29 de febrero de 2020 Auditorio del Palau de Les Arts Obras de Franz Schubert, Franz Krommer y Franz Schmidt María Dolores Vivó, flauta Orquesta de València Alexander Soddy, dirección musical
VALÈNCIA. No me resisto a mencionar algo tan anecdótico, y poco transcendente hay que decirlo, como como el hecho de que los compositores de las tres obras programadas tuvieran el mismo nombre de pila. Dicho esto tan escasamente relevante, la del viernes era una velada con obras que no son habituales en el repertorio de la programación de abono hasta el caso de que dos de las tres significaban un estreno absoluto para la Orquesta residente en el añorado Palau de la Música.
Se abría el concierto con la obertura Rosamunda de Franz Schubert para la que el director inglés optó más por las brumas y la vertiente mas lírica y romántica que por la exaltación a lo que los músicos respondieron con una notable lectura.
Es poco discutible que el de Krommer es un concierto para flauta de perfecta escritura clásica aunque no se encuentran en él hallazgos o novedades relevantes. Unos compases introductorios de claro corte mozartiano nos introducen a la protagonista de la obra. La co-solista de la orquesta de Valencia María Dolores Vivó discurre con sereno virtuosismo, una emisión limpia y una articulación irreprochable, si bien es cierto que se le echa en falta una mayor expresividad por medio de la variedad dinámica. No posee un sonido demasiado grande la flauta de Vivó. El adagio evidenció algún pequeño problema de afinación. El rondó final puso de manifiesto las dotes virtuosísticas de la solista que cosechó un gran éxito, lo que la “obligó” a regalar una bella transcripción para flauta de un aria de la ópera de Tchaikovsky Eugen Oneguin. En lo que a las prestaciones orquestales se refiere, los músicos estuvieron quizás demasiado plegados a la solista, a lo que hay que añadir las dificultades que entraña una primer acercamiento a la obra, con lo que la fantasía interpretativa se vio un tanto resentida. Además, primeros y segundos violines evidenciaron algunos problemas de empaste que se vienen repitiendo últimamente en este tipo de repertorio lleno de trampas para la cuerda.
Tras el descanso llegaba la obra más extensa de la velada, a la par segundo estreno para la orquesta. En esta ocasión la cuarta sinfonía de Franz Schmidt fue elegida para su interpretación por el propio director, Alexander Soddy. No puede obviarse, quizás tampoco pretendió Schmidt ocultarlo, la marcada impronta que sobre su escritura ejercieron los grandes monstruos sagrados de movimiento postromántico como Bruckner, que además fue su maestro de contrapunto, nada menos, o Richard Wagner. El primero en ciertos temas como la forma de exponer las cuerdas el tema principal que surge, tras el comprometido solo de trompeta (que da comienzo y cierre a la obra en un marcado arco) y después de un gran crescendo (el planteamiento de los crescendos también puede ser calificado de Bruckneriano) que finaliza de forma súbita. De Wagner toma Schmidt, entre otras cuestiones, esa idea de melodía infinita que se retroalimenta y que aquí se aprecia en el movimiento lento. La cuarta sinfonía es una obra de marcado tono elegíaco puesto que viene a ser un requiem por la muerte súbita de su hija. Un inicio que nos recuerda a la quinta de Mahler, de quien tampoco oculta influencias en su corpus, aunque sólo sea por el protagonismo solista del primer trompeta como introductor de la obra. La orquesta fue conducida a través de estos novedosos compases por un Alexander Soddy que muy atento a la partitura puso orden en esta, por momentos, compleja obra. Una meritoria lectura que no resta la circunstancia de que esta clase de obras precisan de una mayor asimilación por los músicos para para sacar todo el jugo a una partitura que encierra bellezas que no son del todo perceptibles de un primer encuentro con esta. El adagio se abre con un solo de violonchelo, instrumento de quien fue un consumado intérprete el compositor eslovaco; de hecho Mahler le pedía hacer los solos en muchas interpretaciones que dirigió el gran compositor a la orquesta de la ópera de la corte, sin que Schmidt fuera primer violonchelo. Es en este movimiento donde se aprecia una mayor influencia de Wagner concretamente de su Parsifal y del Tristán. El molto vivace recuerda en su comienzo fugado y al contrapunto empleado a los scherzos brucknerianos no tanto en la estructura de estos como en el idioma musical empleado. El movimiento de cierre comienza tal como inicia la obra aunque en este caso es el trompa quien entona la elegía convirtiendo la cuarta sinfonía en un claro palíndromo. Las últimas notas de la pieza las vuelve a entonar la trompeta a modo de espejo respecto a las que la abrieron.
La formación acusó la novedad con una lectura notable aunque inevitablemente pegada a la partitura, lo que se resintió el resultado global de una obra de hechuras complejas. Tal circunstancia se aprecia tras la escucha de posiblemente la grabación de referencia, tampoco hay tantas en el mercado, protagonizada por Zubin Mehta al frente de la Filarmónica de Viena cuyos músicos abordan esta hermosa partitura asombrosamente, como si la tuviera en sus atriles de forma regular. Otra versión excelente es la de Welser-Möst con la London Philarmonic.
Éxito para todos los comparecientes, incluido el joven director inglés, que, además, fue muy ovacionado por los propios músicos de la orquesta consecuencia del buen trabajo realizado a lo largo de la semana con este comprometido programa.