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crítica de cine

'Brother's Keeper': un tiempo suspendido que arriesga vidas

Culturplaza analiza los largometrajes de la Sección Oficial de Cinema Jove 2021

16/06/2021 - 

VALÈNCIA. La vida (se dice de manera superficial a veces) es lo que esperas mientras esperas, mientras ocurre una cosa y la otra. Sin duda, es una de sus posibles más aburridas y más incompletas. Que se lo digan a la gente cuya vida depende de una situación a contrarreloj, que le digan que frene, que espere. Brother’s Keeper (Okul Tıraşı) plantea, por otro lado, un tiempo suspendido, donde la vida se hace difícil y complicada. Sobre todo para Memo, un niño que vive en un internado en la región del Kurdistán.

El director turco Ferit Karahan cuenta la historia de este internado y de sus relaciones de poder, de los que depende la vida y la muerte cuando Memo cae repentina y sospechosamente enfermo. Una tragedia que se desemboca por algo tan sencillo como una ducha fría en un lugar montañoso cubierto por la nieve. Yusuf, amigo del enfermo, será el primero en poner en alerta al personal del colegio que Memo no está bien tras haber pasado una mala noche.

A partir de ahí, la historia cuenta -en un metraje de 80 minutos casi a tiempo real- la lucha continua por que Memo sea atendido y así poder salvar su vida. Una misión casi perogrulla, que en espacios como los de un internado nevado en medio del Kurdistán, se hacen menos obvios.

Primero, será el propio del centro quien eche balones fuera, cuando el agravamiento de la enfermedad de Memo se hace inevitable, es entonces cuando la asistencia sanitaria la que intenta escurrir el bulto. Y mientras, Memo yace en una camilla, entre dos mantas, luchando por su vida.

Karahan no tiene intención alguna de contar la historia como un hilo de grandes acontecimientos y giros de guion, sino que acentua exactamente lo contrario: el paso de un tiempo suspendido que no hace capaz una acción tan sencilla, tan necesaria, como la atención médica a una persona. Un tiempo suspendido que interpela a estructuras como los orfanatos, la brecha de edad, o el propio Estado. Porque no es solo el qué sino el cómo: la figura del director, al que se le ve evitando los problemas con un “ya veremos”, pasa a liderar una ofensiva para saber qué ha ocurrido para que el pequeño haya caído enfermo. De la ignorancia a la culpabilización: si algo sale mal, que no haya sido por mí.

Además, Brother’s Keeper cuenta, de fondo, con un discurso claramente político: el tiempo que deja en suspendido un Estado (en este caso, el turco) que no atiende al Kurdistán, un territorio en conflicto, que reclama una identidad y se encuentra la mirada bajada de la comunidad internacional. El tiempo está suspendido en el orfanato, como en la región, como en la vida de las otras personas. Y mientras el tiempo pasa, la vida, o mejor dicho, la falta de ella.

En el plano más formal, Karahan opta con contar la historia a golpe de guion, dejando poco lugar a la sugestión. Intenta colocar la cámara a la altura de los niños, para que los adultos lleguen siempre altos a arramblar con todo. Todo el planteamiento narrativo se viene algo abajo en los últimos minutos, cuando un giro de guion resignifica toda la historia, y con ella, la reflexión contada hasta ahora. Es decir, parece restarle valor a todo esa suspensión del tiempo construida hasta ahora, volviendo el discurso algo más fanganoso. En todo caso, Brother’s Keeper deviene finalmente en una sencilla radiografía de un drama común que, sin grandes aspavientos, cuenta mucho más de lo que parece. Porque muchas veces, no hace falta más que el tiempo y una vida que depende de ello para contar un drama.

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