Lo bueno que tiene el jazz desde el punto de vista de un simple aficionado es que sus músicos nunca mueren, o mejor dicho, lo hacen físicamente a causa de los años pero siempre continuarán de actualidad, como su propia obra por la que nunca pasarán los años. Nunca se jubilan. Allá donde les reclaman acudirán. A Europa más bien en verano si son norteamericanos porque durante el resto del año o son residentes de algún club o les es más complicado cruzar el charco y la red de clubes allí es interminable.
En el pop pasa lo contrario. El pop y el rock es generacional. El resto, espectáculo. Un circo que cuesta tanto de mover que se ha de basar en giras carísimas. Mueven tal cantidad de infraestructura y personal que se necesitan de muchos números para encontrar una rentabilidad.
En el jazz o la clásica, hablando de solistas o directores. la movilidad es más reducida y las necesidades, mucho menores. Por ejemplo, un músico de blues de gira por España por lo general reclutará a músicos locales o nacionales que le acompañen.
Venía esto a cuento porque julio es el mes del jazz y por estas latitudes hemos disfrutado afortunadamente de los más grandes del género desde hace décadas. Labor de agentes y programadores como en su día fue el Teatro Principal de Valencia y hoy o durante los últimos 25 años ha sido el Palau de la Música. Y ahí que hemos disfrutado cada verano a lo grande. No existe nombre que durante las últimas tres décadas no haya pisado la ciudad, aunque fuera para un público más reducido pero más agradecido que la superficialidad de una estrella del pop en manos de un negocio, ya sea una discográfica o una agencia, que igual que te levanta hasta el infinito te hunde en un par de temporadas si no pasas por el aro. En estos momentos aún más porque el negocio ya sólo depende de un par de grandes marcas, como si fuera la Fórmula 1.
El jazz vuelve a lo grande a Valencia en unos días mientras pequeños municipios de nuestra autonomía se van sumando a diferentes escalas o posibilidades. Este año el XXV aniversario del Festival de Jazz de Valencia que tendrá de nuevo al teatro Principal como escenario viene cargado de nombres, de historia, presente y futuro.
Así, vuelve el contrabajista e histórico Ron Carter. Aún lo recuerdo hace más de tres décadas en la plaza de la Universitat abriendo el concierto que cerraría Dizzy Gillpespie, o el que ofreció hace unos años recientes junto a Russell Malone. Es una auténtica leyenda que supera con creces los 80 años. Pero además, este año el certamen nos trae a otros grandes como el saxofonista Joe Lovano junto al trompetista Dave Douglas o el guitarrista John Scofield, otro ex de Miles como Carter, con una concierto de adaptación de la música que él escuchaba en los sesenta. Todos ellos Grammy y nombres ya de referencia en el palmarés mundial.
Pero el festival también aportará juventud y futuro. Por un lado con los alumnos de Berklee, la escuela de la que sale siempre el futuro de la música, y por otro con una de las sensaciones más esperadas como será el debut en Valencia de ese numerosos combo repleto de juventud pero espectacular en sonido y fusión como es Snarky Puppy una fusión que escribirá historia gracias a su contundente fusión. Otro nombre a tener en cuenta es el de la cantante Silvia Pérez Cruz que bebe de la tradición de las grandes voces pero mirando hacia la modernidad.
Habrá más jazz tradicional de la mano del trío Colina, Miralta y Sambeat y hasta flamenco con Juan Gómez “Chicuelo” así como conciertos repartidos por barrios de la ciudad protagonizados por músicos locales lo que demuestra la importancia de esta comunidad en el género y las garantías de futuro.
La Orquesta de Valencia también tendrá su protagonismo junto al siempre potentísimo trompetista David Pastor y habrá hasta un homenaje a Charles Mingus en el centenario de su nacimiento.
Un programa, para qué negarlo, repleto de interés, que animo a no perderse y que configura un XXV aniversario de Festival muy bien aprovechado y en un marco intimista y mejor preparado que el propio Palau de la Música óptimo para lo acústico, pero poco convincente con lo electrificado.
Julio vuelve a ser una vez más el mes del jazz con nombres propios y un cartel a la vista heterogéneo y digno de una ciudad que si bien durante el año vive huérfana o sobrevive gracias a pequeños templos como el Jimmy Glass al menos durante temporada estival recupera otro tipo de protagonismo: el de las grandes figuras.
Vayan tomando asiento. No tengan miedo a lo desconocido. Hay oferta para todos los públicos. Luego, no digan que no estaban avisados.