DE VINOS CON EL GRAN DRAGÓN 

Chinorrismo vinoso

Toca volver de vacaciones, pero no pensamos deprimirnos ni una pizca pequeña, hedonistas. Que tenemos por delante una nueva temporada que prometemos bien disfrutona. Con mucho vino, que nunca falte. Así que rellenamos la maleta de botellas ricas y volamos. Cerramos los ojos y estamos en China, amiguis, que empieza la fiesta.

7/09/2018 - 

Porque, cerca cerquita o lejos lejote, hay veces en que nos encontramos con que no, no hay vino, señores. Y toca beber brebajes varios con la suculenta comida que nos llevamos a la boquita. El país asiático que hoy nos acoge es uno de esos, pero como somos de pasarlo bien e imaginación no nos falta, nos pegaremos unas vacaciones de delicias en el plato e ingenio en la copa. Con los tragos soñados entre Pekin y Shanghai.

La plaza de Tian'anmen nos da la bienvenida. Nos convertimos en hormiguita dócil y achinada y comenzamos a mover las patitas. Tilín tilín y de pronto un puente, un río y esos aromas a comida sabrosa en los que en Oriente son especialistas. Y nos entra antojo de apartarnos de tumultos y alimentar la panza. Entramos en un cuidado restaurancito familiar y nos ponen un plato de pasta fresca con verduras y un toque picosito restallante. Delicioso nos dicen, y vaya que sí. Insuperable con un blanco con matices, el Valtea Cuveé Especial 2016 (Bodegas Valtea), que se presenta tímido para abrirse en hierbas silvestres y asilvestradas, que así estamos. Frescor, cuerpo gustoso y tan contentos como un oso. Panda, claro.

Pues tan bien, oye, pero que seguimos con apetito y entre torres, tambores y campanas no nos movemos mucho para dar buena cuenta de un crepitante hojaldre relleno de carne. Y para pasarlo con la mejor de las solturas nos acordamos de esa Oveja Naranja 2017 (Fontana Bodegas y Viñedos) que tanto nos gusta. Un gastrónomo con raza, el peso justo y mucha diversión. Ole ahí que queremos más.

Nos ponemos de tiros largos para ir a un barrio fino, que nos apetecen sufridos masajes y darnos algún capricho. Un menú venido desde la China imperial todo delicadeza y elegancia. Sucesión de refinados bocaditos que terminan con la sublime sopa de crisantemo. ¿Y qué bebemos con tal maravilla? Un cava, venga, el María Rigol Ordi Gran Reserva 2012 (María Rigol Ordi). Menuda burbuja, la fruta en su punto y unos pocos bollitos. Cariñoso y gentil nos acompaña toda la cena como si estuviera allí. 

Toca volver a la urbana centrifugadora. A dar vueltas como pollo sin cabeza, que de pollo tenemos mucho y de cabeza casi nada. Así, entre callejones imposibles nos jugamos todo a la aventura y salimos ganando. Pero de verdad y mucho. Entre sorbidos y miradas curiosas comemos pasta de tapioca con jamón de la tierra y aceite picón. Al lado la cristalería de los domingos con un Gaintus One Night's Rosé (Heretat Mont Rubí). Rosado cebolloso de sumoll, que refresca de forma sutil. Un gusto que no cesa y que nos llevamos puesto a la siguiente parada. 

Muy cerca y en un sitio secreto que nos llevamos en la mochila, nos ponen un prodigio de pasta, esta vez de arroz, con judías negras y su salsita. Abrimos una botella de Altos de San Esteban Viñas de Monte 2013 (Altos de San Esteban) y nos dejamos conquistar por su carnosa opulencia de especias aromáticas y pimientas multicolores. 

Nos ponemos ahora el disfraz de turista glamuroso para subir a lo alto de un lujoso hotel y comernos un patito. Pato laqueado con sus rituales y atuendos que nos apetece con un champagne, porque hoy no hay miserias. Descorchamos un Michel Gonet Gran Cru Blanc de Blancs (Michel Gonet) que calladito se va abriendo hasta perder la inocencia entre tiernas caricias de manzana y jazmín.

Se nos acaba Pekin no sin antes una última noche entre farolillos rojos. Calle arriba, calle abajo y charla que te charla, terminamos delante de un plato de fideos de soja con guindilla. Picores buscados que nos conducen a Alemania de donde nos traemos el Kerpen Riesling Spätlese 2001 Neumagener Rosengärtchen (Weingut Kerpen). Mieles y pasitas chicas con la potencia de la juventud y la dulzura contenida.

Ahuecamos alas y, tras accidentadas peripecias con maletón en ristre, llegamos a Shanghai. Como hay que reponer fuerzas nos vamos directos a por calorías bien cochinas. Las de unas suculentas costillas con comino. Con los guantes en su sitio, mordisqueamos la carne con fruición mientras sorbito a sorbito nos pimplamos un Medianías 2015 (Suertes del Marqués).  Frutas oscuras que crecen bajo la lava para llenarnos de mineralidad y humito vulcanoso. 

Entre mercadillos, regateos y mucho color, nos liamos la manta a la cabeza para plantarnos en una fila (que no cola) para comer unos dumplings de sopa de cangrejo y cerdo. Uno de los típicos del lugar que acompañamos con un vino vasco, el Doniene Txakoli Blanco 2016 (Doniene Gorrondo). Larguito y amargoso, convence de anisados, herbáceos y equilibrios. 

Continuamos. Que tras afrancesados paseos de más o menos veinte minutos nos espera otra de las recetas obligadas de la ciudad, el cerdo en salsa oscura. Lascivia de dulce tocino ideal con un espumoso que aligere la cosa, el Didier-Ducos Millesime 2008 (Champagne Didier-Ducos). Cítricos con estructura que juguetean entre mil cosas en un viene que va. 

Llega otro momento de automimos. Un cóctel con vistas, pícaras miradas y música de fondo para picotear berenjenas estilo Yunnan. Crujientes, suaves y especiadas, nos piden un blanco serio e intenso. Nos quedamos con el FP Bical & Arinto 2016 (Filipa Pato) que persiste con interesante solidez.  

Así llegamos al final de esta historia chinesca, pero no sin ella, mi cabesita de pez con salsa de guindillas. Lujuria pura mientras desprendemos, palillo a palillo, la oculta carne de la animal cabeza. Delicada operación que se vuelve magia con un Savagnin Reflet de Roi 2013 (Domaine Daniel Dugois). Belleza, armonía, felicidad. Qué momentos.  

Momentos para el recuerdo, de esos que vale la pena vivir. De relax y muchos nervios. Emoción y dudas. De perderse y encontrarse una y mil veces. Entre empujones, sonrisas, fotos mil y algún escupitajo. Con aspavientos y labios apretados. Los mismos que se abren para saborear los buenos vinos que nos acompañan donde vamos. Y que seguirán para siempre. Porque siempre volvemos y aquí estamos. Tan rebién.