VALÈNCIA. Virtudes y carencias como sociedad se centrifugan al cobijo colectivo que conforman las Fallas. ¿Es justo reclamarle mayor virtud que la tiene casi cualquier otro ámbito social? ¿Es un instrumento elemental para moldearnos a nosotros mismos?
¿Qué ocurre cuando unes a cinco personalidades valencianas con el vínculo común de no tener apenas vínculo común? Vamos a probarlo juntando a la fiscal Susana Gisbert; la presidenta del Ateneo Mercantil de València, Carmen de Rosa; la artista Silvana Andrés; la directora general de Instituto Valenciano de la Mujer, María Such, y la guionista y escritora Fani Grande. Todas ellas comparten inicios falleros. A partir de ahí sus caminos se emborronan sin mayor coincidencia. Precisamente, quizá, son esos prismas diferentes entre sí los que mejor encarnan una fiesta con capacidad innata para hacer volar los tópicos por los aires —e incluso para corroborarlos—. Antes incluso de dar el pistoletazo de salida la conversación ya hace tiempo que había comenzado.
—Susana Gisbert: Siempre digo que la primera vez que voté en mi vida fue en la falla. Aunque no seas mayor de edad formas parte de la comisión y hay una junta general. Se vota y se votaba cuando aún en España no se podía votar.
—Silvana Andrés: Pero si ampliamos la línea del tiempo de lo que han sido las Fallas, sí se ha perdido su vertiente más canalla, se ha caído en la gracieta. Tenía un posicionamiento cañero, ponía las pilas…
—María Such: Cuando pasa el jurado valora más el monumento, la grandeza, cómo está lijada… más que la crítica. Se escriben los textos adaptados al monumento, con lo que es todo más ligero. También se ha suavizado en el teatro. Y por supuesto se han mercantilizado. Casales que no pueden pagar la orquesta y le dicen a una empresa: «tú me traes la orquesta y te quedas con la barra».
—Carmen de Rosa: Las fallas valen mucho y tienes que tener una actividad comercial todo el año para poder sostenerlas. Las fallas que son verdaderamente monumentalistas, como la mía —El Mercat—, dan mucha importancia al monumento por lo que hacen mucho esfuerzo comercial para poder pagarla.
—María Such: Tengo la sensación de que se ha subido mucho el nivel, en los monumentos, en la indumentaria… Si subes tanto el nivel, si el monumento tiene que valer tanto, si tienes que subir tanto la cuota, se restringe mucho los gastos del fallero, su otra vida de ocio… Con la indumentaria es muy complicado que todas puedan llegar a ese listón de precios.
—Fani Grande: En el libro que escribí, Empar, fallera major infantil, ella se da cuenta de que no podrá ser fallera mayor porque no tiene dinero suficiente. Yo sabía que nunca podría ser fallera mayor de mi falla porque no tenía recursos suficientes.
—María Such: Si la fallera del año pasado ha tenido tantos trajes entonces la de este año tiene que igualarlo. Es una inercia.
—Carmen de Rosa: No estoy de acuerdo. En una falla mediana, como la mía, quizá la fallera puede, más o menos, pero todos la arropamos igual.
—Susana Gisbert: En mi falla se elige a la fallera por antigüedad y no se exige ningún desembolso para evitar precisamente lo que dice María. Sin embargo, por exigencia, se sienten cohibidas por si no llegan a dar el nivel.
—Silvana Andrés: Lo que me da pena es que las Fallas, siendo una asociación civil, deberían tener un poder transformador en los barrios, y al final se pone el foco en la vestimenta. Lo que debería ser envidiable es que en València cada dos calles hay una asociación civil.
Crítica recurrente. ¿Por qué las falleras mayores de València siempre tienen un mismo patrón, por qué no representan mayor diversidad?
—Susana Gisbert: Debería ser el siguiente paso. Tenemos que diferenciar. Yo he visto a muchas falleras que se salían por completo de los cánones tradicionales, otra cosa es la corte de honor. Pero hablemos de evolución. Antes no se dejaba que las falleras estuvieran casadas y cuando yo me presenté a fallera mayor de mi falla, más allá de los 25 años, parecían unas abuelas…
—Carmen de Rosa: Todas la falleras se presentan en las preselecciones. No hay nada en contra de nadie. Que se presenten y pasen cada fase. Quién sabe… Antes las niñas no podían ser presidentas de fallas, pero una niña de una falla lo pidió y se rompió ese tabú.
—Fani Grande: Si esto lo trasladamos a que en lugar de ser fallera mayor fuera un fallero mayor, igualmente se elegiría a un hombre blanco, de 1,80 de altura, bien plantado y si puede ser con six-pack. Porque en este momento la sociedad todavía hace ese tipo de selecciones. Si empujamos desde abajo igual se puede cambiar, pero no es cuestión de sexismo.
—María Such: La gran revolución reciente fue la introducción de las mujeres. Cuando las mujeres, como no podían ser directivas, se hicieron colaboradoras, y a raíz de ello fueron convirtiéndose en falleras, presidentas, artistas… Esa evolución es espectacular gracias a mujeres valientes. Por tanto las Fallas no son ni más ni menos machistas que la representación de la misma sociedad. Cualquier movimiento organizado se puede utilizar para introducir mayores cuotas de igualdad.
