VALÈNCIA. Después de visitar ARCO, la feria de arte contemporáneo madrileña, y en unos tiempos obsesionados con el futuro y la tecnología, las sensaciones que uno experimenta, además del dolor de pies, después de ocho horas en la feria de arte y antigüedades más importante del mundo, TEFAF-MAASTRICHT, son intensas. Una evidente admiración ante esa avalancha de piezas maestras de los más grandes artistas y talleres. Tras una feria de arte contemporáneo en la que uno alterna obras honestas y que le gustan (las menos), con otras que le despiertan las más serias dudas sobre su entidad artística (las más), aquí en esta localidad holandesa lo que se desprende es autenticidad. Aquí no hay trampa ni cartón. Otra sensación es la del agradecimiento a tantos hombres-y mujeres- por haber exprimido su talento y capacidad manual llevándola hasta unos límites en muchos casos inauditos, tras más de treinta siglos de producción artística, que en la mentalidad utilitaria de hoy en día, se diría que son poco prácticas, pero que han enriquecido espiritualmente las vidas de tantas personas. Agradecimiento también a quienes las apreciaron en su día, las conservaron y preservaron de una destrucción probable tras siglos de guerras, devastaciones y desastres naturales: pintura, escultura, instrumentos musicales, mapas, joyas antiguas, grabados, libros o toda clase de artes decorativas.
A mí la tecnología, salvo la aplicada a la medicina o a mejorar el medio ambiente, me dejó de sorprender hace ya unos cuantos años. Cualquier avance tecnológico en el ámbito doméstico, en el que me desenvuelvo, me deja frío. Me quedaría con mi teléfono móvil tal y como es ahora. En estas cuestiones me planto. Con el arte, sin embargo, no sucede igual. Sigo descubriendo obras, visitando lugares o escuchando música que me dejan sin palabras. Se me ocurren pocos acontecimientos en el mundo comparables a TEFAF. Imagino que la cosa irá con las aficiones de uno. Para un amante del fútbol la final de la copa del mundo, o para los cinéfilos la gala de entrega de los Oscars. El incesante incremento de destinos desde Valencia hace que, hoy en día, sea fácil una visita a esta feria de ferias, ya que existe un vuelo directo a la ciudad de Eindhoven que se encuentra a menos de una hora de Maastricht. Hay que decir que es un vuelo destinado a que los holandeses visiten nuestra ciudad, ya que, tanto en la ida como en la vuelta, con el avión hasta los topes nosotros éramos los únicos hispanos.
El caso es que esta feria de arte y antigüedades que se celebra en esta pequeña (120.000 habitantes) y bonita localidad del sur de Holanda puede decirse que es el no va más para quienes amamos este mundo. Una ciudad que desprende una tranquilidad quizás exasperante. Realmente desconozco como empezó todo, pero es cierto que la localización de esta ciudad es perfecta desde el punto de vista geográfico ya que se encuentra a pocos quilómetros de las fronteras alemanas, belga, francesa, aunque bien es cierto que los clientes y aficionados son atraídos como abejas a un panal desde prácticamente cualquier parte del mundo, convirtiendo durante esos días, el pequeño aeropuerto de la ciudad, en uno de los más transitados por vuelos privados del mundo. Allí pude saludar al médico norteamericano, coleccionista de arte medieval español, del que hablé unos artículos atrás, que acababa de adquirir un albarelo de Manises del siglo XV.
Como sucede en las Fallas, la preparación de cada una de las ediciones, comienza al día siguiente en que se clausura la precedente. Tal es el nivel de exigencia que pide la organización en las piezas que se exponen a lo largo de esos aproximadamente diez días. Para empezar las obras que se exponen no pueden repetirse de una edición a otra, han de estar perfectamente documentadas y catalogadas y atribuidas, puesto que un comité formado por especialistas en cada una de las disciplinas inspecciona durante varios días las miles de piezas que cuelgan en los stands. Cuando se rechaza la pieza no hay posibilidad de recurso, siendo la decisión firme e irrevocable. En caso de dudas, el comité llama al profesional a una especie de “examen” ante un tribunal para que defienda la atribución que ha reflejado en la cartela.
TEFAF se convierte esos días en el gran museo universal del arte y muy pocos centros museísticos del mundo atesoran tal la variedad y calidad de obras. La diferencia es que aquí está todo a la venta. Desde arte de cualquiera de las civilizaciones de la antigüedad hasta obras de artistas vivos. Desde un casco griego, una escultura egipcia, un mosaico romano, una Virgen medieval, un cuadro barroco, una máscara africana, un Monet o un Picasso. Desde los dos o tres mil euros a los diez, veinte millones.
Toda la puesta en escena está cuidada al milímetro: teatralidad en la iluminación directa de las obras en un espacio en tinieblas, una espectacular decoración floral que se cambia diariamente, publicación de catálogos a disposición del público individualizados para las piezas más importantes. La forma en que se presentan algunas de las piezas puede ser decisiva para atraer la mirada y, quien sabe, una adquisición. ¿Porqué exponer un cuadro del siglo XVIII de un barco en medio de la tempestad de forma convencional, si se puede hacer en medio de una proyección de imagen y sonido de un mar embravecido?, o ¿porque no acompañar bodegón de instrumentos musicales del siglo XVII con una reconstrucción a su lado de ese mismo cuadro, con instrumentos reales antiguos?. El marketing también juega aquí. Todas y cada una de las miles de piezas que se exponen se encuentran en perfecto estado de revista: y las que lo han necesitado, han sido restauradas ex profeso para su puesta de largo aquí. Ahora mismo ya hay restauradores preparando obras para la próxima edición.
Poco postureo se ve por los pasillos de este certamen. No lo necesita un público multinacional que desprende elitismo económico, de eso no hay duda, pero también cultural. En las pequeñas salitas improvisadas se consultan catálogos con mucha letra. Las gafas de leer son un elemento del paisaje de un público mayoritariamente leído, y atento a los mínimos detalles de las obras. Hay poca fatuidad en un mundo de arte auténtico. Hay poco que justificar y “defender” ante una escultura en mármol romana del siglo I o ante un Ecce Homo de Giuseppe Ribera, más allá de su autenticidad.
TEFAF constituye un gran escaparate para los museos ya que, dada la variedad de obras, es probable que entre las expuestas se encuentre alguna pieza que falta para completar una colección pública. Es cierto, sin embargo, tal como me contaba un expositor español, que si bien los conservadores de museos extranjeros y colecciones privadas importantes, acuden en masa al certamen buscando obra con la que completar sus colecciones como si de un supermercado se tratara, sin embargo los centros españoles no suelen hacer acto de presencia, algo que, sinceramente, no me sorprende demasiado. Una pena. Poco numerosa es la presencia de expositores españoles en relación con otros países, lo cual indica la fortaleza de otros mercados como el inglés, alemán, francés, italiano o incluso norteamericano frente al nuestro. La única expositora de la Comunidad Valenciana, concretamente de Oropesa del Mar, es Dévorah Elvira, especializada en joyas antiguas, y que con un magnífico stand, acude, desde muy joven, a esta gran feria.
No lo duden, si disponen de un par o tres de días (la feria es muy grande, hay mucho que ver y un día es imposible para disfrutarla en su totalidad), allá por el mes de marzo y quieren sentirse rodeados del mejor arte de todas las épocas, no lo duden y visiten este impresionante certamen de belleza.