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CRÍTICA DE 'L’elisir d’amore'

Día y noche en un chiringuito playero, con música de Donizetti

La plasticidad del libreto permite su actualización sin caer en el disparate

3/10/2016 - 

VALENCIA. L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti, abrió este sábado la temporada de ópera en Les Arts. Se montó de nuevo la coproducción con el Teatro Real estrenada en marzo de 2011, con dirección escénica de Damiano Michieletto, estando Eleonora Gravagnola al frente de la reposición. El entorno rural vasco y decimonónico -aunque igualmente cómico- del libreto original, se transforma ahora en el de un moderno chiringuito playero. Este cambio de ambiente pareció satisfacer con creces al público “nuevo” que acudió atraído por los precios rebajadísimos de la pretemporada (las entradas van de los 7 a los 50 euros). La comicidad de la historia, la plasticidad del hilo argumental –que permite su actualización sin caer en el disparate-, la sencilla belleza de la música y el dinamismo y colorido del montaje entusiasmaron a viejos y a jóvenes, aplaudiendo todos con ganas al finalizar la representación.

Se ha dicho sencilla belleza de la música, pero en ningún caso debe entenderse que se trata de una partitura fácil de cantar. Todo lo contrario. Las exigencias vocales que Donizetti plantea, especialmente en los papeles de Nemorino y Adina, son muy altas, requiriéndose cantantes con registros igualados, buena proyección, legato impecable, agilidad canora, fraseo rico en matices y un esmalte bien pulido: buenos conocedores de la técnica belcantista, en definitiva. Quizá baje un punto el listón en el caso de Dulcamara, quien, a cambio, debe ofrecer una vis cómica y una presencia escénica de primerísimo nivel.

Ilona Mataradze hizo una Adina de bonito timbre que mejoró el terciopelo a medida que avanzaba la representación. Le faltó, en el primer acto, una mayor riqueza en la variación de la dinámica y en la manera de decir. No tanto en el segundo, donde su personaje ofrece un cariz sentimental que pareció adecuarse más a las capacidades expresivas de la soprano. Volverá a encarnar Adina los próximos días 7 y 12, mientras que el 4 y el 9 lo hará Karen Gardeazabal. El Nemorino de William Davenport trazó un personaje de gran credibilidad como actor, situándose en el punto justo entre el humor y la tristeza, pero su voz resulta todavía demasiado frágil para una partitura plagada de dificultades. Lo mejor de la noche lo brindó Mattia Olivieri, antiguo alumno del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo, quien brindó un Belcore impecable en lo escénico y en lo vocal, con un instrumento potente y redondeado, ágil, proyectado bien desde cualquier ángulo, y con notable capacidad para defender su rol. Paolo Bordogna también gustó mucho como Dulcamara, siempre dispuesto a estafar con bebidas y filtros estimulantes, y una voz rotunda que llegaba al último rincón de la sala. La Gianetta de Caterina Di Tonno, asimismo alumna del Centro, lució un canto agradable, fresco y buenas dotes teatrales.

La orquesta de la casa, dirigida por la canadiense Keri-Linn Wilson cumplió, pero no tuvo su mejor noche, pues la hemos escuchado con una sonoridad bastante más límpida y un ajuste más preciso con la escena. Hubo, con todo, momentos notables, como el sugerente acompañamiento al dúo de Nemorino y Nadina "Esulti pur la barbara”, en el primer acto, o el muy bien planteado cimiento para la intervención de Adina “Prendi, per me sei libero”, en el segundo. El coro cantó bien y supo moverse con gracia, junto a los figurantes, representando a la gente que inunda la playa en una mañana de verano, o, por la noche, montando los numeritos de una despedida de soltera. A destacar, junto a la comicidad ya señalada de la puesta en escena, la encantadora ternura un poquito kitsch que se asoma al montaje cuando resulta oportuna: al iluminarse una a una, por ejemplo, las letras del nombre de Adina en el rótulo del chiringuito, mientras su enamorado culmina Una furtiva lagrima. O cuando la noche de juerga se transforma en un sonrosado y playero amanecer para enmarcar la declaración de amor de la protagonista.

En definitiva: la actualización del libreto pudo sostenerse esta vez porque las incongruencias entre el texto del XIX y la escena del XXI tuvieron poca relevancia. No siempre sucede así, y en esos casos –por no decir en todos-, los procedimientos para que el espectador empatice con la historia pasan más por la capacidad para transmitir lo fundamental e intemporal del conflicto dramático que por la puesta al día de vestuario y utillaje. 

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