Así era el primer hilo musical de España, que emitía música y propaganda en las calles de Valencia al acabar la Guerra Civil
VALENCIA. “Quien en 1930 había soñado una cinta del “sentido místico de la energía”, su instinto de conservación propia, el hambre de los suyos y (por qué no confesarlo) la vanagloria de sobresalir, sin tener conciencia de la trascendencia del daño, puso en marcha una polución sonora infernal que, cuanto más tiempo pasa, más lo llena de pesadumbre, al sentirme uno de los fundadores de la cretinización colectiva”. Así, con una rotunda y inconsolable amargura, concluye un texto autobiográfico sin fecha y escrito de puño y letra por el creador José Val del Omar. En ‘El camino de la Deformación’, y bajo el epígrafe ‘Soy pecador’, el artista se refiere, en efecto, al Circuito Perifónico que instaló en la Valencia de la posguerra 1939 y 1945 y que, según él mismo, quemaba “para el diablo la sensibilidad virginal de criaturas tan divinamente predispuestas por el destino a convertir en eucarísticos todos los actos de su vida”.
En España, el primer hilo musical nació en Valencia tras la Guerra Civil, pero ha quedado inevitablemente sepultado por el peso de la historia y, dando toda la verosimilitud a las palabras de su impulsor, por el de la vergüenza. Sin querer, el Circuito Perifónico de Valencia forma parte, como la mayoría de fechorías oscuras de la posguerra y la propia dictadura franquista, de ese pacto ya nada tácito de amnesia colectiva para transitar en paz. En este caso, además, por partida doble: el circuito que “machacaba los oídos y los nervios de las gentes” tampoco es una parte especialmente aireada de la interesante obra del granadino José Val del Omar.
José Val del Omar (1904-1982) fue un personaje a medio camino entre el arte y la ciencia, una especie de artista tecnológico que, además de firmar múltiples largometrajes, documentales y poemas, nunca dejó de coquetear con el apartado más técnico de la cinematografía. La TactilVisión (o iluminación pulsatoria táctil) y sus técnicas PLAT (Picto-Lumínica-Audio-Táctil) son algunos de los hitos de una carrera que, además, recibió reconocimientos tangibles como los premios en Cannes, Melbourne o Bilbao durante la década de los 60.
Sin embargo, Val del Omar, que era un fiel colaborador de la Segunda República entre 1932 y 1936 (participó en las Misiones Pedagógicas de la República), se vio “coaccionado”, tal y como asegura su página oficial, a colaborar con instrumentos de propaganda franquistas. Atrapado en Valencia en el momento menos apropiado, el del estallido bélico, el artista granadino pasó de trabajar junto al pintor valenciano Josep Renau durante la Guerra Civil, a cooperar con el régimen rebelde tras la toma de Valencia. Val del Omar no abandonó la ciudad hasta 1941.
Tras rodar un ahora desaparecido documental para el bando franquista con el título de ‘Liberación de Valencia’ en 1939, el artista andaluz inició su colaboración más ambiciosa con la Jefatura Provincial de Propaganda de Vicente Escrivá. Tal y como cuenta Jose Vicente Gil Noé en su texto ‘Primer hilo musical después de la guerra’ (Ars Longa, núm. 21, 2012), el proyecto se bautizó como Servicio Técnico de la Jefatura Provincial de Propaganda: Circuitos de Propaganda Nacional en Levante y, a pesar de que lo lideraba Val del Omar, se trataba de una idea original de su íntimo colaborador Francisco Otero. “Yo fui el primero en pararme en cristalizar una realidad que no era mía, que era de Otero, pero que a mi juicio era el verdadero punto de apoyo para mover el mundo”, explicaba Val del Omar en un documento del archivo de Antonio Llobet recogido en el texto de Gil Noé.
“Un día, el Gobernador quiso luchar contra los precios abusivos”, recuerda Val del Omar en ‘El camino de la Deformación’, y acto seguido recuerda cómo la Delegación Provincial de Propaganda “montó, a través del hilo telefónico, el primer Circuito de Propaganda Nacional en Levante, una red de 19 líneas para estaciones amplificadoras con varios altavoces, en mercados, entradas de la ciudad, paradas de tranvía y otros lugares propicios a la difusión”. Así surgió el primer hilo musical en España, bajo la única premisa de “contener los precios, excitar el desarrollo y alegrar y distraer a las gentes”.
