turismo sostenible o puntos violetas, el camino a seguir

Los macrofestivales valencianos hacen tábula rasa

Los festivales de música han alcanzado con el paso del tiempo un estrado en la sociedad al que pocas expresiones culturales pueden llegar. Por ello, la lista de exigencia que les acontece es cada vez mayor: desde implantar un turismo sostenible, hasta combatir con “puntos violeta” la violencia sexual

4/01/2019 - 

CASTELLÓN. ¿Es la Comunitat Valenciana la meca de los macrofestivales en España? La respuesta, en el aire, no es fácil de responder. Sin embargo, es en la costa mediterránea donde se concentran buena parte de estas citas musicales que, año tras año, buscan alzar su imperio entre playa, tierra o montaña. Fue, de hecho, en 1995 cuando la primera edición del Festival Internacional de Benicàssim encendió la mecha de un nuevo modelo de turismo cultural que no ha dejado de crecer exponencialmente. Desde el máximo exponente para las almas más “teen”, el Arenal Sound, hasta al Rototom Sunsplash, donde conjugar reggae, paz y amor parece posible; la escena festivalera de Castellón se extiende de punta a punta a través del Arrankapins y el feCStival (Catellón de la Plana), el SanSan (Benicàssim), el emac. (Borriana), el Singin’ in the Cave (La Vall dUixó), el Feslloch (Benlloch) o el Ultrasons (Alcora). En total, más de 130 proyectos que no dejan sin música a ninguna comarca. 

Es innegable, además, que con el tiempo los macrofestivales de música se han convertido en más que un encuentro sonoro, y no solo porque en él se vistan -a modo de pasarela- las últimas tendencias de moda; citas como el Arenal Sound son a día de hoy un producto de promoción internacional de primera orden por su repercusión en el tejido empresarial local. En efecto, los datos recogidos en el Anuario de la SGAE de las Artes Escénicas, Musicales y Audiovisuales de 2018 apuntan al encuentro de Borriana como el festival que más espectadores recibió durante el año pasado, con unos 300.000 “sounders” repartidos en 102 conciertos. Tras él, le sigue el Rototom que reunió en Benicàssim a 250.000 asistentes a lo largo de ocho días y, en la quinta posición, el FIB con 177.000 oyentes repartidos en cuatro jornadas. Ante ello, el interés de hoteleros, restaurantes y demás empresas del ocio, o incluso del aeropuerto de Castellón, no es de esperar. Hay que dar cabida a tal magnitud de visitas.

La misma Diputación provincial es conocedora de sus posibilidades y por ello ha creado la campaña turística 'Castellón, tierra de festivales', desde la que además proporciona, cada año, una línea de ayudas directas para estos encuentros que ronda los 400.000 euros. También, la Agència Valenciana de Turisme (AVT) presentó en 2016 el Mediterranew Fest, una marca “paraguas” en la que se engloban los encuentros y ciclos musicales de gran audiencia en la Comunitat. En enero de este mismo año, la Generalitat contó con dos stands propios en el espacio de Fitur Festivales, donde actores y diferentes agentes musicales pudieron mantener reuniones y exponer allí sus productos. Con el transcurso de las jornadas, la Comunitat y su área musical fueron las que mayor tiempo pasaron en el escenario principal, estableciendo así nuevos lazos con el sector privado.

El código ético al que los macrofestivales miran

No obstante, “hacer números” ya no es suficiente, los festivales se enfrentan a una nueva orden: el de ofrecer un turismo sostenible y seguro. Para ello, la AVT ha creado el que se conoce como el Código Ético del Turismo Valenciano, un contrato público y una mena de decálogo de promesas al que los macrofestivales se han de comprometer para acceder a la línea de ayudas del Mediterranew Fest. De tal forma que, a mediados de este año el documento ya había alcanzado 500 firmas, entre las que se encuentra las de los responsables del FIB, el Arenal Sound y el Rototom Sunsplash, además del Medusa Sunbeach o el Low Festival. Con ello, a partir de ahora el modus operandi de las grandes citas de la música ha de regirse por alcanzar un turismo hospitalario centrado en “la música de calidad y el desarrollo económico sostenible social y medioambiental, al tiempo que en la creación de un empleo estable”.

