Aprendieron a diseñar y construir skateparks por su cuenta. Hoy son los ayuntamientos los que reclaman sus servicios como operarios especializados. Les visitamos a pie de obra
VALÈNCIA. Estamos en la población valenciana de Albal, subidos a un montículo de tierra de casi dos metros de altura. Frente a nosotros se abre un cráter de formas bulbosas por el que suben y bajan los miembros de una brigada de operarios poco común. Su edad y su forma de vestir les delata. Son patinadores construyendo un skatepark con la dedicación de quien busca algo más que ganarse el jornal. Nadie tiene más interés que ellos en que cada rampa sea perfecta, divertida y segura. Serán los primeros en estrenarlas cuando se seque el cemento.
Alfredo Morell, Abel Segura, y Josep Alba pertenecen a nueva generación de skaters que ha encontrado una salida profesional al servicio de una afición que cultivan desde niños. El de Albal es el tercer encargo municipal que diseñan y ejecutan junto a Copin Ramps, la primera empresa valenciana que ha comenzado a confiar el diseño y la ejecución de este tipo de proyectos a patinadores especializados en modelar rampas.
Todo ha ocurrido muy deprisa. Tras el éxito de sus primeros proyectos oficiales -el skatepark de Benidorm inaugurado en marzo de este mismo año, y de Peñíscola, abierto al público el pasado mes de agosto-, los encargos comenzaron a llegar desde otros Ayuntamientos de la Comunitat Valenciana y el resto de España. Los próximos destinos pasan por otras poblaciones en España e incluso por países asiáticos, con proyectos que ya han consultado por sus servicios. ¿Por qué? ¿Acaso no puede hacerlo un operario convencional?
La respuesta a estas preguntas no está tanto en la dificultad técnica como en el valor añadido de la experiencia aplicada al diseño. Quien no ha patinado nunca no sabe qué expectativas tiene que cubrir. No hay ninguna asignatura, ni en las facultades de ingeniería ni en las escuelas de oficios que expliquen cómo se deben acometer este tipo de infraestructuras. No hay literatura oficial para un tipo de arquitectura originada en el seno de una subcultura urbana.
A los constructores como Alfredo, Abel y Josep se les conoce con el nombre de shapers (palabra que en este contexto podríamos traducir como modeladores). De hecho, en países como Holanda esta actividad está regulada dentro del gremio de artistas escultores. “Es una especialidad que requiere nociones de carpintería, soldadura, etc., pero también habilidades plásticas, porque tratamos el cemento casi artesanalmente, de forma muy intuitiva e improvisando mucho”, afirma Alfredo, cuyo proyecto final en el grado de ingeniería consistió precisamente en la construcción de un skatepark.
“A la hora de conseguir geometrías orgánicas y de radios variables es muy importante que no haya cortes bruscos entre superficies, y para ello en muchos casos no se pueden utilizar técnicas habituales en construcción como el regleado clásico (mediante dos guías y un perfil con la forma deseada). Para solucionar estas geometrías complejas y poder aplicarlas en los diseños se utiliza una técnica poco convencional, más similar a la escultórica, en la que se añade material hasta sobrepasar la forma deseada para después marcarla mediante antiguas (maderas con forma inversa a la deseada) y a continuación, con la ayuda de una herramienta especifica, ir retirando material hasta llegar a las marcas, solucionando los espacios entre estas marcas mediante el ojo experto de operarios especializados (shapers)”, comenta Alfred. Él es el encargado de dibujar los planos y calcular las medidas de cada encargo que reciben a través de la empresa para la que trabajan, que es la que consigue los contratos públicos y adelanta el dinero para el material. “Nosotros solos no podríamos hacerlo –reconocen-. Lo nuestro no es el papeleo, y por el momento no nos sabemos manejar en los despachos de los ayuntamientos”.
En España, la construcción de parques para la práctica de deportes de deslizamiento como el skate o los patines en línea se pone habitualmente en manos de estudios de arquitectura y empresas dedicadas a la fabricación e instalación de mobiliario urbano. Según una queja extendida desde hace años entre los usuarios, este tipo de adjudicatarios carece por lo general de conocimientos específicos sobre la práctica de estas disciplinas. El método más rápido y económico para construir este tipo de infraestructuras es el sistema de módulos; es decir, uniendo entre sí piezas prefabricadas, que habitualmente se cubren con contrachapado de maderas con resinas o con fibra de vidrio. “El problema no es tanto que no se puedan patinar como el hecho de que son materiales que se degradan rápidamente con el uso y con la exposición al sol y la lluvia. Al final son inservibles o peligrosos –explica Abel-. Además, este método de construcción implica la utilización de tornillos, que con el tiempo salen hacia afuera y constituyen un peligro. Quien más y quien menos se ha caído alguna vez por este motivo”. No creen que haya mala fe, insisten, pero sí mucho desconocimiento.
