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VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

Arte contra la ampliación de un puerto: los mensajes de Anaïs Florin sobre la piel de la Punta

Cómo la cartografía con las cicatrices de València sigue ampliándose. Ahora con la obra ‘No ens cansarem’

29/04/2023 - 

VALÈNCIA. La sala 103 del museo Reina Sofía -en pleno epicentro del fuego al que se enfrentó Borja-Villel- supone una inmersión entre el costumbrismo y la revuelta valenciana. Encapsula una manera de estar, la de la València de 2015, mientras suenan pasodobles. Preside, a modo de manifiesto, la instalación del malagueño Rogelio López Cuenca: el plano de la ciudad hilado, al igual que en una investigación policial, por los conflictos abiertos, los movimientos de protesta. Una urbe encarnizada, la expresión de una atmósfera que llegando del subsuelo iba a provocar un cambio de estado. 

Es el “Mapa de Valencia” creado para la exposición Radical Geographics que se mantuvo en el IVAM en 2016, a partir del trabajo colectivo de un grupo de 13 personas en colaboración con la Facultad de Bellas Artes de la UPV. 

De la Punta a la torre Miramar, del viejo Nou Mestalla a la destrucción de l’horta… una cartografía de las cicatrices de una ciudad en relación con su territorio, su vida y su poder; una composición hecha de atestados. 


La tentación ante ese mapa pasa por considerarlo una obra acabada; una fotografía detenida. La prueba de que más bien es un mapeo en progreso llega con la última intervención de Anaïs Florin -nacida en Cannes, asentada en València- titulada ‘No ens cansarem’. En colaboración con la Comissió Ciutat Port, ha levantado un mural que recoge la variedad de lemas en contra de la expansión del Puerto desde los años 80 hasta ahora. De la playa de Nazaret a la ZAL, de la Punta al proyecto de ampliación norte. Es un reflejo, muestran, de “la respuesta incansable y continuada de vecinas y colectivos” en contra “del carácter sistémico de la violencia ejercida sobre el territorio local por parte de la entidad portuaria”. 

En la fachada trasera de una casa en la Punta, encajada entre algunas de las capas en conflicto, con el paisaje portuario de fondo, esas paredes se asemejan a una piel tatuada con esta retahíla de mensajes: bajo el asfalto está la playa de Natzaret / port assassí de l’horta / queremos parque, no puerto / ZAL il·legal, la volem tota verda / no a la ZAL / no a l’ampliació del Port. Los lemas han sido extraídos a partir de la consulta de Natzaretpèdia, el instrumento memorístico de los vecinos de Natzaret. 

La humildad del inmueble, en contraste con el horizonte amenazante, acrecienta la voluntad de la intervención por mostrar la fragilidad del territorio, en apariencia una presa fácil. Al mismo tiempo, exhibe una historia combatiente y contextualiza la lucha contra la ampliación del puerto dentro de un proceso que viene de lejos.

Esa tensión entre desarrollo y desarrollismo, entre la ciudad como soporte extractivo o como fin en sí misma, sigue supurando desde la práctica artística. Es el método con el que expandir la atención, habitualmente enclaustrada entre un ‘público experto’.

La obra de Florin tiene continuidad con su propio trabajo de recopilación en la defensa de l’horta, bajo el nombre de ‘a hores d’ara’, compartido con Alba Herrero y Natalia Castellanos. “Es un archivo digital que engloba las experiencias y sabores de las personas y colectivos que la han defendido durante las últimas décadas”. Es una caja negra en proceso, con “aquellas agresiones urbanísticas sobre las que se han podido rastrear una respuesta social (…) algunas con éxito y otras no, pero siempre llenas de aprendizaje”.

Florin procura un cierto ejercicio de retención de un legado que, al mismo ritmo que los propios bancales, podría haber ido desapareciendo. “En los últimos cincuenta años -advierte- l’Horta de València ha retrocedido un 64%, lo ha hecho en nombre del progreso, de la seguridad ciudadana, del crecimiento poblacional, de la cultura y de la especulación urbańsitica (…) Ha comportado una fuerte fragmentación territorial y un daño, en la mayoría de los casos, irreparable. Desde el principio, son numerosas las voces que se han levantado frente a estas agresiones territoriales (…) Las diferentes estrategias desarrolladas a lo largo de los años suponen un legado colectivo en términos de aprendizaje compartidos y memoria social”.

El archivo acaba evidenciando que, como sucedió en ejemplos paradigmáticos como la lucha por el Saler o el Jardín del Túria, el trabajo artístico y gráfico se convirtió en catalizador. En lo reciente, en la destrucción del Forn de la Barraca, el diseño de Diego Mir intervino con potencia en el lenguaje de lo simbólico. Representa el poder del oficio para apuntalar conciencias colectivas, también genera el debate de si ese es un emparejamiento demasiado escaso y excepcional. 

Bajo el asfalto está la playa, insiste el mural en la caseta de la Punta. Y sobre la piel de esta fachada están las causas que, una vez cementadas, parecieron dejar de existir. Los archivos y el arte pretenden no olvidarlo. 

El mapa de Rogelio López Cuenca, de poder actualizarse, iría necesitando más hilos. Es la prueba de que se trata de una lectura inconclusa. La evidencia de que la tensión entre el desarrollo y el territorio sigue en pie y sigue necesitando voces. 

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