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homenaje a las víctimas del accidente medio siglo después

La catástrofe Mirafé de Ibi, la noche que no paró de llover ceniza

El estruendo de la explosión resuena todavía en la memoria de muchos ibenses. El accidente laboral, uno de los más graves de la historia de España, dejó 33 fallecidos y puso de relieve las condiciones en las que se trabajaba en las fábricas que auparon la industria juguetera

30/04/2017 - 

ALCOY. En 1968, Pilar Fernández tenía 47 años y era una de las tantas personas que habían inmigrado a Ibi desde otras tierras más desfavorecidas atraídas por la prosperidad que ofrecía una industria juguetera en pleno auge. Hacía solo unos meses que había dejado atrás una vida llena de dificultades en Cúllar (Granada) para dedicarse junto a su familia a regentar una masía en el municipio alicantino. La tarde del 16 de agosto de aquel año, hacia las 20:30h, Pilar se encontraba preparando la cena en el exterior de la casa cuando un ruido atronador la obligó a abandonar la tarea. Por un momento, el cielo se tiñó de un extraño color. Hoy, a sus 95 años, todavía guarda un recuerdo nítido de aquel día: “le dije mi marido que había pasado algo. Parecía que nevara porque no paraba de caer ceniza del cielo. Pronto empezamos a bajar y no se oían más que gritos y llantos. Y, después, el sonido de las ambulancias”.

Como todo aquel que se encontrara en el pueblo en ese momento, Pilar y su marido fueron testigos de uno de los episodios más trágicos de la historia de Ibi. Una explosión en la fábrica de Mirafé dejaba decenas de muertos y heridos y ponía de manifiesto las miserables condiciones en las que trabajaban muchas de las personas que desde la sombra daban lustre a la industria. En Mirafé, conocida popularmente como “la fábrica de la pólvora”, se producía material detonante para unas pistolas de juguete muy populares en la época, las Clic-Pum. La factoría operaba desde hacía más de cuatro años sin licencia y con una preocupación nula por lo que respecta a la prevención de riesgos. Muchos de los trabajadores que en ese momento se hallaban en las instalaciones no tenían contrato. Entre los 33 fallecidos en el accidente, la mayoría eran mujeres que habían llegado hacía poco desde provincias como Granada, Ciudad Real, Almería o Córdoba y que no contaban con ninguna experiencia en la industria. Los cinco menores de 14 años que también perdieron la vida en la explosión destapan otra estremecedora realidad: la del trabajo infantil, desgraciadamente muy extendido.

María José Martínez es directora del archivo municipal de Ibi y autora del prólogo del libro Mirafé: Retrato de una época (Àrea Oberta, 2008), en el que Vicente J. Sanjuán y Raúl Castelló elaboran un exhaustivo repaso de los hechos. Como Pilar, María José también tiene grabado en la mente el instante preciso en el que oyó la explosión: “En un principio todo el mundo creía que había explotado la botella de butano de su casa. Yo tenía cinco años y recuerdo el ruido enorme y mi madre asustada sacándome a la calle. Allí empecé a ver a todo el mundo corriendo. Todo el que pudo se acercó al lugar del accidente para ver si podía ayudar de alguna manera mientras venían los efectivos”, rememora, “esa noche y el día siguiente fueron de trabajo constante. Hay testimonios de personas que iban caminando sobre los escombros y oían a los heridos gritar desde abajo. El rescate fue muy impactante y muy duro”.

La archivera relata también cómo la parroquia municipal se convirtió aquella noche en un tanatorio improvisado donde el número de ataúdes iba creciendo, y el posterior entierro solemne en el que se llevaron los féretros a hombros y al cual acudieron algunas autoridades franquistas. “Lo que ha prevalecido es el sentimiento de todo el pueblo volcado en el rescate”, afirma, aunque en su recuerdo hay también lugar para la crítica: “Hubo una prisa enorme por indemnizar a los fallecidos y a los heridos. Yo lo que veo es un intento de acallar”. La fábrica de Mirafé no solo operaba sin licencia, sino que en el momento de la explosión estaba ampliando sus instalaciones. Algunas de las personas que murieron en el accidente eran obreros que estaban llevando a cabo la reforma. Los responsables directos de esta situación, es decir, los propietarios de la fábrica, también perdieron la vida en la catástrofe.

