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Chicha, Tato y Clodoveo: cuando los héroes de los niños estaban en el paro

Lo mismo que en los tebeos infantiles de la posguerra española apareció un personaje como Carpanta, un hombre que se moría de hambre, en la España de los 80, que estaba sufriendo las consecuencias de la crisis industrial y la reconversión, surgieron tres personajes que tenían como denominador común que eran jóvenes y estaban en paro. En sus páginas, Ibáñez ponía el acento sobre un problema que sigue presente en la sociedad, e incluso ya planteaba el aumento del desempleo derivado de los procesos de automatización.

11/01/2021 - 

VALÈNCIA. Estamos en las vísperas del décimo aniversario de las manifestaciones del 15M. En el totum revolutum de reivindicaciones y protestas que se produjeron en las plazas de toda España, la queja que más trascendió fue la de aquellos que se sentían engañados, que habían estudiado y en su país solo les esperaba el paro y las maletas para emigrar. Habían pasado menos de diez años desde la crisis de las puntocom, que fue bien silenciada por el "España va bien", y casi veinte desde la crisis del 92 que ya había mostrado las debilidades del mercado laboral español. Los tres grandes picos de desempleo tras crisis internacionales habían sido del 21,5% en el 85, del 25,5% en el 92 y del 27% en el 12. Es un índice que va en aumento, pero en el 92 se tenía mucho más presente el desastre de los primeros ochenta que luego en el siglo XXI, cuando pareció que a todo el mundo le pilló de nuevas la existencia de un paro estructural insuperable. 

La conmoción que había creado el paro en esa década llegó a un nivel que acabó penetrando completamente en la cultura popular. Hasta tal punto, que el proyecto de Francisco Ibáñez tras partir peras con Bruguera volvió al espíritu de la posguerra, cuando los héroes del tebeo de los niños eran del perfil de un muerto de hambre como el Carpanta de Escobar y retrató a la juventud del momento y su precaria situación con tres chavales que estaban en el paro. Chicha, Tato y Clodoveo fue, además, la historieta estrella de una nueva revista, Guai!, en la que también publicó 7 Rebolling Street, una evolución de su 13 Rue del Percebe, cuyos derechos había perdido al desvincularse de Bruguera. Historietas en las que se debe citar la co-autoría de Lurdes Martín Gimeno.

Esa fue la paradoja del nacimiento de esta serie, que Ibáñez la hizo para competir con su propia creación, Mortadelo y Filemón, que la seguía explotando Bruguera. Una situación que bien podría haber protagonizado alguno de sus personajes, porque al poco tiempo, en 1987, recuperó los derechos de sus agentes y abandonó a Chicha, Tato y Clodoveo en manos de negros para volver a su clásico por antonomasia. 

La verdad es que Guai! fue mucho mejor revista que las anteriores, donde venían las historietas de los agentes de la T.IA. No es que los autores españoles que colaboraban en ella fuesen de baja calidad, pero sí que resultaban algo repetitivos y tendentes a abusar de gags basados en equívocos pueriles. En Guai!, lanzada inicialmente por Grijalbo, había muchos autores franco-belgas que llevaban la calidad a la estratosfera. Un ejemplo sería el de Bobo, de Paul Deliège y Maurice Rosy, un preso que siempre estaba intentando escapar, muy al estilo de los clásicos de Bruguera y del propio Ibáñez, al que siempre se le ha atribuido una gran influencia de esa escena, particularmente del dibujante André Franquin

Si bien muchos tebeos de Ibáñez ahora reciben acusaciones de machismo o racismo, la primera historieta de Chicha, Tato y Clodoveo merece un repaso porque tenía un enfoque netamente marxista. El autor comenzaba hablando de las relaciones de trabajo desde la prehistoria. Se mofaba de que no había paro en Egipto, con esclavos construyendo las pirámides, o que en lugares como las galeras se podía hacer deporte además de trabajar. Siguiendo con esa ironía, calificaba de afortunados a los mineros de la revolución industrial porque trabajaban bajo tierra, protegidos de las inclemencias del tiempo. Luego trazaba un juego de palabras con la conversión forzosa de judíos y musulmanes y la reconversión, proceso que Ibáñez reflejaba como la compra de moderna maquinaria que desalojaba a los trabajadores de las fábricas. Eran años de noticias como la de planta de producción de Ford en Almussafes, donde en ocasiones los trabajadores saboteaban el trabajo de los robots que les enviaban a la cola del paro. 

Igual de actual resulta la historieta El negociete, donde los parados se ponían a hacer eso que hoy se conoce como emprender. Las oportunidades que barajaban eran meterse en el petróleo, montar televisiones privadas, pescar atún o buscar tesoros. El problema era que como capital inicial solo contaban con un duro, un peine y una araña. En otro de los momentos icónicos de la época, los Juegos Olímpicos de Barcelona, los protagonistas le robaban el empleo a otro parado colocándole hormigón en los pies y tirándolo al mar. El trabajo del que se apropian consistía en proteger la candidatura olímpica de Barcelona de un rival inesperado, Conejar de la Marquesa, que se había postulado como candidata a última hora. 

En mi memoria, antes de la relectura, la que recordaba como más desternillante era El cacharro fantástico. Una parodia de la serie de televisión El coche fantástico de Michael Knight, que veíamos emocionados cada vez que la echaban. Era para llorar de risa que cuando a los protagonistas se les iba a entregar "el cacharro fantástico" les diesen una especie de motocarro y se pusieran a trabajar en un empleo tan popular como lo son ahora los glovos, el de mensajero. Motoristas que siempre iban al límite y en no pocas ocasiones estaban involucrados en accidentes. 

Para los chavales del momento, estas viñetas eran una explosión de imaginación y una sátira feroz de lo que nos rodeaba y oíamos hablar. El personaje de Chicha, además, estaba circunscrito a los años de La Movida, cuyas tribus causaban sensación. Incluso hoy, todavía siguen marcando la forma de vestir de muchos adolescentes. El problema estaba más en Clodoveo, que era un émulo de Mortadelo, también recurría a los disfraces, y Tato, que no veía bien y servía para replicar el humor de Rompetechos. De hecho, los tres personajes en muchas ocasiones, como la citada El negociete, recuperaban los cansinos puntos de Pepe Gotera y Otilio. Algo normal porque la trayectoria de esta cabecera fue un tanto errática y pasó por demasiadas manos. 

Con el paso del tiempo, estos personajes han caído en el olvido y tanto Mortadelo y Filemón, como las otras creaciones clásicas de Ibáñez, les han eclipsado. Tanto es así que se utilizan impunemente hoy para vender piscinas, como en este cartel en Catalunya, pero en aquella época de finales de los ochenta lograron meter en una publicación destinada a los niños la situación social, parodias de productos culturales de éxito y su humor de toda la vida. Una ecuación nada sencilla.

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