—Susana Gisbert: Recuerdo cuando en una reunión fallera comenté que desde las fallas podíamos hacer algo contra la violencia de género hubo quien me miró como si me hubiera salido un cuerno verde en la frente. Cuando vi que hacían lo de los banderines, con cada falla poniendo uno en contra de la violencia de género, casi lloro. La cantidad de fallas que han dedicado este año sus llibrets a la igualdad… no lo había visto en la vida.
—Fani Grande: Me acuerdo del monumento de Anna Ruiz sobre los refugiados, había gente que lloraba al verlo. O de la falla Borrull sobre personas transexuales, iba cada tarde a verla, había señoras que se horrorizaban y nietas que les explicaban lo que era.
—Silvana Andrés: O la de Javier Jaén con las banderas adelantándose a lo que íbamos a vivir este año.
—María Such: Sí, creo que son un poder transformador, pero sigamos reivindicando. Qué hay del papel de la artista fallero, de la mujer que trabaja a la sombra y no firma las fallas ni se dada de alta en la Seguridad Social, el papel de las falleras dentro de la falla… Todavía es un ámbito en el que se reproducen muchos estereotipos. Todas conocemos a Reyes Martí pero, ¿cuántas más potenciales pirotécnicas habrá?
—Carmen de Rosa: Que salgan a la luz, es un tema particular de ellas, tendrán que visualizarse.
—Susana Gisbert: Visibilizar también es una obligación. Cuando es siempre el hombre el que está visible no podemos decir que tienen que ser ellas las que se visibilicen.
—María Such: En mi falla ha pasado. Cuando alguien de la falla es artista fallero y se le da la oportunidad de hacerla, toda la familia está con él. Pero la oportunidad se le da al hombre, no a la mujer. Son desigualdades que casi tienen lugar sin darnos cuenta.
—Susana Gisbert: Pasaba como con el presidente antes. Al final él llevaba el cargo y la mujer estaba detrás gestionando lo mismo o más, pero no se le llamaba presidenta.
—Fani Grande: Esto es un efecto contagio, conforme se produzcan avances, las fallas irán siendo reflejo de ellos.
De «maricón el que no bote» a «borinot el que no bote»…
—María Such: Es una buena alternativa. Siempre hay alternativas en las conductas para que no se ofenda a nadie.
—Fani Grande: Muchos músicos subían vídeos diciendo que iban a cantar borinot. Mucha gente miraba con cara de horror a quien cantaba «maricón el que no bote»
—Susana Gisbert: Los niños son esponjas y reproducen letras. Si oyen borinot, dirán borinot. Sin darnos cuenta, con acciones tan sencillas, estamos educando.
—Carmen de Rosa: La clave es la educación, lo que pueda ofender al que está a tú lado no lo digas. Y poco a poco esos cambios se producen en todas las fallas, que al final son alegría y pasarlo bien, y están formadas por todo tipo de perfiles.
¿Por qué las fallas, sus monumentos, apenas son objeto de polémica pública?
—Susana Gisbert: No hace mucho me pasaron el cartel de fallas de cuando mi abuelo, Manuel Gisbert, fue alcalde de València (1934 y 1935). Ese cartel no lo tendríamos ahora, no pasaría los filtros.
—Silvana Andrés: Otra de las grandezas es que las fallas son una arte efímero, quizá por ello a la censura le ha costado más entrar. Pero... ¿a qué nos lleva querer monumentos tan grandes, levantar tanto el listón? A que se pierda de vista lo esencial. Es una lástima que no se aproveche más la relación de los artistas falleros con la ciudad. Por ejemplo el Gulliver es un ejemplo de esa conexión, con Manolo Martín. Debería haber muchas más.
—Silvana Andrés: ¿Y el debate del corcho está en los casales?
—Carmen de Rosa: No, no está, pero muchos ya opinamos que las cremàs son muy complicadas así.
—Susana Gisbert: Es un asunto de preciosismo, casi todo el mundo quiere un monumento imponente, y por precio acaban en el corcho.
—Silvana Andrés: Se tendrá que legislar.
—Fani Grande: La Junta Central Fallera es como el Vaticano, tiene sus propias reglas.
—Carmen de Rosa: Se reduce a un tema económico. Si se hiciera de madera sería más cara y más pequeña.
—Susana Gisbert: Quizá debería darse en los premios peso a otras cosas, como los cartelitos de las fallas, que en el 90% de los casos son horrorosos y están mal escritos.
—Silvana Andrés: Los niños se dan cuenta de que están mal escritos. ¡Mira lo que pone!
—Susana Gisbert: La mayoría están echados sin gracia alguna… Quizá uno de los criterios que deberían tenerse en los premios es menos colorín y menos preciosismo y más contenido, que digan algo.
—Carmen de Rosa: ¿Quién le pone el cascabel al gato?
*Artículo publicado en el especial de Fallas 2018 de la revista Plaza