Los diversos accidentes menores que se habían producido con anterioridad no parecieron alertar a los dueños de la factoría. De hecho, en la fábrica se producía material detonante sin ningún tipo de supervisión técnica, puesto que el ingeniero químico que cumplía ese papel había abandonado el barco ante la falta de medidas de seguridad. No hubo más consecuencias que la destitución del alcalde por parte del gobernador civil al cabo de unos meses. Y después, el silencio. Un silencio que duró cuatro décadas, hasta la recuperación del informe judicial y la publicación del mencionado libro. “Los que quedaron eran gente muy vulnerable, muy pobre, resignados a su destino. Tampoco había nadie que les apoyara, ni sindicatos ni asociaciones”, explica María José Martínez, “para las familias que lo sufrieron el dolor es tan grande que ni lo cuentan, como pasa con la Guerra Civil”.

Este domingo, el pueblo de Ibi dejará atrás para siempre ese silencio con la celebración de un homenaje a las víctimas de Mirafé, casi medio siglo después del accidente y en la víspera del Día del Trabajador. El acto dará comienzo a las 11h con una misa y, a continuación, se inaugurará el monumento en honor a la memoria de los fallecidos que el Ayuntamiento ha instalado en el Passeig dels Geladors. Por la tarde, a partir de las 17h, tendrá lugar una proyección de la documentación gráfica del accidente industrial en el Centro Cultural Salvador Miró. Después, en el mismo recinto, se representará la obra de teatro Frágilxs: Reconstrucción Ficcional de la Memoria, dirigida e interpretada por Isabel Serrano, con el acompañamiento en el escenario de Ana Estebaranz.

Isabel Serrano perdió a su madre en la explosión de Mirafé. Hacía poco que habían llegado a Ibi desde Rute (Córdoba). En el momento del accidente, ella y sus hermanos tenían entre 2 y 11 años. El más mayor también estaba trabajando en la fábrica ese día, pero por suerte salió ileso. En Frágilxs, desde una visión muy personal, Isabel establece un vínculo entre el accidente laboral y el hecho de que tres de sus hermanos padezcan enfermedades mentales. “La explosión ha repercutido mucho en nuestra historia. La muerte de nuestra madre y la ruptura de la familia tuvieron consecuencias muy fuertes”, afirma la actriz, que denuncia haberse sentido abandonada durante mucho tiempo: “He querido saber, pero siempre ha habido mucho silencio a mi alrededor. Yo creo que, en parte, por una cuestión económica. Ibi estaba creciendo y el accidente era algo que no le convenía. Antes era mejor tapar las cosas, se dieron indemnizaciones y no hubo juicio ni responsables. Era algo tan difícil que el pueblo no supo cómo asimilarlo”.

Isabel reconoce que la proximidad del homenaje le ha reabierto viejas heridas. “Ayer me mandaron la foto del monumento y me emocioné”, afirma. Y recuerda con dureza: “Para mí fue como un asesinato. En esa época ya había medidas de seguridad que se tenían que cumplir. Las leyes ya estaban hechas, pero se las saltaron por culpa de la ambición de los dueños de la empresa, que querían ganar más”. Aun así, de cara a los actos de este domingo, la actriz no pide nada más que el encuentro de las personas afectadas por la explosión de Mirafé, que hasta la preparación de este homenaje no se habían reunido nunca: “Si sirve para que nos juntemos y nos veamos las caras, me doy por satisfecha”.

Felipe Navarro también participará en los actos de este domingo a través de la lectura de unos textos propios. Su madre murió en Mirafé cuando él tenía 10 años. “Es algo que siempre tienes ahí, nunca lo terminas de digerir. En estos últimos años tenía la necesidad de traerlo a la memoria y empecé a escribir”, explica. Su familia llegó a Ibi desde Tomelloso (Ciudad Real). “Prácticamente, cuando llegaba un autobús de gente de fuera, ya estaba allí el empresario para empezar a dar trabajo”, recuerda. Y añade con cierta amargura: “aquello fue un atentado contra la vida de los trabajadores en el contexto de una dictadura. Todo el mundo sabía que se estaba trabajando en unas condiciones que ni siquiera las leyes del momento permitían, pero nadie quería verlo y nadie hizo nada”.

 Como Isabel, Felipe también tuvo que vivir su dolor en silencio durante años: “En aquellos tiempos de oscurantismo y de miedo, nadie decía las cosas como eran. Al contrario, se trató de acallar a la gente lo más pronto posible. Es como la familia que esconde un cáncer, un pueblo que esconde algo que sabe que parte de su ciudadanía ha hecho mal”. Sin embargo, en su discurso no hay lugar para el rencor: “Hay que ser generoso, aunque yo no me olvide de las cosas y me parezca que aquello fue inhumano e injusto”. Ambos depositan su esperanza en que el monumento sirva para recuperar ese trágico e imborrable recuerdo del fondo de la memoria colectiva, allí donde había estado escondido durante décadas, tan bien custodiado como las condenadas pistolas de juguete que muchos ibenses guardan todavía en un cajón de sus casas.

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