VALÈNCIA. Gente. Gente atestando las calles. Aglomeración en el metro. Avenida con atasco kilométrico. Polución cabalgando salvajemente. Metrópolis saturada. Enclaves rebosantes de gente. Gente generando residuos. Mucha gente. Metro cuadrado, la nueva pieza de danza contemporánea de la compañía 33 Volts, reflexiona sobre la relación entre los individuos y el espacio, sobre cómo se desenvuelven los seres humanos en un entorno urbano cada vez más masificado y cuáles son las consecuencias medioambientales derivadas de esta situación. Se trata de una producción surgida en las residencias artísticas de Carme Teatre que, tras su estreno absoluto este jueves 18 de octubre, permanecerá en cartel hasta el día 21. La dirección de la obra corre a cargo del coreógrafo, bailarín y antropólogo mexicano Edwin Valentín, quien también ejerce como intérprete junto a los valencianos Cristina Martí, Iván Colom y Pablo Caracol.
El germen del proyecto echo raíces mientras Valentín residía en la abrumadora, inmensa y abarrotada Ciudad de México. “Quería expresar las emociones que me generaba vivir en una urbe tan grande en la que la población va en constante aumento. Crece, crece y crece. Y, como consecuencia, hay también más coches, más basura, más contaminación y menos recursos disponibles”, explica el director, quien resalta los conflictos sociales y de sostenibilidad generados por vivir en una continua ‘hora punta’. Su mudanza a València le llevó a retomar la iniciativa incorporando la visión de quienes aquí habitan: “quería ver cómo se concibe el fenómeno de la sobrepoblación desde una realidad tan distinta como esta, en un municipio de menor dimensión”. “Mi objetivo era lograr una mirada más amplia, más global, en la que estuvieran incluidos otros puntos de vista”, señala.
Esa masificación tan extrema que constituía el día a día de Valentín representaba para los participantes mediterráneos un concepto algo más difuso, ligado a fechas concretas, como los días de Fallas, o a coordenadas lejanas, “algunos conocían esta situación por haberla visto en documentales o por haberse mudado durante algún periodo a otros países”. Surgió así un espectáculo que busca activar el debate sobre el ahora, pero también sobre el mañana. “Las acciones humanas repercuten en el medio en el que habitamos. No somos seres aislados, para mí es imprescindible contribuir a que el ambiente en el que vivimos sea menos dañino tanto para nosotros como para el planeta en general. Las próximas generaciones van a tener que acarrear con las consecuencias de nuestras actuaciones”, indica Valentín.
La saturación de las ciudades, la ausencia de libertad de movimientos se relaciona en Metro cuadrado con la dificultad para lograr una vida plena, una existencia más dichosa y sosegada, “esa falta de espacio lleva a situaciones de mayor ansiedad, de mayor estrés (la gran enfermedad del siglo XXI), nuestra mente se ve afectada”. “En México, por ejemplo, te ves obligado a coexistir en el transporte público con una gigantesca cantidad de desconocidos cada día durante, al menos, dos horas. Eso, psicológicamente, es soportable un tiempo, pero no a largo plazo. Al final, el malestar generado acaba creando problemas en la convivencia”, sostiene Valentín.
Aquí, la danza permite también repensar el modo de relacionarse con lo doméstico en un contexto en el que se tiende a proyectar viviendas cada vez de menores dimensiones (pero no a un menor precio). Madrigueras diminutas, casas colmena. Si en nuestro día a día influye el estado del autobús en el que nos desplazamos, ¿cómo no van a influir también los habitáculos en los que dormimos, preparamos café o hacemos zapping? “Me interesa mucho hablar sobre la movilidad del cuerpo, es el motor de mi discurso. Para que nuestro organismo alcance todo su potencial necesita espacio, si lo comprimimos afectamos a su desarrollo y a su capacidad. Cuando te ves obligado a habitar en un receptáculo reducido, la forma de moverte y de comportarte cambia una barbaridad”, indica el bailarín.
La masificación de las ciudades parece, vista desde las pupilas de 2018, un proceso de no retorno. De ahí la importancia de reflexionar al respecto: “es importante crear una conciencia sobre esta problemática, realizar una investigación tanto artística como científica que haga reflexionar para que, al menos, se puedan lanzar propuestas más sostenibles. Por ejemplo, que se construyan más edificios inteligentes en los que sea posible aprovechar las energías renovables. Lo esencial es que el aumento de la población no suponga un perjuicio para la naturaleza”, sostiene Edwin Valentín.
Metro cuadrado se convierte así en un vehículo para denunciar los males y temores contemporáneos en clave coreográfica. “La danza nos ayuda a entender emociones. Hay momentos en los que sentimos cosas a las que no sabemos poner nombre o que no sabemos expresar. Pero, al ver cómo reacciona otro cuerpo, nos sentimos identificados con él porque también hemos compartido esa sensación. Por eso, creo que ayuda a que los espectadores conecten con esos miedos y esas angustias, porque se dan cuenta de que otras personas también los comparten. Eso acaba generando empatía", apunta el mexicano, para quien este ámbito "también facilita que la gente descubra que el cuerpo puede llegar a hacer cosas que ni imaginaban. Muchas personas tienen a su cuerpo olvidado y solo se acuerdan de él cuando están enfermos”,
A su formación en el mundo de las bambalinas, Valentín suma también sus estudios de Antropología, una disciplina que le permite “tener una visión más completa de los fenómenos. Me ayuda a aplicar una mirada más científica en las obras que creo, a establecer una metodología de trabajo y darle más valor al proceso de exploración y documentación previo a cada producción”. Y es que, aunque desde el patio de butacas a menudo no se perciba la tarea de investigación llevada a cabo por los creadores, lo cierto es que ese tiempo de estudio resulta esencial para sacar adelante proyectos innovadores. Tiempo para pensar, para escuchar a las entrañas, para probar y encontrar caminos erróneos. Y dinero para seguir comiendo durante el proceso, claro. Es ahí donde cobran especial relevancia residencias artísticas como la disfrutada por 33 Volts en Carme Teatre. “Hay un montón de compañías artísticas con ideas muy buenas, pero necesitan un apoyo que se traduzca no solamente en recursos económicos, sino también en lugares especialmente habilitados para ensayar, entrenar e investigar. Para crear y hacer arte, en definitiva. Las residencias artísticas permiten contar con ambos elementos”. Fijando la vista en el futuro, el director de la producción apuesta por llevar a la calle una versión adaptada de Metro cuadrado. Una obra que habla sobre el espacio público instalada en el propio espacio público. “Sería una forma de acercarlo todavía más a la ciudadanía”, concluye.
Metro cuadrado es, eminentemente, un espectáculo de danza, pero en él también se dan cita otras disciplinas creativas para que su discurso "pueda llegar al público de una manera más comprensible y cercana. Hay mucha gente que es reacia a acercarse a la danza contemporánea porque creen que no van a entender lo que sucede debido a que la ausencia de diálogos impide traducir a palabras el mensaje que transmites. Por eso me apoyo en las artes plásticas, el vídeo o incluso la gestualidad del teatro. El objetivo es producir un trabajo redondo que llegue en profundidad al espectador”. Atraer a nuevas audiencias y huir de la endogamia, ese eterno reto de los lenguajes escénicos más transgresores. Se trata, a fin de cuentas, de bailar sobre la realidad para cambiarla, de bailar sobre el futuro para reconducir su curso. O, al menos, de intentarlo. ¿Cuánta danza cabe en un metro cuadrado?
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