VALENCIA. No fue en las orillas del río Ohio ni del Misisipi, sino en el margen izquierdo del Turia a su paso por Benaguasil. Allí, en la montaña que Mike Fernández quería enseñarle a Raúl Pruñonosa, como un lugar "de la hostia" para estar, este último le devolvió el favor descubriéndole las primeras -y torpes- posiciones de sus manos sobre una guitarra. El intercambio, que sucedió cuando apenas tenían 13 o 14 años, según recuerdan, se ha convertido una década más tarde en Badlands, una banda que llega madura al escenario tras calcinar proyectos anteriores que fueron del grunge al pop-rock.
La banda es una rara avis en la escena musical valenciana. A pocos se les ocurriría apostar por un estilo musical que, no sólo no tiene referentes locales, sino que apenas cuenta con grupos de solvencia -ni jóvenes ni talluditos- a nivel nacional. El bluegrass, esa variable tan de raíz y que tan americana es, se hace poderosa en la voz de May May Ibáñez, mano derecha de Fernández en sus proyectos adolescentes y ahora la empuñadura de un proyecto imprescindible para los amantes del rock en la ciudad.
Badlands apenas tiene un año, pero está a punto de culminar un primer disco elaborado a partir de dos EP's previos: Prodigy, Relentless y el que en cuestión de días empezará a grabarse. Hace algunas semanas se cumplió la efeméride del primer concierto, ya con el violinista Raff Deen en el grupo. Su batería, Pau García-Serra (también en La Hora del Té), se estrenó un 14 de febrero con esta formación que ha dividido sus tres primeras grabaciones aproximándose al country primero, al bluegrass más tarde y con el blues como próxima estación de destino. ¿Quién dijo complejos?
El germen de aquel intercambio adolescente de buenas intenciones se ha conectado con los posteriores miembros y con un elemento esencial para entender su forma de operar: el rigor que, de una forma clara aunque quizá ajena a su autoconciencia (apenas superan los veinte años), llega de una formación musical. Eso sí, en todos los casos, a partir de instrumentos ajenos al que defienden.
De hecho, la llegada de un banjo a manos de Pruñonosa, antes batería y siempre guitarra, ni siquiera cuenta con un par de años en su escueta historia. Fernández convenció a Ibáñez para "montar algo que diera pasta", pero el proyecto que se inició recaudando en bares cogió forma en pocos meses y derivó en grabaciones: "a veces tengo la sensación de que, cuanto más profesional quieres ser, más dinero acabas 'palmando'". Desde luego, el objetivo ya no es recaudatorio, sino creativo y expansivo, y recreándose y extendiéndose se encuentra.
Con las canciones brotando por los cuatro costados (en el último año están al borde de completar el equivalente a discos de larga duración), apenas tardaron unas semanas en acomodarse en las armonías vocales: todos cantan y arropan el puñetazo que Ibáñez trata de moldear -poco a poco con mayor éxito- a través de su presencia. Una presencia que no es sólo lírica, condición fundamental para Badlands, que se sobrepone al desconocimiento del género ante foros inhóspitos a través de la interpretación.
En la conversación con Valencia Plaza, en uno cualquiera de sus ensayos nocturnos, se respira la confianza de quien ya está disfrutando de un camino musical en el que se cruzan referencias ineludibles del género como Bill Monroe, pero también otros iconos (Bill Hicks, por ejemplo) que denotan una idea muy desacomplejada de lo que musicalmente están llamados a hacer.
No les detuvo que en la ciudad no hubiera público del género: lo están cultivando. Ganaron sin importunar a nadie el pasado Sona la Dipu. 'Telonearon' hace tan solo unos días a La Habitación Roja y, en el marchamo, acumulan para sus conciertos a una serie de incondicionales: "yo creo que no escuchan nada de country o bluegrass más allá de Badlands. Tampoco tienen más referencias, pero conocen nuestras canciones y nos transmiten lo bien que se lo pasan en los conciertos", apunta Deen.
"Todo surge de forma natural", repiten Pruñonosa o García-Serra cuando se les insiste por su idea de mantener a raya la exactitud armónica de todo el conjunto. En directo, como un ejercicio de rock progresivo que quizá esté en su ADN, canciones como 'Find Myself in Wooden Countries' mantienen algunos de sus caracteres más agradecidos por el público: crescendos no excesivamente gratuitos, desarrollo mesurado de instrumentos llamados a merendarse el protagonismo del proyecto (violín, banjo) y la inteligencia emocional de saber que sólo están dando sus primeros pasos. En esencia, su segundo EP, con 'Relentless', 'Homecoming' y 'Liquorice' reúne lo mejor de su corta producción musical.
Ellos mismos se desactivan ante la posibilidad de agobiarse ante el mercado musical: "tenemos que grabar algo más sólido, necesitamos más rodaje", apunta Fernández. Los planes pasan por completar la trilogía de EP's y salvar el match ball de la grabación que acompañaba al premio de Sona la Dipu; un obsequio casi siempre absurdo porque no tiene en cuenta los ritmos de los grupos que lo han recibido, sino que funciona en tiempo y forma como la estructura política tiene necesidad de producirlo. En cualquier caso, hasta que el signo cambie, ninguno de los dos álbumes de corta duración completados hasta la fecha hacen justicia al potencial de la banda. Si bien en el segundo, el más destacado Relentless, ellos mismos metieron cuanto pudieron las narices en la producción, estas se encuentran -como no podría ser de otra forma tras un año de bagaje- como un escaparate de potencialidades. Ya habrá tiempo y proyectos para lograr un sonido -que se espera- les eleve a una división superior, donde ya puede pelear y pelea su directo.
Nadie ni nada les obliga a seguir un patrón. No tienen acompañantes en la escena y, cuando comparten cartel, siempre son la píldo<<ra discordante y agradable de la noche. Causan furor entre algunos viejos rockeros de la ciudad, sorprendidos -sin revelar su identidad- por no haber encontrado un sonido americano tan brillante en décadas aquí y escucharlo desde la barrera a cinco veinteañeros descastados, desacomplejados y con más expectativas de las que ellos mismos se atreven a colgarse.
Para el rock, en Valencia, son brotes verdes sobre una tierra quemada de repetir a otros y a sí misma. "No hay malos grupos de bluegrass", apunta Fernández: "si quieres sonar como los clásicos, tienes que meterte mucha caña de local de ensayo, de trabajo personal. No hay otra fórmula para acercarte a sonar de esta manera". No son los únicos de la nueva hornada con esta actitud, pero sí los únicos en tener el arrojo de aplicarla a un género tan ambicioso.