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'HISTORIAS DE CINE'

20 años de ‘Scream’: sigue gritando

El 8 de junio de 1996 concluía el rodaje del film de Wes Craven que renovó el género y creó una saga que hoy es serie de televisión; la película estuvo a punto de cancelarse en mitad del rodaje

10/06/2016 - 

VALENCIA. Cuando Kevin Williamson conoció a Wes Craven en el recibidor de Miramax, el director de cine, maestro del género de terror, creador de sagas como Pesadilla en Elm Street, le dijo: “He leído tu guión y es realmente aterrador”. Williamson pensó entonces que se podía caer y morir allí mismo. Lo había logrado. Había asustado al cineasta de referencia, al director ideal para dirigir su texto Scary movie. Lo que no sabía entonces es que aunque a Craven le gustaba el libreto, aunque estaba en negociaciones para dirigir la película, no quería hacerla y la había rechazado. 

Lo que no sabía tampoco es que el film se llamaría finalmente Scream porque a Harvey Weinstein, hermano del productor Bob Weinstein, se le ocurrió mientras oía la canción del mismo título de Michael Jackson. Lo que no podía imaginar igualmente es que ese éxito seguro que todos vaticinaban iba a protagonizar uno de los rodajes más duros e intensos de mediados de los noventa, con amenazas de cancelación, expulsiones de localizaciones, despidos en mitad de la filmación, cambios de reparto de última hora y vetos por parte de la MPAA que obligaron a censurar partes del film.

Hoy Scream permanece como un ejemplo del mejor cine de terror de los noventa estadounidense, una obra maestra del slasher, y dos décadas después de su estreno ha dado pie a una saga de cuatro películas que ha recaudado más de 60o millones de dólares; una serie de televisión que estrenó el pasado 30 de mayo en la MTV su segunda temporada (en España se puede ver por Netflix); y hasta una saga de parodias que, paradójicamente o no, se titula Scary movie, como el título original del guión de Williamson, y que ha recaudado 896 millones de dólares. Su volumen de negocio es propio de grandes productos tecnológicos y aún hoy sigue siendo un manantial de ingresos además de ser una referencia estilística para una generación de cineastas.

En su gestación se dan cita algunos de los tópicos de Hollywood. Por ejemplo, la genialidad del guión, producto de tres días de trabajo intensivo de Williamson. Al guionista se le ocurrió la idea mientras cuidaba la casa de un amigo. Solo, de madrugada, vio un reportaje sobre el destripador de Gainesville, Danny Harold Rolling, ejecutado en octubre de 2006. Según el relato del propio guionista, cuando supo de las andanzas de este asesino en serie conocido por descuartizar de manera macabra a adolescentes, sintió miedo y esa sensación fue el germen de la historia de Scream. Williamson, que se hallaba en una situación económica delicada, se encerró en una cabaña y volcó todo su amor al cine de terror juntando elementos de películas clásicas en un libreto que sedujo desde el principio a todos los que lo leyeron.

Uno de los primeros fue el productor Cary Woods, quien lo recibió por mediación de un agente. Al leerlo Woods pensó a su vez que era un material ideal para Dimension Films, el estudio paralelo creado por los hermanos Harvey y Bob Weinstein, propietarios de Miramax. En Dimension buscaban películas de terror diferentes y Bob, como responsable principal, desde el principio le vio potencial a la película. No sólo eso. La entendió a la perfección. Comprendió lo que Williamson había escrito, que era una película de terror con momentos cómicos, y pujó fuerte por el texto, que le costó al final 500.000 dólares.

La preproducción de la película fue fácil, ya que desde el primer momento se sumó al proyecto Drew Barrymore, quien iba a interpretar el papel que finalmente recayó en Neve Campbell. Los actores se peleaban por participar en la película. El guión les seducía, les chiflaba. Años después Matthew Lillard recordaba que tuvo que dejarlo a mitad y terminarlo con “la luz del día”. Courteney Cox, entonces una estrella de primer orden gracias a la serie Friends, presionó para participar en el film; las 30 primeras páginas le parecían “las mejores que había leído nunca”. Y en Dimension apostaban porque el director fuese Wes Craven, quien parecía el hombre ideal para hacerla real. Todo parecía encajar.

