VALÈNCIA. Si se aplica la mirada adecuada, es posible hallar inspiración incluso en una parada cualquiera de la EMT. Al menos así lo cree el fotógrafo Julio Balaguer (1969, Cheste), quien, durante la última década, se ha dedicado a retratar el día a día de València desde las líneas de autobús 79, 80 y 81. El resultado de este empeño es Vidas circulares, proyecto concebido primero a modo de exposición que hace unos meses adoptó el formato de libro. Un relato que encuentra sus cimientos en hábitos tan aparentemente prosaicos como desplazarse de casa al trabajo y del trabajo a casa mientras se van avanzando casillas en el tablero de cada año.
La iniciativa, inspirada en el trabajo realizado en Marsella por el fotógrafo francés Bernard Plossu, comenzó con la meta de retratar el paisaje urbano valenciano, “quería observar los edificios que se ven desde los autobuses, la atmósfera que se percibe y que estaba presente en mi memoria”, cuenta Balaguer. Sin embargo, pronto este objetivo se vio complementado por otro: documentar con sencillez, sin aspavientos, “la realidad humana y social” que iba encontrando en esos trayectos.
A través de una sucesión de imágenes en blanco y negro, el fotógrafo busca elaborar un ensayo visual sobre los hábitos que adoptan los seres humanos cuando se encuentran inmersos en esos tránsitos diarios que, en plena postmodernidad, estructuran gran parte de su tiempo cotidiano. “Me di cuenta de que cuando iniciamos esos recorridos entramos en una serie de rituales mecánicos: subimos, bajamos, no miramos al que tenemos al lado...Todo es repetitivo. Además, se da la paradoja de que, por un lado, vamos como ‘aborregados’ y, al mismo tiempo, no parece que formemos una comunidad, sino que nos comportamos como sujetos aislados unos de otros”, indica Balaguer. El eterno retorno que viaja a lomos de la EMT, una suma de días cíclicos, de existencias "circulares", como también lo son las tres rutas que nutren el proyecto.
79, 80 y 81. La elección de esas líneas de entre las muchas que componen la red de la EMT no se debe al azar o la arbitrariedad, sino que surge de las propias vivencias de Balaguer. “Eran las que solía coger cada día para llegar al campus cuando estudiaba en la Universidad. Pasaron los años y acabé mudándome a una zona de València en la que tenía que seguir utilizándolas. Así que, por una parte, me resultaba práctico optar por ellas y, además, había un componente de historia personal con la ciudad”, explica el creador.
Instantánea a instantánea, Balaguer termina por confeccionar dos narraciones paralelas de toques costumbristas: la del mundo que existe dentro del autobús y aquella que se reproduce más allá de las marquesinas. Una dualidad que el fotógrafo lleva también al terreno de lo ambiguo a través de los juegos de espejos y ventanas. La premisa de la que parte el proyecto plantea en sí misma las limitaciones que presenta su ejecución: el campo de trabajo se circunscribe al interior del vehículo municipal y esto supone que "no siempre tengas la luz que quieres o debas ser muy rápido para captar ciertos detalles", apunta Balaguer.
Por su parte, la borrosidad, lejos de considerarse una mácula, muta aquí en oportunidad para plasmar dos conceptos que laten en el embrión del libro: el dinamismo propio de la vida urbana y el ambiente impersonal que impregna la rutina del transporte público. De hecho, según indica Irene Gómez en uno de los textos incluidos en el volumen, estas secuencias de imágenes que escapan de la nitidez "nos devuelven la estampa de la ciudad como un lugar habitado por seres espectrales, solitarios e incomunicados". Un cascarón por el que circulan individuos terriblemente ajetreados (y desenfocados).
Balaguer comenzó esta serie fotográfica en 2007 y tomó su última instantánea el pasado año. Entre un momento y otro queda una década que ha transformado tanto a València como a sus habitantes. Respecto al trazado urbano, Balaguer destaca que sus imágenes van dando cuenta de la aparición y desaparición de algunos edificios, la restauración de otros o la instalación de distintos elementos en el espacio público. Por su parte, los humanos retratados en este volumen han vivido la implantación masiva de los smartphones, cuya consulta casi compulsiva parece ahora inevitablemente ligada a los tiempos muertos del transporte diario. Aunque, según indica el autor, "la esencia de los pasajeros sigue siendo la misma".
Los trayectos que recorren estas tres líneas circulares marcan también el tono del libro, "las imágenes habrían sido completamente distintas si hubiera escogido uno de los autobuses que van a la playa, por ejemplo. No estoy contando la València turística, sino la vida normal de cualquier vecino anónimo", explica Balaguer. La fórmula empleada para lograrlo es sencilla: esperar, subir, pagar el billete, esperar, bajar. Repetir. Y observar aquello que se alza alrededor de los asientos.