Como se detalla en ‘Primer hilo musical después de la guerra’, el Circuito Perifónico de Valencia debutó el 3 de septiembre de 1939 y, además de contar con una estación central situada en la Plaza de la Reina y nueve subestaciones de amplificación, extendía el imponente hilo musical a través de 35 altavoces diseminados por los centros neurálgicos de la ciudad. Plazas del Ayuntamiento (entonces del Caudillo) y de la Reina, mercados Central y de Ruzafa, estaciones del Norte y Valenciana (Pont de Fusta), torres de Quart y de Serranos, y Playa de las Arenas.
“35 potentes altavoces dan armonía y ritmo a los 35 puntos vitales de Valencia”. Así rezaba, retroactivamente nunca mejor dicho, un folleto de Movísono, la marca tras el desarrollo del Circuito Perifónico de Valencia, y que recogía el completo briefing de la propuesta. El Cuaderno del Circuito Perifónico de Valencia está disponible para consulta online gracias al completo proyecto (http://circuito.webs.upv.es/) del grupo de investigación Laboratorio de Creaciones Intermedia (Departamento de Escultura de la Facultat de Belles Arts, UPV), y en él se pueden encontrar las claves y el programa original de los allí bautizados como altavoces en la batalla de la paz.
Recuperados de la vanguardia de las trincheras, los altavoces reunían más de 500 watios según el folleto, con especial concentración en la Plaza del Ayuntamiento (7 unidades y 160 watios) y la playa de Las Arenas (10 y 200, respectivamente). “Nuestro servicio no es la radio, ni quiere serlo”, explicaban en el folleto bajo el título de “originalidad”, y quedaba meridianamente claro poco después: “(nuestro servicio) aprovecha los descuidos del transeúnte y le infiltra insensiblemente nuevas ideas, le ayuda a caminar sobre los raíles de la melodía y tiende barandas invisibles para los que marchan por la calle cansados”.
Dividida en tres bloques (mañana, mediodía y tarde), la programación estaba formada fundamentalmente por bandos, noticiarios (religioso y nacional), órdenes, publicidad dialogada y música popular y ligera. Movísono contaba con un archivo de más de 400 discos, lo que facilitaba el repertorio del hilo musical como tal; pasodobles, zarzuelas, canciones populares valencianas y piezas de música clásica se alternaban con marchas militares y composiciones de carácter religioso. Según el archivo de la familia Llobet (Circuito Perifónico de Valencia: Archivo familia Llobet. Documentación Inédita. 1939-1941), el repertorio se podía mover fácilmente entre ‘Rhapsody In Blue’ de Paul Whiteman, la ‘Marcha Militar’ de Schubert a cargo de la Orquesta Sinfónica de París, ‘La Partida’ de Fermín María Álvarez, ‘Cançó d’Amor i de Guerra’ de Ignaci Cornado, ‘L’Entrá de la Murtra’ o el ‘Angelus’ de Massenet (para más inri, interpretado por la banda de la guardia republicana de Francia).
En 1941, ya con Val del Omar en Madrid, fuera de la sociedad gestora, el Circuito Perifónico de Valencia quedó en manos de Francisco Otero y Antonio Llobet, que incluso accedían a peticiones musicales del público, según Jose Vicente Gil Noé. El proyecto languideció poco a poco y, tras reducir las subestaciones a 5, el circuito se retiró en el ocaso de 1945. El Circuito Perifónico de Valencia, pionero en España, goza de una relevancia que hace que, a pesar de seguir coleccionando polvo en algún sótano, emerja con intermitencia; la última vez, la de la recreación del mismo con los paseos sonoros simultáneos de LocativeAudio 2013, como parte de la investigación encabezada por Miguel Molina, artista, investigador y profesor de la Facultad de Bellas Artes de Valencia.
“La unión de palabra, música y sonido ambiente conjugados en forma de ruido que amuebla lo urbano, la aplicación de unas todavía rudimentarias técnicas eléctricas y electrónicas, la máquina, el altavoz, la ubicuidad sonora, la plurifocalidad, la intervención espacial casi en forma de permanente instalación sónica”, detalla Gil Noé en su texto, “todos estos matices han llevado a algunos artistas actuales a elevar el Circuito Perifónico a la categoría de precedente de la práctica sonora experimental contemporánea”. La confesión sine die de José Val del Omar (“necesitábamos simplemente comer y a nuestra mano no disponíamos de otra forma”) esconde, sin embargo, una especie de progreso maldito: “el granadino adelantó de alguna manera el concepto de hilo musical, pues éste no llegaría a España hasta finales de los años sesenta”, recuerda Gil Noé.