedicada al artista checo Alfred Kubin y todo aquel expresionismo mundo sumamente inquietante y onírico. 'Sueños de un vidente' era el irresistible título que me hizo flanquear la puerta. Realmente no tenía ni idea de quien era aquel tipo tan extraño, y no iba, de hecho, a visitarla, con lo que el golpe fue todavía mayor. La amplia (más de un centenar de obras) exposición antológica que dedicó el IVAM en 1990, al pintor suizo Paul Klee, y su complejo universo interior, donde cada pequeña obra era un microespacio irresistible de color y formas geométricas que nada tenía que ver con su predecesora, también fue un hito de aquellos años. Dos exposiciones con autores que empiezan por K que demuestran que en el arte el tamaño de las obras no importa. Se puede ser un gigante en los pequeños formatos, pero también en los grandes, como es el caso de Francis Bacon. Difícil olvidar la visita con mis padres de la exposición sobre el autor inglés en 2003. Una muestra que me temo que hoy en día sería imposible repetir. En el otro extremo situaríamos la particularísima idea que sobre el arte tenía Giorgio Morandi. Muchos valencianos conocieron al gran artista italiano a través de aquella gran exposición de finales de 1999. Como también muchos descubrieron que el arte puede hallarse en los espacios inmateriales que crea la misma luz con la histórica exposición dedicada a James Turrell, entre 2004 y 2005, que significó uno de los grandes éxitos de público del IVAM. Hay que decir que el catálogo que se publicó con ocasión de esta muestra es hoy un objeto de coleccionistas en todo el mundo, alcanzando cifras de hasta diez veces el precio por el que se vendió en su día en el museo. Si no recuerdo mal fue en la sala de la muralla donde se expusieron obras exquisitas de Zoran Music y James Wisthler. Para robar una a una.
Me impresionó la enorme imaginación y la insondable creatividad de Jasper Johns con la exposición 'Las huellas de la memoria'. Georges Grosz también es de esos artistas de entreguerras que se le quedan a uno impregnados y que ya conocía cuando el IVAM le dedicó una exposición en 2011. Parecía difícil pero sucedió que nuestro museo del barrio del Carmen reuniera una exposición dedicada a uno de los maestros del expresionismo abstracto Willem de kooning un artista cuyas obras hoy en día alcanzan precios astronómicos. Otros artistas fundamentales del siglo XX que han pasado por nuestro querido IVAM han sido Baselitz y su neoexpresionismo, la sublimación del Pop de Roy Lichtenstein, el humanismo filosófico de Alberto Giacometti, la pulida elegancia de Baltasar Lobo. Pocas veces han quedado mejor expuestas unas obras en las formidables salas del museo que las de Sean Scully en la exposición de 2002. Otros nombres fundamentales son André Derain y su maestría para el color, la metafísica de De Chirico, Jean Tinguely y sus máquinas con estética escultórica, Degás y sus maravillosos bronces de bailarinas, la arquitectura visionaria de Frank Lloyd Wright. Decía que no iba a citar muchos nombres pero me arrepiento de ello. Es inevitable no dejarse en el tintero una gran cantidad, así que cada uno elija a sus favoritos.
Si la nómina de exposiciones dedicadas exclusivamente a un artista es abrumadora, las realizadas a un movimiento artístico, un hilo conductor, o que nos remitan a un momento histórico han tenido un enorme interés (Vanguardias históricas, Dadaísmo y sus protagonistas, artistas mujeres en la València del último medio siglo, la ciudad como fuente de inspiración, la abstracción como elección artística o el collage como técnica fundamental en el siglo XX). Muchas de estas han servido para que la institución presuma-y con razón para ello- de los formidables fondos que atesora y que han sido resultado de una política protagonizada principalmente por los “cinco magníficos” que tuvo al frente el museo en sus dos primeras décadas de vida (Llorens, Todolí, Alborch, Yvars y Bonet). Hoy en día muchas de estas obras sería impensable su adquisición por cuestiones económicas.
También las nubes de tormenta se cernieron sobre el edificio de la calle Guillem de Castro. Exposiciones para olvidar o mejor, para no hacerlo y archivarlas en la memoria con el fin de aprender sobre los criterios selectivos que ha de reunir una muestra. La marca IVAM que tanto costó elevar al Olimpo de los centros europeos de arte moderno se vio seriamente cuestionada y desde la entrada de su actual director Jose Miguel García Cortés, ahora son tiempos de rehabilitación. Corramos, pues, un tupido velo sobre unos años todavía demasiado recientes en los que se celebraron muestras sobre artistas mediáticos de escaso fondo y recorrido (¿dónde están hoy algunos de estos?), arquitectos de moda entre millonarios de las afueras residenciales de Madrid; la gastronomía en tiempos un tanto desmadrados, en un intento más de elevarse a la categoría de arte; modistos que juegan a artistas y hasta peluqueros creativos. Colgar o exponer en el IVAM no es un medio, es una aspiración y de alguna forma el fin de un trayecto. De ahí al cielo, como se dice. En definitiva se lo ha de ganar uno. No es cualquier cosa, señores.
Si muchos de los grandes artistas del siglo han pasado por las salas, uno de ellos tiene su casa permanente en el IVAM. Ese artista no es otro que Julio González. El enorme escultor, que da nombre al museo y cuyas salas no me canso de visitar.
El centro custodia una importante colección dedicada a Ignacio Pinazo, y me sigo planteando, todavía, si el gran pintor de Godella debe ser expuesto en este museo. No me parece algo que debería generar una gran polémica aunque sí cierto debate. En mi opinión su figura estaría más engrandecida en un gran museo del siglo XIX que València debería tener, aunque todavía es algo que permanece en el terreno de las ideas (de algunos).
El principal reto que debe abordar el IVAM en los próximos años es el de su ampliación y esta debería ser un asunto prioritario en los programas de gobierno de los partidos que aspiren a gobernar la Comunitat. Es un lujo que no podemos permitirnos que, por falta de espacio, tanta obra de indiscutible importancia permanezca mucho más tiempo almacenada que expuesta. El IVAM dedica demasiados pocos metros cuadrados a su colección de forma más o menos permanente, circunstancia que no hay que achacar a su dirección que hace lo que puede con el espacio que tiene. Es algo poco discutible que un museo de arte moderno y contemporáneo debe dedicar un importante porcentaje de sus salas a exposiciones temporales, pero tampoco lo es que debería reservar un porcentaje significativo de sus espacios a los fondos si estos son importantes, como es el caso. Con ello se permite que sean visitados de forma permanente, no solamente por los valencianos, sino por aquellos que nos visitan y quieren conocer de primera mano la colección del IVAM.
En cuanto al mecenazgo y la implicación de la sociedad civil en forma de compromiso de tipo económico o a través de la cesión y donación de obras, es una empresa sobre la que el museo debe trabajar a diario, ya que se trata, todavía de una asignatura históricamente pendiente.
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