Pero el cineasta, pese a que entonces estaba en paro, dijo no. Dos veces. No le apetecía volver a hacer una película de terror, un género que él consideraba machista. Craven, que se definía como feminista, estaba harto de que las mujeres fueran masacradas por asesinos masculinos, de que, como su hija le dijo en una ocasión, las mujeres se cayeran cuando huían. “Yo no me caigo cuando corro”, le reprochó. Siempre según su relato, sí finalmente accedió fue por los comentarios de una fan adolescente que le preguntó cuándo volvería a rodar una película de terror. 

Craven aceptó también en parte presionado por la posibilidad de volver a rodar una película de cierto presupuesto tras el fiasco de Un vampiro suelto en Brooklyn (1995), en parte seducido por la presencia de Barrymore en el reparto, y, por supuesto, porque le gustaba el guión. Enrevesado, alambicado, retorcido, el libreto jugaba con la estructura de los whodunit, esos largometrajes en los que lo que importa es saber quién es el asesino, sagazmente combinado con referencias y alusiones jocosas hasta al propio Craven, como llamarle Wes Carpenter (homenaje a John Carpenter y su Halloween) o decir que la única película buena de la saga de Freddy Krueger era la primera. Además, las chicas resolvían el crimen. Solas.

El primer cambio vino de parte del elenco. Fue Barrymore la que daría con uno de los hallazgos del film, un golpe de genio, cuando decidió no ser la protagonista e interpretar a Chica 1, el primer personaje en ser asesinado. A la manera de Janet Leigh en Psicosis, Barrymore propuso que jugaran con la sorpresa que se llevaría el espectador cuando la viesen morir de una manera tan terrible. “Soy una estrella; no se pueden esperar que me matéis tan pronto”, vaticinó. Dio en el clavo. Este cambio de planes fue el que permitió la incorporación de Campbell, con lo que se cumplió el adagio que decía William Goldman en su libro Aventuras de un guionista en Hollywood: una estrella lo es porque alguien rechazó su papel antes.

Ya con el reparto seleccionado, cuando parecía que todo iba sobre ruedas, encontraron un nuevo escollo. A apenas unas semanas de comenzar el rodaje y tras seleccionar el instituto de la localidad californiana de Santa Rosa como uno de los escenarios principales, el consejo escolar rechazó la filmación por considerarla denigrante, rompiendo con ello el acuerdo verbal que habían cerrado con los productores. Esto les obligó a trasladarse a la cercana Sonoma y alterar la planificación. 

Pero no fue, ni de lejos, el obstáculo más grave. En el documentado e imprescindible Sexo, mentiras y Hollywood de Peter Biskind se relata como Bob Weinstein estuvo a punto de cancelarlo todo. Conforme fueron llegando los copiones, el pequeño de los Weinstein comenzó a verlos y le parecieron “sosos, más pedestres que espeluznantes”, dice Biskind.  Su crítica llegó al máximo durante de la segunda semana, cuando grababan la secuencia clave de la muerte de Barrymore. Bob Weinstein protestó porque la actriz llevaba un suéter, cuando esperaba que vistiera  “algo más indecente”. Asimismo le parecía horrorosa la peluca que le habían puesto. Su primera llamada a Wes Craven fue para decirle que podía hacerlo mucho mejor. El cineasta se vio en la calle.

El principal motivo de discusión fue curiosamente por el rasgo más distintivo de la película y la saga: la máscara. Al verla por primera vez, a Bob Weinstein le pareció una broma de mal gusto. Llamó en mitad del rodaje y planteó detener la producción hasta elegir una que le gustara. Le dijeron que era imposible. Entonces exigió que rodasen cada escena con cuatro máscaras distintas hasta que decidiese cuál quería. “Para mí esa máscara era una memez”, recordaría Bob Weinstein a Biskind. “Pensé que Wes estaba loco”. No sólo eso; enfureció cuando se enteró de que la habían comprado en una tienda en lugar de diseñarla ex profeso, sin darse cuenta de que Carpenter hizo lo mismo en Halloween, y de que por lo tanto de alguna manera se repetía la historia.

