VALÈNCIA. Un verso libre que, de manera genuina, se encarga de no cumplir todo aquello que se espera de una artista de las músicas urbanas española. Se llama Alba Casas, aunque su nombre artístico es Albany. Su carrera musical ha sido brillante, diferencial y discreta desde que empezara a subir canciones en 2017 a redes sociales. Poco a poco, el hueco que va a haciendo se agranda, pero ella lo tiene claro: ni quiere correr ni renuncia a nada. Este viernes vuelve a València dentro del ciclo Cero en fallas, junto a A. Dense y Nico Miseria en el Teatro Flumen. Sobre la experiencia de hacer un concierto con gente sentada, dice sentirse “apetecerle mucho”: “Hace mucho tiempo que no hago un concierto y, además, creo que voy a estar más a gusto así porque mis canciones son tranquilas”.
La artista pasó de ser una referencia del sadtrap al reggeaton hace un año pero como “casi cada día” se le ocurre algo nuevo, ahora dice estar explorando dentro del r’n’b y el funk. “Me gusta mantenerme ahora y beber de los sonidos que se llevan ahora. Quiero estar a la última siempre que me mantenga en mi línea”, explica. Estos cambios en su música los suele promover ella a partir de lo que va escuchando y lo que se verá el viernes es casi una antología de todas sus etapas: “Empezaré con las canciones más tranquilas y luego iré animando con la gente, aunque lo he adaptado todo al formato covid. Va a ser diferente. Y mejor, antes hacía más showcase y ahora lo llevo todo más preparado”.
La música de Albany está atravesada por sus propias vivencias y su identidad como mujer, mestiza, de etnia gitana y clase baja. “Mis canciones tienen que ver con las cosas que me han ocurrido y lo que me ha tocado vivir. No me gusta ir contándolo, pero han pasado sucesos fuertes en mi vida que me han marcado”: sucesos como el bullying, o la vida en barrios deprimidos que se cuelan en sus canciones al contrario de lo que se puede esperar de una trap queen. Por otra parte siente que “lo de ser mujer afecta más ahora que antes, cuando hago música y la gente parece estar más pendiente de mi cuerpo que de mis canciones”.
Esas vivencias se han transformado a partir de hacer música, y ella ha confesado en varias ocasiones que se tomó la profesión como una escapada de ciertos ambientes: “Me ha ayudado -obviamente- porque es una industria y he ganado dinero, pero también en lo emocional, a superar traumas. Lo comparto con mucha gente: yo me levanto para hacer música, vivo por esto. Y es no es lo mismo que levantarse para trabajar en un supermercado, por ejemplo”. El proceso creativo, con una vida mejor, ha cambiado: “Antes escribía solo cuando estaba deprimida, aunque estaba deprimida siempre y escribía un montón. Ahora no quiero solo contar mis problemas, estoy más centrada en ponerme a trabajar y sacar un tema guapo, aunque no quiero cambiar tampoco mi manera de escribir mi música”. Su rutina es clara: “Como cuando en el colegio preferías hacer el trabajo tú solo en vez de en grupo, yo escribo igual. Necesito estar sola, mi espacio, aterrizar mis ideas y ya las comunico a quien sea”.
Toda su universo choca con el de muchos de sus colegas, que hablan de la ostentación del dinero, de las drogas y la hipersexualización. Albany no quiere condenarlos: “Yo no soy quién para criticar el trabajo de nadie, y hay mucha gente haciendo cosas muy chulas”. Y aunque parece haberse erigido como la referencia inevitable de un discurso alternativo, ella prefiere no pensarlo así: “No lo quiero tener en cuenta porque me volvería un poco loca. No quiero tener esa responsabilidad con la gente porque no puedo jugar a ser Dios. Eso es algo que me asusta. Yo solo quiero contar las cosas como me salen y no joder a nadie”.
Su discreción se ha traducido en una producción más humilde, aunque rompió la baraja con Sugar Mami, su colaboración con La Zowi. Un hit acompañado de un videoclip ultraproducido que cuenta con varios millones de visualizaciones. Al mes siguiente lanzó Loyalty en solitario, un tema autobiográfico, alejado de los grandes focos, y con un videoclip grabado por su hermano mayor en su barrio. No hay elenco ni extras, sino su familia y su gente. “Sugar Mami fue una canción que hicimos en dos horas y yo me adapté mucho a la manera de hacer de La Zowi. La canción no me representa tanto. Yo soy más bien Loyalty”, sentencia.
Estar en el término medio entre esos dos mundos, el del underground y el del mainstream es el lugar donde se siente cómoda: “No quiero correr ni quiero renunciar a que llegue lo que tenga que llegar. No tengo ninguna prisa y no me muero por ser alguien o tener un gran nombre”. Ahora va conociendo los entresijos de la industria y confiesa librar una batalla personal: “Estoy justo en una fase que me ha dado algo de ansiedad. Parece un mundo muy fácil pero hay que tener mucho cuidado y saber muy bien qué quieres hacer, cómo lo quieres hacer y con quién. Hay que tener ojo porque te encuentras con mucha gente interesada que se quiere aprovechar de ti”. Entre la fama y la autenticidad, Albany lo tiene claro.
- ¿Y qué te ha ayudado a ir con estos pies de plomo?
- Simplemente escuchar mis canciones que hago de corazón. Solo por eso vale la pena seguir haciendo música. El día que me canse y no me merezca la pena, me quitaré. No me voy a dejar la salud en ningún oficio.