VALÈNCIA. De entre todas las cosas que arrancó la pandemia a la vida cultural y habitual de la ciudad de València, están las jams de jazz. La sala Gestalguinos, la Vitti en Plaza Xúquer, los Jazzdomingos del extinto No Hay Nada Mejor Que 27 Amigos, el Matisse, el Bigornia —que ahora se llama Monterey—, Radio City y algún local más, formaban un sólido circuito de lo improvisado en cuanto a este género musical nacido a finales del siglo XIX en Estados Unidos.
El formato habitual de las jams era que el concepto de formato no correspondía a una estructura fija. Muchos de los locales ofrecían entrada libre con consumición obligatoria con un pequeño suplemento, a modo de gesto económico para los músicos. En otras, dada la afluencia del público y el descontrol de aforo, se implementó una entrada de precio simbólico. Porque una jam es, entre otras cosas, comunión de oyentes.
En una jam se establece un pacto entre público y músicos en el que ha de mantenerse el silencio, pese a la numerosa afluencia de público y el tintineo de los botellines de cerveza. Los músicos no están tocando un repertorio ensayado hasta la saciedad, sino que tienen que leerse entre ellos para que en entre el frágil silencio, fluya la música.
El batería argentino Mariano Steimberg, habitual del circuito musical valenciano, expresa su incertidumbre respecto a la vitalidad musical de La Vitti, uno de los locales con mayor oferta hasta la declaración del estado de alarma. “Desafortunadamente, a día de hoy con el tamaño de La Vitti, club en el que trabajé cada lunes durante cinco años, ha sido imposible reemprender las jams y conciertos. Estoy a la espera de que se liberen algunas restricciones y la gente gane más confianza...
Aún no he tenido conversaciones con ellos (los gerentes de La Vitti) pero me da que hasta que no se vea un cambio real en la situación actual no será posible volver. Veremos en septiembre si hay una evolución notable”.
Marcos Herrero está al frente del mencionado local, sala en la que el aforo sentado es de treinta personas, al estar reducido a la mitad, solo de quince. “Hay muchas ganas de volver por parte del público, de los músicos, de nosotros. Estoy cansado de decir que no sé cuándo voy a volver a poder tener conciertos, necesitamos que el aforo se relaje en interior, ya que lo que ganan los músicos depende de la venta de entradas. Sí que te puedo adelantar que cuando hagamos jams, haremos menos y mucho más controladas para que no se vayan de madre. Echo de menos esa adrenalina del sitio abarrotado, donde se produce una cercanía músico-espectador muy intensa. En las jams que organizábamos en La Vitti se guardaba el silencio y nosotros velábamos por ello. Había una energía muy fuerte que los músicos percibían, se construía un gran ambiente.
El contrabajista Ales Cesarini fue alejándose progresivamente de la atmósfera de las jams, incluso antes de la pandemia. “Una cosa que sí que he visto positiva es que ahora en muchos sitios se tiene que reservar y pagar una pequeña entrada para la música en directo. Pienso que eso es bueno para que se valore un poquito más a los músicos, y que el hecho de que haya música en directo sea algo más especial”. Ales ha aprovechado esta época de parón para desarrollarse a nivel personal y creativo. Actualmente está promocionando el pre-order de sus trabajos Nyabinghi y Dandelion.
El pianista Batiste Bailly actualmente está viviendo entre Francia y España. Esto le permite analizar la situación entre los dos países y sus respectivas restricciones. “En Francia se prohibió tocar en todos los sitios, ahora acaba de abrir el ocio. En ambos países lo que veo es que la gente tiene muchas ganas de volver a escuchar música. Veo una ganas muy fuertes de volver al mundo del espectáculo”.
Para Bailly “lo que es difícil empieza ahora, que sigue todo como indeciso. Esto hace que los programadores no tengan tiempo para organizar cosas, y como los músicos somos nuestros propios jefes, nos tenemos que motivar a nosotros mismos. No tener visibilidad es difícil a nivel psicológico, hay dudas sobre si esperar a invertir en otro proyecto, influye la situación económica, que cada uno tiene la suya. A esto añádele la dificultad filosófica de no poder proyectarse”. Respecto a las jams, Batiste confía en que van a regresar. “Van a volver, de una manera u otra. Ahora la dificultad es que los bares han sufrido mucho económicamente, y si las condiciones ya eran bastante bajas, ahora están intentando que sean aún menos. Pero si el camarero no cobra menos que antes, no debería cobrar tampoco menos el músico”.
Borja González-Ayllón fue el promotor de La Vitti, actualmente se dedica a sus proyectos musicales —Bob Lazy— y a la gestión de eventos como promotor. “Imagino que en el corto y medio plazo, los promotores que ofrezcamos jams de jazz seguiremos supeditados a las restricciones de aforo y uso que la ordenanza municipal vaya marcando en cada tipología de local. No obstante, siempre he concebido e ideado mis jams como un encuentro entre músicos y público, en el que el público disfruta sentado, a baja luz y en silencio de la actuación, por lo que independientemente del aforo, distancias y uso de la barra, no visualizo un gran cambio a nivel conceptual si las comparo con lo que fueron en el pasado; al menos en las que yo sea el promotor”.
González-Ayllón tiene una firme opinión sobre la gratuidad de las jams: “He sido tanto gerente como promotor de un espacio que ofrecía jams de jazz y ya me replanteé en su día el tema de la gratuidad. Me acabé decantando por la opción de un pago solidario por parte del público (seis euros más consumición) al comprobar que era la mejor forma de legitimar simbólicamente algo que considero sagrado allá donde haya un escenario: el respeto por la escucha y el silencio. De esta forma, el público pagaba por una experiencia musical con garantías donde músicos y público disfrutaban mutuamente de un ambiente de escucha y expectación muy especial. Para mi ir a escuchar jazz en un bar musical no tenía porqué ser diferente de estar en un teatro. Si la pandemia sirve para valorar los esfuerzos de los promotores en llevar a puerto propuestas de jams y ello se traduce en una mayor aceptación del público valenciano por las actividades musicales de pago, el tejido cultural de la ciudad se verá cada vez más reforzado”.
“Cuanto más reducido es el aforo menos público paga una entrada y menos consume, por lo tanto, es menos rentable. La rentabilidad de la música en directo suele relacionarse con el volumen de público que admita un local versus el precio de la entrada. Pero la realidad es que serán los gastos fijos y variables (alquileres, personal, cachés, seguros sociales, suministros, licencias y un largo etcétera) los que en último término sentencien a los locales que deseen implantar y dar continuidad a sus actividades musicales, al más absoluto reto de equilibrismo en términos de rentabilidad. Con o sin aforos reducidos. Las artes en general y la música en particular, sólo encontrarán su legitimación a través de un público educado y comprometido en apoyarla económicamente”.