ALICANTE. Se han puesto de moda esas bolsitas de tela, a veces algo impermeabilizadas, con cordones traspasando sus extremos inferiores y por dentro de la boca superior, que al tirar de ellos se cierra como un saco y se cuelgan la espalda como una mochila. Es similar a la bolsa del almuerzo de los pequeños en la escuela infantil, el saquet, como si Doraemon o Bob Esponja hubieran lanzado sobre él una de sus pócimas ampliadoras, y ahora sirviera de depósito unisex para recoger los restos del día a día. En el verano cerca de la arena, perfecta para recoger las decisiones lectoras para una tarde al sol, cerca de la orilla. En este espacio se ha producido el breve encuentro entre poemario de Lara López (Cádiz, 1967), Insectos, y el cómic de Juan Díaz Canales (Madrid, 1972), Como viaja el agua.
Para López, el poemario Insectos, editado por papelesmínimos, es su segunda obra publicada, después de la nouvelle Óxido, editada en la Editorial Xórdica el año 2004. Ya en aquella prosa se escondía la tendencia de la autora hacia la crudeza y la memoria en destellos, la distancia corta de la frase lapidaria y el mundo propio autorreferencial y, al mismo tiempo universal. El sabor amargo de lo cotidiano, con los ojos filtrados por el telo casi invisible de las lecturas, las músicas, las películas, para mis nostalgias no necesito facebook, / aún tengo memoria, rezan, nunca mejor escrito, dos versos huérfanos entre citas a Cabral y Mercedes Sosa, para acabar sentenciando, demasiados molinos /para quien sólo sabe de gigantes. La escenografía de esta taxonomía de ausencias, pérdidas, cicatrices y –pocos- pequeños placeres es un Madrid retratado desde el inicio en un cruce entre las calles de Alcalá y la Gran Vía. Gaditana de origen, Lara López está ligada a la radio, concretamente a Radio Nacional y Radio 3, desde casi los orígenes de esa institución de educación emocional que ha sido la hermana más pequeña de la emisora pública estatal, a pesar de los vaivenes, a pesar de las críticas, a pesar del edén perdido que añora José Luís Moreno-Ruíz en su vitriólica La Movida Modernosa, ella fue su directora entre 2008 y 2012, años ya bastante tormentosos. Especialista musical y dj, desde aquellos tiempos ayudando a Ramón Trecet en su Diálogos 3 que adquiría una dimensión mucho más grande de la esperada, hasta los actuales He venido a hablar de lo mío, en RNE, y Músicas posibles en su casa, Radio 3.
Bladoteos, anisópteros, isópteros, lampíridos: cucarachas, libélulas, termitas, luciérnagas. Insectos que pueblan una ciudad donde conviven los abusos sexuales a menores y la memoria de los amigos desaparecidos.
Ese Madrid que recuerda al de Juan García Hortelano, ahora golpeado por la crisis económica, por el desarrollo insostenible, por la última derrota moral de aquellos que sufrieron aquella gran derrota de sus ideales, tras el fin de la Guerra Civil, y ahora naufragan en unas calles inundadas por la ideología del vencedor, que marca a hierro y fuego hasta el trapicheo de los marginados, es también el decorado de la primera obra en solitario de Juan Díaz Canales, Premio Nacional del Cómic en 2014, como guionista, en compañía del dibujante Juanjo Guarnido, por el volumen Amarillo, de su serie Blacksad. Ahora mismo, la popularidad de Díaz Canales ha aumentado, hasta una exposición pública mucho mayor que lo deseado por el autor, gracias a su colaboración, junto al dibujante barcelonés Rubén Pellejero, en la resurrección del Corto Maltés de Hugo Pratt. Andan los dos ahora mismo en el proceso previo a la publicación del segundo álbum de esta serie, bajo la admonición de los albaceas del legado del veneciano, con Patricia Zanetti a la cabeza. A veces sucede que el universo es justo, como ha sucedido con dos personas de la calidad humana y profesional de Díaz Canales y Pellejero. Cuando el primero vino al mundo, el segundo entraba en la veintena, ya inmerso en el proceloso mundo de la industria editorial del tebeo en Barcelona. El cómic es absolutamente intergeneracional.
Y de relaciones entre generaciones trata esta obra escrita y dibujada por Díaz Canales, con el eje narrativo sobre la figura de Niceto, octogenario, perdedor derrotado por los años y los sueños abandonados, sin piedad alguna ya hacia aquellos que no mantienen la palabra dada.
Una trama que puede desembocar en farsa, la de un grupo de ancianos que se dedica al robo a pequeña escala y el trapicheo, pero que evoluciona hacia un costumbrismo impregnado de realismo sucio, tan sucio como las cloacas donde concluye este viaje sin retorno, negro, doblemente negro, por las gotas de trama criminal, y por ese dibujo sobrio, oscuro como las sombras, que recuerda la perfección anatómica de aquellas láminas para aprender a dibujar de Parramón, pasadas por el tamiz de la experimentación con las manchas de tinta de Frank Miller. Este juego de blancos y negros contrasta con la portada elaborada por el guionista/dibujante para la edición de Astiberri, también reproducida en alguna de las ediciones posteriores, como la doble portada para la edición francesa de Rue de Sèvres, en que los tonos grisáceos y azulados componen un cielo atlántico reflejado en las calles anegadas en un punto de fuga, que bien podrían ser deudores del buen amigo Miguelanxo Prado. En el mundo de la historieta gráfica, los vasos comunicantes son como un gran plano de metro con todas las arterias y las venas que recorren los cuerpos de los autores.
Contra la excusa de la falta de tiempo, la poesía y el cómic vienen al rescate. La brevedad suele ser proporcionalmente inversa a la intensidad, y el breve tiempo de lectura dedicado a uno de los poemas de Lara López, o a las viñetas de Juan Díaz Canales, permanecerá indeleble en la conciencia durante el resto de las horas del día.