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crónica de concierto

América en el núcleo de un concierto

La relación con Estados Unidos estaba presente en todos los compositores que compusieron el programa de la Sinfónica de Saint Louis

10/02/2017 - 

VALENCIA. América como país natal, como tierra de acogida o como foco inspirador. Ese podría ser el eje que, casual o voluntariamente, vertebró el programa de la St. Louis Symphony Orchestra en el Palau de la Música. En primer lugar, la obra de un nativo: The Chairman Danses (Foxtrot para orquesta), de  John Adams. Luego, el Concierto para violin, op. 35 de Korngold, compositor austríaco que, habiéndose hecho ya un hueco en Estados Unidos por méritos musicales, tuvo que refugiarse allí, en época nazi, por su origen judío. El solista de este Concierto, Gil Shaham,  ofreció después un regalo:  Schön Rosmarin, de Fritz Kreisler, mítico violinista vienés que también acabó asentándose en Estados Unidos huyendo de los nazis, y cuyas cadenzas para los Conciertos de Beethoven y de Brahms todavía se utilizan.  Tras el descanso venía la “Sinfonía del Nuevo Mundo”, compuesta por el más grande de los compositores checos (Antonin Dvořák) al hilo de su estancia en EEUU. 

Es esta una obra curiosa –y maravillosa- donde la filología musical demuestra raíces centroeuropeas, pero que los estadounidenses han tomado por bandera y, convenientemente “reasumida”, se identifica ahora –sin falsearla- con la épica de las grandes praderas y las grandes montañas. Faltaba, para acabar, otro regalo fuera de programa: la obertura de Candide, de Leonard Bernstein, compositor americano donde los haya, que utiliza aquí una novela de Voltaire para crear una obra entre la opereta y el musical de Broadway. Un año después (1957) llevó este último género a una de sus cimas incuestionables con West side story, título que en 1961 se transformó en film.  En este,  inmigrantes portorriqueños y otros de origen irlandés recrean, en el corazón de América, la tragedia concebida por una de las glorias británicas (Shakespeare) sobre el odio entre las familias (italianas) de Romeo y Julieta. Nada indica que hubiera alguna intención extramusical en la confección del programa. Pero resultó un ejemplo incuestionable del sedimento multicultural que sostiene aquel país.

St. Louis Symphony Orchestra

John Adams es uno de los compositores contemporáneos más frecuentados en Estados Unidos, y no sólo por la orquesta de St. Louis. La partitura que abría el programa (The Chairman Dances) se escribió mientras componía su obra más famosa (Nixon en China), y comparte con ella uno de los personajes: Mao Tsé-Tung (o Mao Zedong), que desciende de su retrato y baila un foxtrot con la que luego sería su mujer, Chiang Ching. La música, con un saludable sentido del humor, consigue enervar, sin embargo, a quienes no soportan la factura minimalista, ni siquiera con los aderezos que el compositor de Massachussets le incorpora. El oyente que conoce el tema inspirador puede entretenerse dilucidando en qué momento Mao se baja del cuadro para bailar con la chica, pero en el resto cunde la desesperación. Especialmente entre los que no valoran las sutiles variaciones que  Adams introduce en el motivo principal. Abundó en ello el concepto interpretativo de David Robertson, que no parecía, en esta pieza, demasiado interesado por los matices tímbricos o dinámicos, excepción hecha de la sección central, cuyo vuelo lírico tradujo a la perfección.

Entró luego en escena Gil Shaham, un gran violinista armado con un precioso Stradivarius. Le tocó enfrentarse al Concierto en re mayor de Korngold, quien había pasado de ser niño prodigio en Viena a componer bandas sonoras para la Warner Bros. (desde 1935 hasta el final de la Segunda guerra mundial). Su estilo, de corte romántico y expresivo, ha perdurado hasta hoy en buena parte  de la música fílmica, pero se consideró “caduco” cuando volvió a Europa, al final de la guerra, para retomar las obras de concierto. La música se abría en esos años a otros horizontes,  pero Korngold no quiso o no supo cambiar de tercio. Su Concierto para violín, de 1945, incorpora varios temas utilizados en los trabajos hechos para Hollywood, y conserva unos tintes en la armonía y la construcción que parecieron anticuados. El famoso Jascha Heifetz, sin embargo, le impulsó a perfeccionarlo, y protagonizó como solista el estreno, precisamente con la Orquesta de Saint Louis. Fue el 15 de febrero de 1947.

St. Louis Symphony Orchestra

El pasado miércoles fue esta la obra que mejores resultados logró en todo el programa. Pareció ampliarse de un trazo la gama dinámica, la capacidad para la delicadeza y la calidad del sonido. Tuvieron la colaboración impagable de Gil Shaham, cuyo violín se desenvolvió con impecable afinación y fraseo exquisito. Especialmente destacables resultaron la peroración del segundo movimiento, y el brillante virtuosismo del tercero. 

Quizá lo menos conseguido de los músicos de Missouri fuera la Sinfonía “Del Nuevo Mundo” de Dvořák. La dirección de David Robertson se decantó por una versión donde los famosísimos temas que la atraviesan quedaban sumamente enfatizados, hasta el punto en que a veces se rozaba lo artificioso. Excepción hecha del bellísimo segundo movimiento, que se leyó con más comedimiento y unas hermosas sonoridades, entusiasmando al público, como cabía esperar, con las intervenciones del corno inglés. En el primer Allegro, por el contrario, la agógica resultó un punto forzada. El tercero dejó ver el vigor rítmico que corresponde a una danza, pero el sonido pareció algo embarullado. Y el último se quiso tan épico que a veces se convirtió en estrepitoso. Sin embargo, fue muy patente la entrega de instrumentistas y director, cuya visión, aún siendo discutible, brotó siempre cálida y comunicativa.

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