En Internet es fácil encontrar foros y vídeos caseros donde los usuarios reseñan los fallos de diseño y construcción de muchas de estas instalaciones, en las que los Ayuntamientos han invertido decenas de miles de euros (el coste medio de un skatepark oscila entre los 50.000 y los 150.000 euros). La Comunitat Valenciana está salpicada de ejemplos de parques “para el olvido”. Lo explica muy bien un patinador en Alborache: “Módulos colocados demasiado cerca; sin espacio para coger carrerilla. Acabas el truco y te vas a la gravilla. Rampas demasiado verticales, sin espacio entre transición y transición. No hay por donde cogerlo”, concluye el autor de este video. Entre las infraestructuras más criticadas figuran también las de Torrente, Ayora y Massanassa.
Ni siquiera se libra de críticas del skatepark enclavado junto al embemático Parque de Gulliver de València, inaugurado en 1990. “En su época estaba bien, pero hace mucho tiempo que se ha quedado desfasado desde el punto de vista deportivo; no tiene capacidad para todos los usuarios que lo demandan, y además está en muy malas condiciones, lleno de agujeros -apunta Alfredo-. Los propios skaters hemos tenido problemas con la policía por arreglar los desperfectos del parque por nuestra cuenta. Se podría convertir en el parque de referencia de la costa mediterránea, pero ahí está, abandonada a su suerte”. El Ayuntamiento de la ciudad anunció el pasado verano una dotación de 300.000 euros para la restauración integral del parque Gulliver a lo largo de 2018 y 2019, pero no contemplaba la rehabilitación del skatepark. Fuentes municipales consultadas por CulturPlaza aseguran sin embargo que son conscientes de la necesidad de actuar sobre esta infraestructura, y que lo harán “tarde o temprano”.
Las consecuencias de todo ello son bien conocidas: skateparks poco prácticos o incluso peligrosos, cuando no directamente abandonados o ignorados por los usuarios. En otras palabras, dinero público malgastado y una comunidad de deportistas frustrada. A veces las quejas se deben sencillamente a que las rampas que se han abierto al público son aburridas para patinadores de alto nivel o no permiten el desarrollo deportivo. Este es quizás el aspecto diferencial más importante entre un skatepark diseñado por usuarios del patín de otro erigido como cualquier otro tipo de obra civil. “El de Beteró [parque de hormigón de 1.000 metros cuadrados] tiene ese fallo –explica Alfredo-. Es un parque muy grande y relativamente nuevo, debería ser el de referencia en la Comunitat, pero si lo analizas tiene solo dos radios y dos medidas; casi todas las curvas son iguales. En el de La Nucia, en Alicante, la parte de calle está bien, pero el bowl tiene líneas sin sentido y partes que no se pueden patinar”.
Para que sea realmente versátil y fluido, el diseño de un skatepark debe contener multitud de radios y medidas. Para hacerlo realidad aplican las técnicas transmitidas desde los años setenta por los primeros skaters californianos, que a su vez tenían como referencia las piscinas en forma de riñón estadounidenses que, cuyas paredes son completamente curvas para ahorrar agua.
Cuando el interés comercial por el skate de rampa descendió a finales de los ochenta, multitud de skateparks fueron clausurados o derribados por las autoridades locales. La reacción a ello se materializó en dos nuevas corrientes. Por una parte comenzó a desarrollarse la modalidad street, que no dependía de más instalaciones que los propios obstáculos de la calle, y por otra eclosionó el movimiento DIY (Do It Yourself). Éste venía a ser al patín lo que los fanzines y las okupas han sido para la música: una forma de activismo autosuficiente, pensado para proveerte de todo aquello que necesitas y el mundo no te da. Si no tenemos donde patinar, lo construiremos nosotros mismos.
Se levantaron al margen de la ley numerosos half-pipes (estructuras de medio tubo) debajo de puentes, en parques abandonados y vertederos. El aprendizaje constructivo acumulado por los iniciadores del movimiento DIY se expandió poco a poco por todo el mundo, pasando de la marginalidad a la profesionalización. En países como Dinamarca, meca del skate en Europa, los skateparks son a día de hoy diseñados y ejecutados exclusivamente por shapers.
Con el horizonte de los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020, que incorporarán por primera vez el skate como deporte oficial, se hace patente la necesidad de contar con infraestructuras de primer nivel en España. Es uno de los principales argumentos defendidos por la comunidad de patinadores, cada vez mejor organizada a través de asociaciones locales. Su objetivo actualmente es ganar capacidad de interlocución con las administraciones públicas y hacerles ver, una vez más, que patinar no solo es un crimen, sino un asunto de interés nacional.