Jake Gyllenhaal suma otro trabajo de altura para una película llamada a situarse en la zona media de la filmografía de Jean-Marc Vallée
VALENCIA. Se tiende a creer que la razón de ser, la forma en la que el una persona se despierta a la vida, llega durante la infancia. Es más, llegue cuando llegue, es un hecho incontestable a la altura de la adolescencia. Es extraño manejar la idea de que una mujer, un hombre, pueden ser capaces de despertarse a la vida mucho después. Después de haberse enamorado por primera vez, de haber terminado en la universidad e incluso después de haberse casado.
Davis Mitchell, el personaje que interpreta Jake Gyllenhaal en Demolition (Jean-Marc Vallée), 2015 despierta a la vida tras perder a su mujer de manera inesperada. La película que se acaba de estrenar en los cines de España es un perfecto ejercicio para abordar cómo debería ser un telefilme en 2016, en el que los ingredientes principales pasan a ser respetuosos con la ingente ficción que un adulto ya ha consumido antes de ver una película como esta.
Mitchell, hasta la muerte de su mujer, lo ha hecho todo. Ha cumplido con el proceso social y se ha casado con ella. ¿Pero qué sucede cuando todo se desmorona? ¿Y si precisamente esa demolición interna sirve para que el adulto despierte a la vida y se revele contra el proceso social? La película de Vallée, uno de los directores que mayor crecimiento ha experimentado en la última década (C.R.A.Z.Y, Dallas Buyers Club, Wild), es valiente en este sentido y muestra a un protagonista inesperable, que reacciona constantemente ante sus estímulos liberado de la carga que su mujer supone como contrato social.
Sin embargo, en esa loable capacidad por dejar que la historia vaya incluso sorprendiéndose a sí misma, Vallée pierde el hilo. El final va suponiendo un crescendo de ideas tras un desarrollo seguramente menos explosivo de lo deseable, en la que el derrumbe pasa por fases reiterativas y donde la rebelión del artista es -por mundana- un tanto aburrida. No obstante, los melodramas debería asemejarse a este ejercicio. A su condición de honestidad con la sociedad en la que se desarrolla, enferma de replicar a la familia que sus padres han querido hacer; enferma de saberse en una espiral de éxito inagotable; enferma de ser incapaz de escucharse en su diversidad y aceptar a tipos como Mitchell o como Karen Moreno, el papel de madre fumeta y terriblemente perdida que interpreta sin mayor gloria Naomi Watts.
Pasará a conformar una película en el estrato medio de la filmografía de Vallée, seguramente por ese afán de haber dejado que la escritura le fuera llevando hacia nuevos sitios sin mucho plan. Eso sí, en lo formal, técnicamente, el director oriundo de Montreal (Canadá) está en un estado de gracia a la hora de acompañar al film con recursos de todo tipo, sin afectar al film. Una película que aborda desde una visión muy enrarecida -y por eso bella- la vida y el amor, la posición social y el contrato que los individuos acarrean hasta que son conscientes de su libertad. El film, con todo, es posible que acabase siendo más ruina que demolición si Gyllenhaal no hubiera firmado otro excepcional trabajo para su impecable carrera.