Igualmente, la Generalitat Valenciana acordó, en el Pleno del Consell del 7 de septiembre, el desarrollo de distintas medidas con las que incrementar la seguridad de los macrofestivales celebrados al aire libre. En concreto, se apostó por la incorporación de un servicio específico de admisión y un mayor control del aforo con el que aumentar la vigilancia en los recintos y tener constancia en todo momento” del número de personas que se encuentran en su interior. Para ello, el plan de actuación solo se aplicará a los eventos en los que se supere el aforo de 500 personas, donde de ser así incorporarán obligatoriamente un sistema de puertas y áreas de acceso específicas que faciliten la entrada a los encuentros. Del mismo modo, cuando se superen los 2.000 espectadores, los controles pasarán a realizarse de “manera obligatorio” a través de sistemas de conteo y control de afluencias.

La ley quiere poner así fin a un doble problema, y es que a pesar de que los festivales de música con más de 2.000 personas están obligados, desde 2016, a realizar un recuento telemático de la audiencia recibida, hasta el momento muchos eventos han optado por el conteo manual, es decir, el encargado a un miembro de la plantilla, quien iba sumando asistentes en un dispositivo. Y aquí se halla uno de los grandes hándicaps que acompaña a estos macroeventos: la asistencia real de sus conciertos. Las cifras de los festivales no son únicamente una inyección de orgullo de cara al público o al sector, son además un factor clave a la hora de recibir subvenciones, razón por la que muchas veces las cifras son manipuladas mediante operaciones tan simples como multiplicar los asistentes de cada día como si se tratara siempre de usuarios nuevos. En ese sentido, la AVT ha introducido un requisito en la concesión de sus ayudas que obliga a presentar datos de “impacto real”, tanto de asistentes como de impacto económico e internacional.

Tampoco, sus fiestas -principalmente nocturnas- han de ser sinónimo de violencia sexual. Motivo por el que cual las mujeres, dentro del movimiento me too, no se desvanecen en demandar espacios seguros en los que poder bailar y divertirse sin miedo; que unir igualdad y placer no sea un impedimento. Desde su posición, la Generalitat anunció a principios de junio que en esta temporada se iba a habilitar un sistema de puntos violeta -mesas informativas- en los ochos festivales veraniegos que componen su marca turística. Organizados por el Institut Valencià de la Dona, “informar, prevenir y atender posibles agresiones sexuales”, además de “difundir los derechos de la mujer”, han sido sus principales propósitos, según señaló su directora, Maria Such, al periódico Cultur Plaza, quien además sostuvo que muchos municipios valencianos ya han solicitado su uso para próximos eventos. “Es importante estar en los focos neurálgicos donde se congrega una población muy joven (…), pero no se trata solamente de una plataforma desde la que abordar incidentes momentáneos, sino una forma de introducir la perspectiva de género”, explicó Such.

Por lo que hace a Castellón, Cruz Roja ha sido la organización responsable de gestionar estos puntos en la provincia, donde de nuevo “la concienciación” fue su objetivo primordial ante posibles agresiones. Como consecuencia, en el FIB se consiguió transmitir estos mensajes antisexistas a cerca de 2.000 personas, mientras que en el Arenal se alcanzaron las 2.295 y en el Rototom los 1725 visitantes. Aun así, la actual propuesta todavía ha de definir más su actuación, puesto que muchos de los puntos violeta cerraban sus mesas a las tres de la madrugada, frente a la actividad de la mayoría de festivales estivales que se extienden hasta altas horas de la madrugada. En Castellón, la Cruz Roja optó por ampliar la actuación por iniciativa propia.

¿Y ahora, qué?

Como se puede observar, la lista lista de “tareas pendientes” para los macrofestivales no es cualquier cosa. Manejar tales cantidades -de espectadores e ingresos- implica responsabilidad. Un cometido que, por ejemplo, también acontece a la creación de empleo responsable, dado que este tipo de evento acostumbra a contar entre sus filas con centenares de voluntarios que hacen diferentes labores a cambio de comida, agua o entradas. La Inspección de Trabajo tiene el ojo pegado a estas empresas, por tal de asegurar que no haya malas prácticas, en una fórmula cada vez más común.

Por último, si la exigencia se traslada al campo musical, los macrofestivales de la Comunitat todavía están lejos de alcanzar la paridad en sus cárteles, además de contar con una baja presencia de cantantes valencianos. En efecto, el Arenal Sound tan solo programó una decena de nombres de la terreta, lo que viene siendo un 15% del total de su cartel. Mientras que el SanSan, que alcanzaba esta misma cifra en 2017, esta primavera ha bajado su representación hasta el 7%, una desalentadora proporción que tampoco se traslada con creces al resto del territorio nacional.   

Para saber más

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