Un paseo por la música reflejada en el arte y los órganos de la ciudad y de la Comunitat Valenciana
VALENCIA. Si bien Valencia es una ciudad con una tradición musical indiscutible, otra cosa es si su patrimonio histórico y artístico lo refleja de igual modo. Ahí entran más las dudas. Es evidente que esto no es Viena o Salzburgo, pero si-como en otras tantas veces- nos ponemos en “modo curiosos” siempre descubriremos referencias y hallazgos interesantes, ya que, parafraseando el precioso título del último libro de Vicent Baydal València no s´acaba mai.
El entorno valenciano da para conseguir —con paciencia y tenacidad— arte, objetos o libros que evocan ese pasado musical más o menos popular: cerámica con motivos, instrumentos, pintura y escultura, el papel o artes aplicadas…Hace un tiempo compré en un anticuario de nuestra ciudad el remate de la parte superior del estandarte o bandera de una banda de música del siglo XIX, así como meses atrás me hice con una bola en madera de principios del siglo XX, de las que decoraban el arranque de una escalera, magníficamente tallada, que presentaba el escudo de la ciudad y la leyenda Ateneo musical del Cabanyal, por no hablar de instrumentos de viento. Piezas de esta clase que probablemente sería más complicado encontrar en otra ciudad que no tenga esta tradición.
El año pasado hubo cierto debate sobre si Valencia es una ciudad con tradición operística. Cuestión que me vino a la cabeza, recientemente, cuando cayó en mis manos un pequeño libro impreso en nuestra ciudad (concretamente en la Imprenta Lluch, sita en la Plaza del Embajador Vich) entre 1839 y 1840, recopilando los libretos de óperas italianas (hoy en día absolutamente desconocidas, al menos para mí) que se representaron ese período en el llamado Teatro de Valencia. Si bien pensaba, inicialmente, este Teatro de Valencia podría tratarse del hoy decano Teatro Principal, el profesor Francisco Bueno, autoridad en la materia, me dice que por las fechas se trataría del llamado Botiga de la Balda, abierto en el siglo XVIII. La publicación vendría a fortalecer la tesis de quienes defienden que la representación operística no era un hecho aislado y que existía cuando menos una temporada en uno de sus teatros.
De sobras conocido es el gran descubrimiento de los últimos años en la ciudad, que aúna arte y música, y que no es otro que el de los ángeles músicos de la Seu, obra de Francesco Pagano y Paolo de Sanleocadio. Mucho —y bien— se ha escrito durante estos años respecto de la importancia artística como de las vicisitudes del redescubrimiento. Para lo que aquí nos trae, personalmente me sorprende la individualización de cada uno de los ángeles a través de los instrumentos que emplean. No es habitual que en las representaciones de ángeles músicos se lleve a cabo todo un tratado en miniatura de iconografía musicológica: aparecen flauta doble, arpa, laúd, viola de arco, trompeta, chirimía, vihuela, órgano portátil, aro con sonajas o dulcema.
A diez minutos de la Seu, al final de la calle Cavallers, emana una música muy distinta de un precioso cuadro que no hallarán en ningún museo o iglesia y sin embargo pueden disfrutarlo cuando quieran; ¿curioso, no?. Se encuentra en un espacio comercial, es accesible siempre que el horario lo permita. Se trata del fantástico lienzo de Salvador Tuset (1883-1951), colgado nada más acceder al Café Infanta en la plaza del Tossal. No hay mucha gente que conozca su existencia, y otra que habiendo pasado por delante de este no se han percatado de presencia (pienso que no está todo lo bien iluminado que merece). Tuset, proclive a pintar interiores, tuvo especial predilección por los cuadros de grupos de músicos.
Viajemos al siglo XVII. Una corta existencia tuvo el talentoso Miguel March (1633-1670), especializado en escenas de batallas pero que nos han quedado también una serie de cuadros alegóricos. El que nos trae aquí Alegoría al oído es una de las joyas del Museo de Bellas Artes de Valencia y que posiblemente integraba un conjunto dedicado a los cinco sentidos.
Finalizamos el recorrido en el Museo Nacional de Cerámica, donde se encuentra el llamado Panel de los timbaleros de la sala, del último tercio del siglo XVIII, de gran importancia artística e histórica para la ciudad. Compuesto por cincuenta azulejos, en él se representan a los timbaleros de la ciudad de Valencia. Los acompañan una dama velada, un hombre con sombrero a su lado un personaje con la vestimenta de los internos del manicomio, el timbalero, y finalmente tres trompeteros. El conjunto entona tradicionalmente una preciosa melodía de origen tradicional que se ha conservado hasta nuestros días. Algunos cronistas la sitúan en el reinado de los reyes Pedro III y IV, tiempos en los que la ciudad ya disponía de músicos asalariados para representaciones al servicio del Consejo de la Ciudad, se contrataban para fiestas y ferias. Esta frase musical la incorpora el Maestro José Serrano, al inicio del Himno Regional a modo de preámbulo.
Desde que Plotino escribiera que la música era uno de los caminos para llegar a Dios, esta, afortunadamente, tomó forma creciente en los templos de la cristiandad. Valencia “ciudad de iglesias y conventos”, como vino a decir un viajero cuyo nombre no recuerdo, tuvo otros tantos importantes órganos renacentistas y barrocos. Hoy, los avatares de la historia o falta de mantenimiento de aquellos complejos instrumentos, provocando la desaparición de muchos o en el mejor de los casos, dejando enormes cajas profusamente decoradas, como testigos mudos de una música que en su día brotó de sus entrañas.
Hay que distinguir entre el instrumento (los tubos) que precisa ser renovando cuando su deterioro es irreversible y la caja o mueble que lo envuelve que suele ser de madera tallada y policromada. Uno de los más antiguos es el magnífico de la Catedral, que hay que situar en la primera mitad del siglo XVI, en madera tallada sin policromar y en la que ya aparecen ángeles músicos de claro influjo italianizante. En propiedad hay que hablar de dos órganos, y se situaban a ambos lados del coro hasta que fue desmantelado. Las grandes cajas se situaron en la girola a ambos lados de la capilla que conserva los restos de SanVicente Mártir y el año pasado se inauguró la nueva y flamante maquinaria.
Otros importantes órganos son los barrocos de San Nicolás, al que he tenido la suerte de subir por gentileza del joven organista Vicente Ferragut, o el de San Esteban, que sólo conserva su preciosa caja, y que curiosamente presenta los tubos pintados en trampantojo. Hay que pensar que la inversión para instalar de nuevo un órgano es importante puesto que se ha de construir ad hoc para el espacio preexistente. No existen dos órganos iguales en el mundo, a lo que hay que añadir que las condiciones acústicas de unas y otras iglesias son completamente diferentes.
Manierista es el instrumento del Patriarca, de principios del XVII, pero en un estado deficiente para hacerlo sonar, y el más monumental es el de la Iglesia de la Compañía, detrás de la Lonja y que tienen unas dimensiones colosales, y con el que los domingos suelen hacerse conciertos. El antiguo de San Agustín ardió junto con la iglesia a comienzos de la Guerra Civil y fue recientemente sustituido por uno de sonido y configuración alemana con el que abordar con plenas garantías el repertorio germano véase Bach y Buxtehude. Otros órganos antiguos en la Comunidad Valenciana que merecen conocerse tanto por su monumentalidad como por la calidad de los instrumentos son el impresionante de Morella, y los de Montesa y Algemesí localidad natal de Cabanilles.