Aguja de ternera en el menú y agujas de tatuaje sobre la piel. Este y otros juegos de palabras en este artículo sobre cocineros y cocineras tatuados.
“Tattoo chef” es una categoría de Pinterest con imágenes de tatuajes bastante horrendas: desde torsos como un Arcimboldo donde el pezón coincide con pedúnculo de una pera a cuchillos que también podrían ser el ornamento de un miembro de la yakuza. De un tiempo a esta parte, los cocineros y cocineras tatuados con motivos gastronómicos o la lista de la compra imperan. Chefs con la chaquetilla bien arremangada para mostrar una sardina o una pata de pollo. También hay algunos que, en un momento de lucidez, se tatúan las medidas exactas para hacer una bechamel sedosa.
En alguna noche de algún año, conocí a una chica, de unos veintiocho años, hija de un matrimonio de carniceros, que tenía un jamón tatuado. No era pequeño, el jamón. Se le dibujaba desde el hombro a la flexura del codo, en negro sombreado, una pata de cerdo. Tres años después de tatuarse, se hizo vegana. Actualmente es cocinera en un reputado restaurante vegano de Madrid.
En octubre de 2016 Isaac Fitzgerald y Wendy MacNaughton publicaron Knives and Ink, un recopilatorio de historias de chefs y sus tatuajes. Fitzgerald investiga en la publicación las historias, los motivos y mensajes de los tatuajes contemporáneos, mientras que Wendy MacNaughton ilustra los tatuajes de más de sesenta y cinco chefs de todo tipo y los combina con recetas de cocina. En la piel de Dominique Crenn de Atelier Crenn, ganadora de dos estrellas Michelin, se lee un mandamiento que le obliga a poner corazón en lo que hace, mientras que otras cocineras se tatúan sus pescados favoritos.
En València también tenemos chefs que a través de la tinta dejan clara su profesión: Carlos Medina, de Two Many Chefs, «todos los que tengo están relacionados con comida. Concretamente, nueve. O son sobre comida o son comida», como por ejemplo, «el cruento y despiadado chiles de Quezaltenango. Cultivado en las profundidades de la primitiva jungla guatemalteca. Un tatuaje diseñado por Juan Blat». Del mismo autor es una pitaia o fruta dragón a todo color. En el antebrazo también tiene un pez con soja de aires nipón y un maneki - neko, el gato japonés de la buena suerte que decora algunos restaurantes. «Es difícil elegir alguno de mis tatuajes, ya que son todos de comida y todos tiene alguna historia detrás. Quizá el de la pitaya es el más interesante, pues tiene conexión con otro tatuaje más que llevo. Cuando vivía en China me pedían que creara postres con esa fruta, y la verdad, es bonita, pero de sabor es una full, y le pillé bastante manía. Años después viajé a Myanmar y de camino al templo del Monte Popa en la ciudad de Bagan (que también llevo tatuado en mi brazo, dónde por cierto, me comí unos noodles que no olvidaré jamás) pasé por el campo de pitayas más grande que te puedas imaginar, era precioso y esa imagen se quedó grabada a fuego en mis retinas, y ahora como ves también en mi piel».
Lo de inyectarse tinta con forma de guindilla también es cosa de las fotógrafas. Paloma Agramunt, fotógrafa especializada en gastronomía que suele disparar para la agencia Brava lleva sobre la piel un chile. «Me gusta comer y cocinar, amo el picante, se lo echo a todo. Y si fuese una verdura de un bodegón sería una guindilla, hay rasgos de mi personalidad en común con las capsicum. Quería un tatu que reflejase todo eso y mi amiga Irene Remón (artista maravillosa) me lo diseñó y se lo hizo conmigo».
En Casa Capicúa, además del doble de amor en la comida, hay tinta. Marta, la hermana Benito con tatuajes, tiene en su antebrazo una escena gastronómica: un desayuno, pilar del proyecto «Me hice el tatuaje justo al abrir la cafetería. Quería volver a tatuarme y justo vi los tatus de Marial y me pareció perfecto. Quería tener un recuerdo de lo que iba a ser una fase muy importante de mi vida. A mi madre no le hizo mucha gracia la verdad, se puso a llorar tal cual lo vio». Los trazos sencillos de la artista Marial reproducen los básicos —una cafetera, un mantel— del mejor momento del día.
Para cortar las verduras de la comida de Oriente Medio de Kukla también hace falta tener las herramientas bien afiladas. Andy López, cocinera en el restaurante con el mejor hummus de la ciudad, lleva un cuchillo sobre su piel. «Lo elegí simplemente porque de los utensilios que tenemos en mi profesión me parece el más bonito, aunque a veces también el más peligroso, jajaja. Además soy de Albacete, tierra de cuchillos. Todos los cuchillos de Kukla casualmente son de Albacete”. De La Mancha a Tel Aviv en un pan de pita.
Los antiguos vecinos del barrio del Carmen, Gallina Negra, tienen sobre su cuerpo elementos de una despensa surtida «Javi lleva la raspa de una pescadilla y un pulpo y yo, Alba, uvas y una copa de vino. El mio realmente es una cepa de la que nace un racimo de uvas, y de las que cae vino que cae en una copa. La raspa de pescadilla de Javi es un tatuaje realista, y el pulpo lleva en las patas un cuchillo y una zanahoria. También tiene unos chiles. No te decimos dónde llevamos los tatuajes, que imaginen los lectores».
En Apapacho también llevan tatuajes, en concreto, Lucía Hernández: «Desde que tenía tres años sabía que quería ser cocinera, mi sueño siempre fue ese y nunca dejé de perseguirlo. Cuando cumplí los dieciséis me metí a estudiar cocina y mucha gente me decía que estaba loca y que no lo hiciese porque era muy sacrificado. Cuando cumplí los 18 y conseguí el primer título de cocina decidí tatuarme algo que para mí engloba todo mi mundo, todo lo que he querido y he logrado ser. Está en el brazo izquierdo porque también soy zurda y es con el que cocino…».
Sergio Mendoza, del Observatorio y El Astrónomo, cada mañana, después de desayunar jamón con gofres y justo antes de cruspirse
un bocadillo con todos los animales del Arca de Noé, se pinta con un rotulador indeleble distintos motivos de tatuajes talegueros. «Me veo obligado a hacerme tattoos falsos porque si no no molamos. No eres nadie en una cocina sin tattoos. Ni respeto, ni te hacen fotos para Instagram, ni ligas ni nada». De momento, para aparecer en el Anuario de la Guía Hedonista, no es obligatorio llevar los brazos entintados.