La profesora e investigadora en el campo del sonido y el pensamiento imparte un taller sobre la escucha en el IVAM
VALÈNCIA. El IVAM lleva todo el curso preguntándose cuál es el papel y el posible acercamiento de las artes a una Albufera herida a través del taller continuo Presentes Densos. Esta semana, la invitada es Carmen Pardo, una profesora e investigadora que explora los cruces entre la música, el sonido y el pensamiento. En València hará un taller teórico-práctico sobre “aprender a escuchar (también a los pájaros”. Antes, atiende las preguntas de Culturplaza.
- La pretensión tuya es la de enseñar a escuchar el entorno y los paisajes que nos rodean. ¿Cómo es afrontar ese reto cuando nuestras experiencias sonoras están prácticamente monopolizadas por las músicas populares?
- Pues es un reto, evidentemente. El título que yo le puse al taller implica centrarse en dos cuestiones, la atención y la imaginación, porque -de alguna manera- aprender a escuchar requiere su tiempo; y, como tú dices, arrastramos un bagaje de la cultura popular en lo que tiene que ver con lo músical, pero también a otros niveles. Yo no quiero plantearlo desde lo musical, sino aprender a escuchar el sonido en general; sonidos no catalogados como musicales, sonidos de nuestro entorno.
Para aprender a escuchar, habrá que atender y eso ya plantea ver qué sucede en un contexto en el que el sistema económico actual ha constituido también una economía de la atención. Cabe preguntarse hasta qué punto nuestra escucha está en alerta o está dirigida a un modo de vida. Por eso también es importante la imaginación, para abrir puertas y ventanas y plantear algo que vaya más allá de lo que es la atención dirigida.
- En este sentido, hablas de un concepto importantísimo del sonido que siempre obviamos, o directamente confrontamos: el silencio.
- El silencio es imprescindible. De hecho, en el taller que daré, en la primera de las tres partes de mi propuesta incido en la necesidad de crear, a partir del silencio, la posibilidad de la escucha. El silencio ha ido siempre ligado a la escucha, pero como esta, también está orientado en un sentido concreto. Tomando prestado el nombre del programa del IVAM, también podemos hablar de silencios densos. El silencio siempre es denso: incluso cuando se considera algo vacío, en realidad lo estás llenando de tu intencionalidad. Lo vacío no es lo contrario de lo lleno. El silencio ha de estar situado en paralelo a la escucha, con el mismo planteamiento previo: despojarlo de nuestras internacionalidades entendiendo que son producto de cómo organizamos nuestra percepción, la relación con los demás y con el medio.
- El programa Presentes Densos busca ser un acercamiento de las artes a un territorio herido como l’Albufera. ¿Cómo se puede reparar ese paisaje a través del sonido, del arte sonoro, o de la escucha?
- Es una cuestión complicada, porque una de las problemáticas de la escucha es la dificultad de compartirlas. Las escuchas tienen que ver con un exterior que nos atraviesa de una manera concreta y cómo lo explicamos después. Hay más de una respuesta a tu pregunta. Escuchar algo implica todo el cuerpo y la mento, y un ejercicio importante es intentar hacernos capaces de darnos cuenta de cómo surgieron estas heridas y ver qué a ocurrido con este paisaje a todos los niveles (sonoro, táctil, visual…). Ver de qué manera estas heridas nos atraviesan a través de nuestras propias escuchas. L’Albufera ha sido y es un espacio para la idealización pero también para la oposición, y debemos entender que las heridas que son de l’Albufera son nuestras también. La escucha debería permitir mostrarlas y ver qué rastros han dejan, y a partir de ahí, imaginar qué mundo queremos. La escucha es una manera de orientar nuestro cuerpo para conocer qué pensamos, cómo creemos que somos los demás y con el resto de seres que habitan el mundo.
- Tú hablas de la importancia de una escucha que no sea antorpocéntrica. Pero claro, si ya ocurre que -por ejemplo- en el ámbito político no hay una cultura de escucha, para ponerse a aprender a escuchar a otros seres…
- Es que, de hecho, son dos cuestiones que van juntas. En el ámbito de la política instituicional, vivimos una época de una sordera brutal que va ligada a la falta de valor de la palabra, a la dislocación de las palabra con las vivencias y os hechos. Escuchar es un ejercicio, ante todo, de alteridad: un sonido que no eres tú pero que forma parte de ti; lo contrario es convertir al otro en lo ajeno y, por tanto, el impulso por disputar. El mismo uso de nuestro vocabulario implica el tipo de escucha al que estamos dirigidos.
- Cuando un proyecto de escucha está tan dirigido a un territorio, ¿No implica el riesgo de convertirlo en una seña identitaria de manera excesiva?
- Es un riesgo, sin duda. Las cuestiones que implican el territorio siempre han ido ligadas a la posibilidad de problemáticas identitarias que han podido degenerar en conflictos, armados o no. Hay muchas maneras de entender el territorio que no tienen por qué estar reñidos con la cultura y la historia propia. Entrar en un territorio significa entrar en contacto con su historia y con una tierra que es habitar por una serie de organismos que han al medio específico. Eso hay que ponerlo en valor, pero de ahí a convertirlo en un elemento identitario sería no entender la herida de la que hablábamos antes. Las heridas no son identidades, sino procesos, avatares de los organismos que han habitado el territorio.
- Una última pregunta más allá del taller de este fin de semana. El arte sonoro ha ido ganando terreno en los museos pero sigue sin ser una disciplina de acercamiento popular, ¿Qué espacios sería importante seguir ocupando?
- El hecho de que el arte sonoro se presente en grandes museos desde hace unos años tiene que ver con el estado del arte sonoro y tiene que ver con “el mundo del arte” (en el mal sentido de ese término). Se presentan proyectos en museos, donde hay un cómputo de la gente que acude porque es importante para el sistema de subvenciones, etc. Una gran parte de la entrada del arte sonoro a estos espacio ha llegado por parte de artistas visuales cuyo circuito era el de las artes visuales.
En esta historia también ha tenido mucho que ver la crisis en la que entran los museos a partir de los 80 y de la que aún no han salido: necesitan savia nueva, contenido novedoso y reformular su papel. A mí me parece aún prematuro valorar si estos espacios son los más adecuados o no para ocupar. Sé que ha habido este año varias propuestas en Madrid y alguna polémica, pero no he podido ir por el asunto que todos conocemos.
Esta cuestión tiene mucho que ver con cuáles son las propuestas del propio museo, con cuáles son las formas de trabajo con los artistas y qué tipo de sensibilidad hay con lo sonoro. Si sigue siendo un problema que haya cables en el suelo… esta relación ya va mal. Y ocurre. En todo caso, tampoco diría que el museo neutraliza la potencia del arte sonoro. Se están haciendo magníficos proyectos en los espacios del arte, pero tal vez todavía no hayamos llegado a saber presentarlos de manera adecuada.