experiencias

Destilados combinados

En su libro “El trago nuestro de cada día” el magnífico escritor –y gran bebedor- Kingsley Amis reflexiona sobre los licores, y opina que están volviendo a ser moda en gran medida por las combinaciones a las que se prestan

29/07/2016 - 

Estábamos en los años ochenta del pasado siglo y en el mundo occidental los licores, incluso los destilados, parecían periclitados, hundidos en el olvido, ya que era raro encontrar un bebedor social que trasegase ginebra, brandy o ron con los grados y sabor que desprenden en su pureza. Sin embargo, en aquellos momentos, como en estos que vivimos, la vuelta a la vida la consiguieron los licores con las mezclas, llámense estas cócteles o combinados.

Decía Amis: “Los cócteles siempre me han atraído porque implican mezclas, experimentos, parafernalia, pruebas y sabores antes de ser finalmente servidos.”

Pese a la amplia lista de virtudes enumeradas, el escritor no incluyó entre sus innúmeras cualidades otros conceptos que debemos significar para comprender en toda su extensión la fiebre del combinado que nos inunda: que con esta mezcla rebajamos el grado alcohólico de lo ingerido, le introducimos suavidad, modificamos a nuestro antojo el posible sabor originario y, además, y el asunto no es baladí, recortamos el precio de la consumición en las noches que se prometen duraderas.

Un combinado en concreto, el gintonic, se ha adueñado de la tarde y de la noche, dejando a infinita distancia a los licores puros, y por supuesto a sus propios componentes, que no se conciben en su mismidad. Pero también hace olvidar a otros que gozaron de prestigio y sonoros nombres: recuérdense por aquellos a los que la edad se lo permite algunos clásicos como el sidecar –brandy, Cointreau y zumo de limón-, o como el destornillador –vodka y zumo de naranja- que debieron pervivir por sus cualidades -y aunque solo fuese en nuestras tierras,por aquello de la naranja- y que hoy yacen olvidados incluso por los jóvenes bartenders.

No podemos obviar, por lo que significó en otros años, al que fue famoso cubalibre, mezcla de ron y refresco de cola, que ahora se sitúa en un estadio intermedio en cuanto al aprecio popular, aunque por alguna razón que ahora no pretendemos desentrañar se ubica de forma fundamental en el imaginario  de los bebedores de las tierras del interior.

Así pues parece que debemos olvidarnos de los fuertes licores, a excepción quizás del whisky, que con agua sustituye en algunos ambientes a otros más sofisticados compañeros de fiesta, y asumir la realidad de los vencedores.

Aunque, a poder ser, no caigamos en la tentación de la sencillez y la comodidad y pongamos en nuestras copas alguna parte de aquello que nos reclamaba Kingsley –experimentos, parafernalia, imaginación- y cuanto menos reflexionemos y dudemos, y recordemos el brillante e impecable sabor de los destilados originarios, antes de acudir al cada vez más popular y socorrido combinado, hecho en fábrica, con el que ahora nos amenaza el mercado.