Xics, ayer viví una experiencia mística. ¿Sabéis cuando mandan a los jóvenes Sioux al bosque a encontrarse con su espíritu guía para hacerse hombres? Yo ayer encontré a mi camarero guía, y eso me ha cambiado
Fuimos al Bar Berlanga.
Está en Dolores Marqués, si sigues recto das con Primado Reig y Viveros. Llegamos sobre las 12, la terraza es gigante, hace una L con la esquina del bar, y está abarrotada a excepción de una o dos mesas. El camarero está en la puerta.
- Hola ¿Venís a almorzar?
- Sí ¿Tenéis sitio?
- Ahora montaré algo, pero… qué rabia, ya no queda casi nada, teníais que haber venido un poco antes, ahora estamos bajo mínimos. Pasad a ver qué podemos apañar.
Claro, yo ahí pensaba que ese “casi nada” era literal, y ya me veía almorzándome un bocata de sobrecillos de azúcar con frases motivacionales, pero según entramos, y vamos hacia el final de la barra…
- Jarl.
Dos tortillas prácticamente enteras, un plato de embutido, cuatro o cinco bandejas con cantidades muy dignas de guisos de carne, hígado encebollado, varias barras de pan, todo ello esperando a ser almorzado.
- Hombre, aquí hay más que suficiente, con esto te monto yo un Corte Inglés.
- Noo, pero teníais que haberlo visto como estaba antes, mira, mira.
Camarero guía se saca su móvil del bolsillo y nos enseña orgulloso un vídeo de la barra por la mañana. Efectivamente, aquello era otro rollo, había comida como para cambiar el curso de un río. La barra no se veía bajo un 15M de tortillas y bandejas rebosantes.
- Qué maravilla.
- ¿De beber que os pongo?
- Unos tercios. Y de bocatas vamos a ver.
Durante un par de minutos, negociamos combinaciones con otra camarera igual de agradable, que nos iba ofreciendo cosicas.
- ¿Queda sepia para una tapita?
- Que va, queda muy poca, peeero…¿Te pongo la que queda en un plato, y añado unos chipirones?
- Espectacular.
Bueno, pues en esto que vamos saliendo a la terraza comentando que qué bien todo, que qué alegría, y según asomamos por la puerta, tenemos la visión.
En medio de la terraza llena, iluminadas por un rayo de sol que filtra entre las nubes, han juntado dos mesas que ya tienen las cervezas puestas, más unas olivas y unos cacaos. Y están ahí, esperándonos.
Noté la aguja del maquinómetro vibrando al máximo. Vaya pedazo de maquinones, que coordinación, que Cirque du soleil de bar.
Dos tragos de cerveza después (Amstel), empiezan a llegar las bandejas de bocadillos. Había uno de embutido con judías, otro de tortilla de calabacín, el mío en concreto era de lomo a la mostaza.
Oye, un acierto. El pan crujía como los huesos de los malos en una peli de Steven Seagal. El lomo estaba jugosón, y además tiene el extra de que no es algo que te encuentras en cualquier bar. Si me dices magro con tomate, te digo, vale, en cualquier sitio te lo hacen, pero ¿lomo a la mostaza? Fantasía.
Estoy todavía a mitad bocata cuando veo un cartel en la pared del bar. “Huevos con patatas, jamón y trufa, solo en temporada, de noviembre a marzo”. Hombre, vamos a ver, eso es un tren que pasa una vez en la vida y hay que cogerlo. Llamo a camarero guía.
- Perdona, eso que veo ahí…lo de los huevos…
- Ah, se nos acabó la trufa el miércoles, la traen los lunes y la gente la devora. De todas formas si venís la semana que viene estarán mejor, porque las primeras tienen menos sabor.
- Lástima, tenía antojo de huevos…¿los pedimos igual?
Mis colegas dicen que tienen comida después y que será mucho, que mejor no abusar. El camarero ve la desolación en mis ojos y se retira.
Después llegaron la sepia y los chipirones. Muy bien, canónicos. En la mesa de al lado unos chavales empezaron a tocar la guitarra, y yo tuve esa sensación de sabadete al sol cuando estás muy a gusto en un sitio.
Los tercios se acaban. Todo parece fluir con normalidad, pero yo no he conseguido olvidarme del plato de huevos con jamón. A pesar de que mis colegas me han abandonado cobardemente, tengo esa espinita clavada, así que le hago una seña a camarero guía.
- Perdona, pero que le den por culo a esta gente y ponme por favor, el plato de huevos…
- Ya te los había marchado hace un rato sin que me los pidieras.
El maquinómetro estalla. ¿Cómo se puede ser tan crack? ¿Cómo has podido leer en mi alma con tanta claridad? Ahí supe que claramente ese hombre y yo éramos parte de la misma molécula cuando explotó el big bang.
A los pocos segundos aparece un plato con 3 huevos y jamón recién cortadito de la pata. Como era de esperar, la gente que después tenía comida, se lo repensó bastante, y empezaron a meter viajes con el pan. Aquí todos somos muy chulos hasta que la cucaracha vuela.
Bueno, pues unos cortaditos, y tal, y la cuenta. A 9 pavetes por cabeza salimos.
Perfecto, lo único malo del bar fuimos nosotros llegando tarde. Tened por seguro que antes de fin de año, va a haber por ahí un tío pidiéndose unos huevos con trufa a las 9 de la mañana. Mientras me marchaba, volví la vista atrás y vi como caramero guía abría los brazos y varios pájaros acudían a posarse.
Goza de amplio aparcamiento.