La situación llegó a un punto de no retorno. Ante la disyuntiva, la productora Cathy Konrad planteó una solución que a Craven y los Weinstein les gustó: Montarían el primer metraje, lo verían los Weinstein y, si daban su visto bueno, dejarían continuar el rodaje en calma. Así lo hicieron. Mandaron los primeros 13 minutos editados y se quedaron a la espera del veredicto de los Weinstein. Llegó la copia a Nueva York. Prepararon la proyección y, finalmente, Bob llamó a Konrad y dio su sentencia. “Está muy bien, muy bien. Harvey ha levitado en la sala. Es increíble. ¡Haced lo que querías chico, lo que querías!”. Craven y Konrad suspiraron aliviados. Años después, Bob Weinstein ironizaría sobre su propio error. “No pensaba que fuera a dar miedo esa máscara; algo que demuestra lo mucho que sé”, decía.

Tanta tensión se cobró finalmente una víctima. El director de fotografía Mark Irwin fue despedido a una semana de concluir el rodaje durante la grabación de la larga e intensa escena 118 en la que se resuelve la película y mueren la mayor parte de las víctimas. Un día todas las tomas estaban desenfocadas y Craven y Conrad decidieron despedir a todos los cámaras y al cinematógrafo, en un golpe de timón desagradable que revelaba cuán dura estaba siendo la producción. Tras concluir, el último día los actores hicieron una hoguera con su vestuario.

No todo fue negativo; por ejemplo, como compensación al buen trabajo de David Arquette, Craven decidió alterar el guión y salvarle, con lo que su personaje se ganaba el derecho a seguir en la saga rompiendo con una de las reglas del género: los policías siempre mueren. Arquette fue el más beneficiado por la película ya que, por si fuera poco, ligó con Cox, se casaron y tuvieron una niña. Se divorciaron en 2013, pero ésa es otra historia.

La película se estrenó el 20 de diciembre de 1996 en Estados Unidos (a España llegó el 10 de abril de 1997) tras tener que vencer las duras exigencias de la MPAA, que quería calificarla como film sólo para adultos. Unos pocos recortes y un argucia de Bob Weinstein bastaron para que sorteara la censura: el magnate engañó a los responsables de la MPAA y les dijo que era una comedia. Ya estaba todo dispuesto para triunfar. “Teníamos un monstruo en las manos”, decía Bob Weinstein. 

Tanto confiaba en ella que decidió estrenarla en plena temporada navideña, rompiendo la costumbre de apostar por cine familiar. Enfrente tenía productos empalagosos, muy publicitados y hoy olvidados como La mujer del predicador con Whitney Houston o Michael con John Travolta. Craven quería aprovechar que el público juvenil no tenía nada que llevarse a la boca esas fechas. La jugada no salió bien y la taquilla de la primera semana no fue buena. Un error de cálculo les hizo desestimar que ese mismo 20 de diciembre también veía la luz Beavis y Butt-Head recorren América (1996), una película iconoclasta de animación creada a partir de la famosa serie de la MTV; un duro rival que se dirigía al mismo sector de la audiencia.

Tras la desilusión inicial, la segunda semana comprobaron que Scream se mantenía en taquilla y la alegría les llegó la tercera, cuando superó lo recaudado por las dos primeras. El boca a oreja hizo el resto. Había costado 13,5 millones de dólares; logró vender entradas por valor de más de 173 millones en todo el mundo, fue el mayor éxito de la carrera del malogrado Craven, que falleció en agosto del año pasado. Ahora, 20 años después, Scream vive en televisión pero sin la máscara que la definió por unos problemas de derechos. Paradojas de la vida.

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