Arcángeles reúne seis monólogos que van del siglo XX en Alemania, Inglaterra, España y Estados Unidos, al presente de peligro en Afganistán y Rusia
VALÈNCIA. Chema Cardeña tenía una deuda contraída en su dramaturgia con la percepción social de la homosexualidad. La había tratado de pasada en sus obras, pero sin profundizar. En los últimos años, su prolífica escritura ha dado un giro hacia temas más reivindicativos. El también director ha abordado, entre otros, el nazismo (Shakespeare en Berlín), la memoria histórica (La invasión de los bárbaros), la crisis migratoria (Y la nave va?), el maltrato de género (Moby Dick (El mal amor) y la precariedad laboral de los jóvenes (Alicia en Wonderland), pero no así los sinsabores e injusticias de los que comparten con él orientación sexual.
El auge de la extrema derecha en Occidente fue el empujón para saldar aquella cuenta. Con lo que no contaba era con el reciente vuelco electoral en las urnas municipales y autonómicas en València, que ha dado lugar a sendas coalicioones con el fascismo. Así que su teatro nacido del resquemor personal se ha convertido, a su pesar, en teatro de urgencia.
Tras su estreno en el contexto de Russafa Escènica en la iglesia desacralizada de San Miguel de Los Reyes, su propuesta Arcángeles se instala ahora en formato convencional del 1 al 11 de febrero en la Sala Russafa.
“En un momento en el que las cosas se tambalean, el teatro tiene que reflexionar sobre el pasado para entender nuestra realidad actual. La extensión de la homofobia y la transfobia es una sociedad no es algo fortuito: se inicia con una ideología y terminología preparadas en las instituciones que van calando en la sociedad”, denuncia el autor.
El espectáculo está constituido por un conjunto de seis monólogos que, efectivamente, acompañan a la audiencia en un viaje por los últimos 80 años de abusos contra el colectivo, pero la función se cierra con la tragedia de un chico afgano en el año 2000 y un suceso de 2023 que tuvo lugar en Rusia, de modo que Arcángeles, en su conjunto, es presente continuo.
La obra está protagonizada por Jerónimo Cornelles, Darío Torrent, Miguel Vicente Clager, Saoro Ferre, Miguel Seguí y Rafa Alarcón, quien también produce. Cada uno de ellos asume el compromiso de dar cuerpo y voz a los testimonios de personas reales que han sido objeto de repudio, persecución y, en los casos más extremos, agresión y muerte.
Arcángeles incorpora a su mosaico de monólogos la transexualidad, pero no así la homosexualidad femenina. “Es algo que les toca a hacer a ellas -se disculpa Cardeña-. No me gusta meterme donde no me llaman. Ha sido una cuestión de respeto, porque hay muchas escritoras y dramaturgas que pueden hacerlo mejor que yo, pero también he de apuntar que su discriminación ha sido muy diferente a la nuestra a lo largo de la historia. El lesbianismo era más fácil de simular: resultaba más aceptable que dos mujeres se cogieran de la mano por la calle, que vivieran juntas... La que estaba penada era la homosexualidad masculina. No había legislación, en cambio, que castigara el sexo entre mujeres. La represión y el castigo en cualquier país europeo no ha sido el mismo ni hubo lesbianas detenidas por el nazismo, quizás porque la hipocresía social invisibilizaba su existencia. Hasta ahí ha habido machismo”.
Al escenario sí sube una mujer, la músico Cecilia Pekarek, que con el sonido de su viola sirve de transición en vivo entre las diferentes historias.
El dramaturgo y director de escena ha acotado su repaso a los atropellos sufridos por su comunidad a los siglos XX y XXI. Arcángeles arranca con la historia de un prisionero del campo de concentración de Buchenwald en 1945. A través del relato en primera persona de un periodista homosexual se ahonda en el tristemente célebre artículo 175 del código penal alemán, una norma vigente hasta 1994 que penaba las relaciones entre personas de sexo masculino.
A este protagonista anónimo marcado con el triángulo rosa y la palabra homo escrita en la espalda “para aumentar su vergüenza y humillación” le sucede el célebre científico británico Alan Turing. El héroe de guerra que descifró el código Enigma fue ninguneado en 1952, tras ser descubierta su condición sexual. De la gloria pasó a la castración química y la inhabilitación laboral.
“Los analfabetos ganaron la batalla contra una persona sabia. Y no fue una excepción. La ley fue muy severa en Inglaterra contra los gays hasta los años setenta”, observa Cardeña.
El tercer personaje es un compendio y homenaje a los transformistas españoles del tardofranquismo, como la cinematográfica Flor de otoño o José Antonio Nielfa, La Otxoa, encarcelado durante la dictadura.
“Hemos recopilado a esos personajes que vivieron ocultos en tugurios de Barcelona y vieron sus libertades coartadas por querer ejercer de artistas vestidos de mujer”, desarrolla.
A Cardeña le tentó dar el protagonismo de su siguiente pieza unipersonal a un futbolista europeo inspirado en el jugador del Nottingham Forest Justin Fashanu -uno de los pocos que salió del armario-, pero terminó decantándose por un deportista de fútbol americano, “porque es el ideal del macho triunfador, un arquetipo en la cultura audiovisual”.
Cuando se descubre quiénes despiertan su deseo, su infierno en los partidos se materializa en latas de cerveza arrojadas al campo, insultos en la calle, anónimos en su buzón y montajes fotográficos en la prensa.
Completan este viaje por el tiempo y el espacio un hombre afgano de 2000 y un joven ruso en 2023. El primero vive su historia clandestina de amor en Kandahar y representa a tantos condenados a muerte en otras latitudes, como Yemen, Arabia e Irán.
El relato que cierra el montaje está basado en una práctica común en la Rusia actual: las trampas que bandas juveniles tienden a los gays en las aplicaciones de citas. “Esta documentación es lo más desagradable que he visto -se horroriza el dramaturgo-. Las palizas son habituales. La diversión entre pandillas de chavales es quedar para humillar y pegar al marica”.
La homosexualidad en el país más extenso del mundo se ha convertido en un chivo expiatorio para Putin, que pretenden poner en marcha un instituto para investigar el comportamiento sexual de la comunidad LGTBI.
“Si desde las altas esferas se decide que la homosexualidad es una enfermedad, la población reacciona y se pasa de lo institucional a lo público, con lo que la gente termina denunciando y cooperando. Yo lo tengo cada vez más claro, los extranjeros, las mujeres y los homosexuales son considerados un peligro porque son una fuente de inspiración, libertad, imaginación y, sobre todo, de cambio. Necesitamos otros puntos de vista. Llevamos siglos con la misma manera de gobernar y repartir, apero el patriarcado tiene miedo al cambio de statu quo, porque perderían sus privilegios. Así se crea esta especie de cáncer que se va extendiendo”.