VALÈNCIA. ¿Quién no ha oído hablar alguna vez de Maquiavelo? Ya sea porque en la escuela le tocó leerlo como lectura obligatoria o porque alguna vez ha usado o escuchado la popular expresión de “eres maquiavelico”. El caso, es que fue uno de los más importantes pensadores de nuestra historia y ha servido de referencia para muchos estudios y obras, como es el caso de la representación teatral que ha llegado este miércoles a València, de la mano del actor Fernando Cayo y bajo la dirección de Juan Carlos Rubio, para quedarse hasta el próximo 10 de diciembre.
El príncipe de Maquiavelo es una adaptación del director Juan Carlos Rubio, en la que se unifican fragmentos de los textos de El príncipe, de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, también de la obra Del arte de la guerra y correspondencias personales del propio Nicolás Maquiavelo. Todo dentro de un trabajo en el que “se han eliminado muchas referencias históricas” dejando espacio a “frases que parecen escritas para nuestro día a día”. Así, para el actor Fernando Cayo se trata pues de “una versión redonda” que no “traiciona la filosofía de Maquiavelo, ni su propia personalidad”.
Estrenada el 12 de junio de 2015 en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares, El príncipe de Maquiavelo vuelve a los escenarios tras haber estado un tiempo “en la nevera” al dejar su turno a la comedia teatral Pancreas, dirigida también por Juan Carlos Rubio. Para su director, el deseo de retomarla siempre había estado ahí. Una ambición que responde, según él mismo explica, a la “necesidad” que el mismo “momento político actual” reclama.
Nicolás Maquiavelo (1469, Florencia), estuvo al servicio de la República, tiempo en el que fue hombre de confianza para las misiones políticas del momento. Sin embargo en 1512 perdió su puesto y fue encarcelado además de torturado, por ser sospechoso de “conjura” contra la influyente familia de los Médici. Es precisamente en la cárcel donde escribe El príncipe, obra en la que explica a los príncipes cómo pueden mantenerse exitosamente en el poder. Para ello según Maquiavelo, se debía dejar de idealizar gobiernos inexistentes y aceptar que el ejercicio real de la política contradice con frecuencia la moral y que jamás debe guiarse por ella.
La obra sigue este planteamiento entre funcionar como “un manual escrito para que los gobernantes sepan cómo manejar al pueblo” o “un aviso al pueblo acerca de cómo somos manejados por los gobernantes”. A palabras de su intérprete Fernando Cayo es más bien “una reflexión que hay que hacer acerca de en manos de quién estamos”, no solo de la clase política sino, extrapolándose a “cualquier relación en la que hay un estatus”, ya sea “en nuestras parejas o en el trabajo”. Así El príncipe de Maquiavelo reune “los entresijos del poder” en una apuesta donde “se refleja la dureza que vivió Maquiavelo” pero siguiendo además una vertiente de ironía, en la que se mezclan “momentos de luz y de muchas sombras”.
Al público se le exige especial atención puesto que no deja de ser un personaje del siglo XVI, sin embargo, para director y actor, los espectadores deben “ver más qué les pasa a ellos mismos, que lo que pasa en el escenario”. Una reflexión personal que aún así no impedirá que “salgan con una idea clara de quién es Maquiavelo”.
Por lo que hace a aspectos estéticos de la obra, el estilismo del personaje ayudará a escapar un poco de la antiguedad de la época, creando una identidad “más contemporánea” que “recuerda a cualquier profesor o político de la actualidad”. Todo esto junto a proyecciones de vídeo, piezas musicales y una escenografía que “guarda sorpresas”. En definitiva un trabajo que cuenta, entre otros, con la producción de Bernabé Rico, la doble dirección de Chus Martínez, la iluminación de José Manuel Guerra, el sonido de Sandra Vicente y el vestuario de Derby 1951.