Fundó los Ghetto Brothers, una banda del Bronx que, tras meses de violencia, propuso la paz entrepandillas y entre puertorriqueños y afroamericanos. De su banda salieron grupos de música y movimientos sociales que lucharon por la educación bilingüe en los barrios habitados por puertorriqueños. Su figura inspiró la película Warriors. Y un cómic relató su búsqueda de identidad, que le llevó a averiguar que era un judío sefardí de una familia expulsada de España
VALÈNCIA. Un hombre insulta a los empleados de un bar por hablar español con sus clientes. El hombre, según la noticia, es un abogado de origen judío. Ha ocurrido en Manhattan, Nueva York. El suceso me trae al recuerdo un cómic publicado hace tres años por la editorial Sapristi, Ghetto Brothers, una leyenda del Bronx. Es esa en la que los puertorriqueños del barrio pelean para conseguir que su enseñanza sea en bilingüe y lo consiguen a través de la organización United Bronx Parents, que todavía sigue.
Como contó Alfred López en su blog en 20 Minutos, la palabra gueto viene de "geti", fundición, relativo a una zona de Venecia donde vivían los judíos. Es curioso cómo en este cómic, aunque no se explicase en sus páginas, la palabra gueto encerrase una narración circular.
El caso de los Ghetto brothers es conocido y se trató en esta columna cuando apareció el documental que trató aquella época en el Brox, Rumble Kings. Aquellas imágenes de negros con esvásticas fueron explicadas en el cómic de Juan Voloj y Claudia Ahlering. Los chavales del barrio solo querían ponerse encima los símbolos que representasen a sus bandas que más miedo diesen. El emblema de los nazis era ideal, por el cine, por lo poco que habían escuchado en clase, pero muchos de ellos no sabían ni qué era ni mucho menos cómo se llamaba.
Los Ghetto Brothers fueron una de las muchas pandillas que estuvieron presentes en un barrio que había sido devastado. Fue a consecuencia de la planificación urbana de Robert Moses un mero funcionario de rompió el barrio derribando grandes inmuebles para introducir avenidas que inyectasen automóviles en Manhattan. Un súbdito de la religión del coche.
Benjamín Melendez, que fundó su banda para sobrevivir en aquellas calles, se enamoró de una chica asiática. Tantos los padres de ella como los de él tomaron la noticia con sumo dolor. Llorando. Aquel mestizaje era el máximo pánico que tenían en su nueva tierra de acogida. La pérdida de la pureza. Una trama parecida a la que propuso Adrian Tomine en Shortcomings, su novela gráfica más apegada a la realidad social, en la que exploraba los problemas de identidad de los asiáticos estadounidenses.
Lo que fue relevante en el seno de estas pandillas fue que Benjamín se politizó. Logró trascender la violencia por la violencia callejera, la ley del más fuerte entre criminales de baja intensidad, y tomó conciencia. En un principio, se centró en firmar la paz con los afroamericanos, para que estos no vivieran en continua lucha con los puertorriqueños. Vivían en el mismo lugar y tenían los mismos problemas, era absurdo enfrentarse.
Lo cierto es que, como cuenta el cómic, hasta el momento las bandas, Ghetto Brothers principalmente, habían resuelto los problemas derivados de la epidemia de heroína con violencia. Expulsando a los camellos y yonquis del barrio. En la otra cara de la moneda, cuando se pusieron a hacer vida social y colaborar con los movimientos del barrio, surgió un grupo de música ejemplar, homónimo, que es citado de pasada en el tebeo.
Hasta aquí, grupo de música, disco recopilatorio y documental sobre las bandas del Bronx que inspiraron la película Warriors ya eran fenómenos conocidos y repasados. Lo que aporta el cómic al rompecabezas es el desenlace en la vida de Benjamín Melendez, el creador de la banda.
No en vano, según siguió el rastro de sus antepasados, Melendez era también sefardí. Es ahí donde los alemanes que firmaron el cómic y entrevistaron a su protagonista contaron la gran tragedia que aconteció en España, y después en Portugal, cuando se expulsó a los judíos en el siglo XV. El hombre se lo tomó a pecho y acudió a la sinagoga a reunirse con los que entendía que, desde entonces, eran los suyos. Es una de las paradojas de la estupidez del nacionalismo. Perfectamente, el que ha gritado en Manhattan a la gente que no hable en español, podría estar repudiando a los suyos.